domingo, noviembre 17, 2024
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El extranjero | Borja López Cotelo

«Soy un arquitecto romano porque soy paraguayo».

Solano Benítez zanjó con esta declaración la jornada Arquitectura y medio rural que, un año más, nos llevó a Callobre en pleno mes de julio. Aunque quizá no lo dijo y sólo fue una alucinación mía. Porque yo, he de reconocerlo, a esas alturas de la tarde llevaba horas luchando contra mi incapacidad para tolerar las temperaturas estivales del inland gallego. Conjeturé mientras escuchaba a Benítez que tal vez mi particular metabolismo sea consecuencia de repetidas inmersiones en las aguas gélidas de la ensenada de San Amaro. Luego, en uno de esos giros propios de las mentes febriles, recordé la creencia popular de que en el fondo rocoso de esa misma playa descansan los huesos de cientos de caballos, de los caballos que las tropas inglesas desplegadas en auxilio de España ante el avance napoleónico dejaron atrás cuando se embarcaron a toda prisa en su huida de los soldados franceses. Pero aquellos británicos que abandonaron la ciudad atropelladamente no olvidaron llevar consigo las llaves de la ciudad de A Coruña, que aún hoy son custodiadas en el castillo galés de Caernarfon.

El extranjero Borja López Cotelo © El primo Ramón 01
El extranjero | Borja López Cotelo © El primo Ramón

En el viaje por carretera hacia A Estrada, incluso durante buena parte de la mañana, había conseguido mantener cierta lucidez. El calor solo había sido una ligera incomodidad durante unas primeras horas del día en las que João Mendes Ribeiro -un portugués que habló en esa lengua que compartimos- explicó su intervención en unas termas romanas. Me hizo pensar hasta qué punto los romanos sabían hace dos milenios que el Miño nunca sería frontera; deduje que por ese motivo Décimo Juno Bruto Galaico entendió que rendiría Gallaecia una vez que cruzó el Limia, ese río al que Roma otorgaba el sobrenatural poder de sumir en la desmemoria a todo aquel que tocase sus aguas: el legendario Leteo. Mendes Riberio habló bajito, con una delicadeza que no consiguió disimular la audacia de sus proyectos; mostró bocetos de líneas frágiles como pasos engañosamente dubitativos de un funambulista sobre el alambre, acompañándolos de unas palabras casi susurradas que -sin embargo- desvelaban valentía tras cada decisión y un compromiso profundo con cada lugar al que su arquitectura ha sumado un nuevo estrato. Citó un par de obras de Lina Bo Bardi, una arquitecta brasileña de Roma.

Casi al final de la charla, un perro de elegante color gris marengo entró en el galpón que sirve de auditorio y se quedó mirando la imagen proyectada en la pared durante un buen rato.

Creo que fue sobre esa hora cuando empecé a delirar. Recordé haber leído en alguna parte que la palabra ‘marengo’ deriva del color de la casaca que Napoleón -otra vez él- vistió en una batalla librada cerca de una villa piamontesa del mismo nombre, y que en ese mismo lugar -muchas décadas después- se encontró un importante tesoro romano. Pensaba en esto mientras todos caminábamos apresurados, como en plena huida a Egipto a través del desierto, para arremolinarnos bajo la sombra de un árbol salvador: había llegado el momento de la comida, la conversación y el vino redentor. Colina abajo, no muy lejos de nosotros, me pareció distinguir fugazmente un Baco lampiño conversando con un sátiro pero probablemente se tratase del sobrino de Pepe Valladares acompañado de su inseparable cabrita.

En todo caso, me hizo caer en la cuenta de que fueron también los ubicuos romanos quienes trajeron a este córner ibérico el milenario arte de cultivar la vid.

El extranjero Borja López Cotelo © El primo Ramón 02
El extranjero | Borja López Cotelo © El primo Ramón

Pronto nos llamaron de nuevo a filas: el tiempo de comer y beber había acabado, hablaba Solano Benítez. Ahora sí -me dije-, un extranjero. Aunque, en realidad, creo que la palabra se me vino a la cabeza por un pasaje de la novela homónima de Camus, aquel en el que ese argelino francés de origen español describe con maestría inigualada la asfixiante atmósfera canicular norteafricana:

«El resplandor del cielo era insostenible. El sol había hecho estallar el alquitrán. Los pies se hundían en él y dejaban abierta su carne brillante… Todo esto, el sol, el olor del cuero y del estiércol del coche, el del barniz y el del incienso y la fatiga de una noche de insomnio me turbaba la mirada y las ideas… Sentía la sangre que me golpeaba las sienes».

El extracto corresponde, curiosamente, al momento en que el protagonista de la historia acompaña el féretro de su madre fallecida en una aldea argelina, una aldea que los franceses bautizaron Marengo para conmemorar la mencionada victoria napoleónica en el Piamonte. Y que, como cerrando un círculo, fue construida al pie de la ciudad latina de Tipasa, cuyas ruinas recuerdan aún hoy que también allí llegó Roma.

Conseguí regresar mentalmente a Callobre y a Solano Benítez a duras penas, a pesar de la abrumadora presencia de aquel guaraní gigantesco y de su dominio de la escena. Lo escuché al principio con curiosidad, a veces casi intimidado por su voz de bluesman, y luego, poco a poco, con la felicidad del amigo a quien está siendo revelado un secreto. Porque esas obras de las que habló yo ya las conocía pero me incitó a mirarlas de otra manera, y para eso sirven, en mi opinión, los directos. Me vi obligado a entenderlas desde lógicas universales, desde la gravedad, la geometría y la materia: en concreto desde esa materia que, recogida del lecho de los ríos y moldeada por la mano del hombre, adquiere forma de ladrillo. Y, como el ladrillo que en Roma sirve de molde a la puzolana, este alcanza en manos de Benítez una versatilidad y una trascendencia inesperada.

Me di cuenta al momento de que su arquitectura no debe dibujarse porque dibujar la arquitectura es prefigurarla, lo que supone imponerle un límite a priori. Observando una fotografía en la que unos pesados sacos de cemento probaban la resistencia de una pieza de esbeltez inverosímil inventada in situ por Solano Benítez, concluí que ningún croquis habría sido tan osado y que, por tanto, sólo esa forma de hacer antigráfica puede cristalizar en su arquitectura empírica. Esto, por supuesto, dinamita mi credo arquitectónico pero -a decir verdad- no es la primera vez que me pasa. Por eso hace años que me volví un poco hereje también en este tema.

Una gallina pululaba entre los asistentes mientras el paraguayo hablaba de Japón, en otra de esas deliciosas yuxtaposiciones de lo universal y lo enxebere que siempre regalan estas reuniones orquestadas por Pepe Valladares en confabulación con su familia y sus socios.

Carlos Pita había presentado a Solano Benítez como ‘un arquitecto de Paraguay’. Sin duda lo es, porque la arquitectura -si es arte- es arte concreto y en consecuencia es un arte de lo posible: lo posible física, material, normativa, económica y socialmente. Son estos límites inevitables los que definen su forma, y la forma arquitectónica de Benítez es tan posible y tan subversiva a ojos europeos como el célebre mapa de América invertida dibujado por ese uruguayo de Barcelona que fue Torres García; pero intuyo que su arquitectura habría sido completamente distinta y exactamente igual en cualquier otro lugar del planeta, ya que evidencia ante todo un arraigo profundo en los fundamentos de la disciplina. Justo cuando empezaba a cuestionarme que fuese extranjero, sobrevino su desnuda confesión de romanidad.

El extranjero Borja López Cotelo © El primo Ramón 03
El extranjero | Borja López Cotelo © El primo Ramón

Todo había acabado un año más. El sol bajaba en el horizonte, la brisa atlántica se asomaba con timidez a ese punto remoto de la Terraferma gallega y la temperatura se había vuelto soportable. Nos hicimos la preceptiva foto de grupo, compramos una docena de huevos al niño que unas horas antes había confundido con Baco y nos subimos al coche. Observando el paisaje roturado de colinas y vides, atomizado desde hace siglos, me impresionó recordar que Roma había expandido su frontera hasta Caledonia y que allí, en aquel confín de Britania, erigió Adriano un muro inmenso.

Cruzamos entonces un Ulla que me pareció el Rubicón y, bajo un resplandor amarillo eléctrico de uvas que lo teñía todo, me pregunté si Sir David Chipperfield será un arquitecto romano.

Borja López Cotelo
Ostia, verano de 2024

Borja López Cotelo
Borja López Cotelohttp://lasonceymedia.com/
Borja López Cotelo y Maria Olmo Béjar, arquitectos por la ETSAC desde 2007. Borja López Cotelo, arquitecto doctor por la Universidade da Coruña desde 2013.
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