Hace años escuché a Sáenz de Oíza hablar contra el diseño excesivamente funcional, y puso un ejemplo muy convincente. Habló de que la cocina funcional de la Bauhaus tenía previstos exhaustivamente todos los elementos necesarios, hasta el último detalle, y todo ello perfectamente modulado y optimizado.
Era una maravilla que en los años veinte, mientras la casa de su abuela en Cáseda, Navarra, no tenía ni agua corriente ni electricidad, la cocina de la Bauhaus tuviera lavadora, horno, lavaplatos… y todos los adelantos tecnológicos.
Pero… eran todos los adelantos tecnológicos de los años veinte.
Si luego se inventaba algún nuevo electrodoméstico no cabía en esa cocina tan diseñada, tan cerrada. Si las lavadoras cambiaban de sistema de funcionamiento, o de modelo, ya no encajaban en esa cocina que tenía previstas todas las tomas, todos los huecos, todos los comportamientos.
Vamos, que con que cambiara la tensión de suministro de 125 V a 220 V, prácticamente había que tirar la casa y volverla a construir.
Todo estaba tan cerradamente organizado que no permitía ninguna improvisación, ninguna introducción de elementos no previstos.
Mientras que la casa de su abuela tenía una cocina que consistía en una buena lumbre, una pila, una gran mesa y unos muros de piedra.
Como la casa de su abuela no tenía ni agua ni electricidad, cuando llegó la una se instaló normalmente, como si tal cosa; y cuando llegó la otra, lo mismo.
Y, por la misma razón, en un momento dado se pudo instalar un frigorífico, y una lavadora, y una secadora, y lo que hiciera falta. Hasta, llegado el caso, un horno microondas y una placa vitrocerámica o de inducción; aparatos estos que no son posibles en la moduladísima cocina de la Bauhaus.
Porque la cocina de su abuela era un mero contenedor abierto, indefinido, adaptable, que permitía asumir lo que fuera viniendo.
El diseño funcional en arquitectura a menudo consiste en no diseñar nada especialmente y dejar que la gente lo vaya usando y lo adapte. Es decir:
«El diseño consiste en no estorbar».
Soy funcionalista a rabiar, pero creo que esta consideración es necesaria. Hay que pensar en ella a menudo.
En todo caso, me acojo a las sabias palabras de Walt Whitman:
«¿Me contradigo? Pues bien, sí, me contradigo. En mí moran multitudes».
José Ramón Hernández Correa
Doctor Arquitecto y autor de Arquitectamos locos?
Toledo · diciembre 2011
Muchas gracias por este artículo que me ha recordado que escuché la misma lección del maestro Oíza. Hace años ya.. Un saludo cordial. Eduardo Chico.
Muy buena reflexión, José Ramón. Me recuerda aquellas reveladoras palabras de la señora Jaoul qe tenía la desgracia de habitar una casa en la que no era la cocina lo que estaba sobre-diseñado sino toda la casa: “Esa casa siempre la encontré muy triste, bella y triste como un museo. Era la casa la que hacía la ley. El lugar de cada cosa estaba designado de antemano y aún el de las personas. Era difícil estar vivos, éramos como esculturas” (https://tinyurl.com/jbmu93p)