Cada vez que veía los dibujos de Louis I. Kahn (1901-1974) el gran arquitecto estonio-americano, me llamaron siempre la atención los de la Catedral de Albi, con sus contrafuertes trazados con espirales ascendentes. Indicaban cuanto interés puso Kahn en ese edificio del siglo XIII, interés que veo ahora expresado en palabras, al tropezarme ayer con este texto del mismo Kahn, escrito en los primeros setenta:
“En la presencia de Albi pude sentir la fe en la selección de sus elementos arquitectónicos y cuanto regocijo y paciencia se combinaron para comenzarla y trabajar hasta su terminación. Dibujé Albi desde abajo hacia arriba como si la estuviera construyendo. Y sentí el regocijo. La paciencia que tomó construirla no la necesité porque la dibujé sin preocuparme de correcciones o proporciones correctas. Quería sólo captar la excitación en la mente del arquitecto…”
Las imágenes y el nombre nos llevaron a mí y a mi esposa hasta la ciudad cruzada por el río Tarn, desde cuya margen derecha se divisa el perfil de la Catedral, dedicada a una santa de quien tomó el nombre mi madre, Cecilia, razón adicional para la visita.
Lo más sorprendente del edificio es que la estructura de soporte y los paramentos externos sean de ladrillo, siendo de piedra solamente los pilares y bóvedas de crucería internas. Hay muy pocos ejemplos en Francia de gótico en ladrillo porque la piedra es abundante en ese país y su utilización experta permitió edificar allí los más altos ejemplos de esa arquitectura. Son las arcillas del Tarn, lo que llevó a usar ese material y el deseo de la región de bastarse a sí misma y en cierto modo aislarse como herencia lógica de los resentimientos dejados por la cruzada contra la secta de los cátaros, o albigenses (de Albi), emprendida por el Papa Inocencio XIII y el rey de Francia. El villano instrumental fue Simón de Monfort, quien dirigió las matanzas y degollinas de Beziers en 1209. Así que en su exterior, la presencia secuencial de los arbotantes a lo largo de la nave, fue sustituida por unos enormes cilindros de ladrillo, de gran inercia para neutralizar los esfuerzos horizontales.
Aquí, como en muchos ejemplos venidos de la historia, se derrumban algunos de los mitos “modernos” que a veces constriñen las decisiones de los arquitectos; así como toman fuerza y sentido las propuestas más importantes igualmente heredadas del Movimiento Moderno.
La catedral es en realidad un recinto amurallado que repite el esquema constructivo de las fortificaciones de la ciudad adyacentes al río, o sea que un principio utilitario se adopta en un edificio simbólico, de culto, de prestigio. La huella cilíndrica de los contrafuertes, útil militarmente para facilitar visuales es aquí necesaria para aumentar el paso de la luz hacia las ventanas verticales y sus vitrales. Un vínculo claro entre necesidad y forma, principio moderno. Por otra parte, el templo es de una sola nave, buscando concentración, compacidad, atributo igualmente militar; y la entrada no es frontal sino lateral, única (hay una Norte muy pequeña, casi privada), protegida por una hermosísima portada de gótico tardío, añadido posterior. Son refutaciones al modo esquemático Bellas Artes del siglo diecinueve que persistió según otras formas en la visión “moderna” congelada.
Este poema de arcos y cilindros de ladrillo vino a constituir un motivo clave para Louis I. Kahn, quien abrió con ello un capítulo muy rico para el desarrollo de la arquitectura, vigente hasta hoy, que reivindica la posibilidad de utilizar antiguas herencias derivadas del modo de construir en la concepción formal de los edificios más actuales. Algo que por ejemplo Walter Gropius en los tiempos de la Bauhaus rechazó y extendió a sus experiencias docentes en los Estados Unidos. Prejuicios que Le Corbusier, por el contrario, comenzó a desmontar desde fines de los años treinta.
El Centro Gerencial de Ahmedabad, proyectado por Louis I. Kahn en 1961- 62, construído enteramente de ladrillo, y su Centro Gubernamental de la capital de Bangladesh, Dacca, de la misma época, deben mucho al universo formal de Albi, siendo particularmente el Palacio de Berbie, hoy Museo Toulouse-Lautrec, que se levanta muy cerca de la catedral, una referencia directa al lenguaje de su última arquitectura.
Esta visita vino a ser para nosotros no sólo el descubrimiento personal de un edificio histórico único, que combina su austera presencia externa con una muy profusa decoración pictórica interna en las bóvedas de crucería, de factura renacentista, en intensísimo azul perfectamente conservado, un extraordinario Juicio Final a ambos lados del presbiterio y una estatuaria medieval de gran valor que bordea el coro; fue sobre todo una lección actual, viva, dinámica, recibida desde los siglos.
Óscar Tenreiro Degwitz, Arquitecto.
Venezuela, septiembre 2008,
Entre lo Cierto y lo Verdadero