Del Pritzker, de la memoria y de la arquitectura
Entrevista realizada por Luis Alberto Monge (LM), director académico de arquitectura de la Universidad Latina de Costa Rica, al arquitecto Carlos Jiménez(CJ),1 en junio de 2024, con motivo de su participación como conferencista principal en la XVII Bienal Internacional de Arquitectura 2024: Arquitectura Circular de Costa Rica.
Hay en algunas de sus obras lo que yo interpreto como la puesta en práctica de una estrategia proyectual que parte desde las preexistencias, por ejemplo en el convento Won, para mí es muy evidente que cada elemento relevante del lote se integra al diseño, en especial los árboles, y es aún más evidente en su casa en que además de integrar los elementos del terreno, da la sensación de que cada vez que se interviene se integran los elementos existentes de construcciones pasadas, de allí que me gustaría preguntarle: ¿cómo definiría su proceso de diseño?
Mi proceso de diseño empieza con observaciones intuitivas del terreno y un análisis general de su entorno y circunstancias. Después de escuchar cuidadosamente lo que el cliente nos presenta en su programa inicial, trato de imaginar una u otra solución óptima a través de dibujos casi espontáneos. A veces este proceso se convierte en una búsqueda intensa de varios días, otras veces aparece como un inesperado descubrimiento.
En el caso del Centro Budista Won lo que me cautivó de inmediato fue la fuerza y belleza de los árboles que existían en el lugar. Intuitivamente sentí que estos magníficos robles ya delineaban un volumen muy especial que había que revelar a través de una arquitectura específica. El entorno discordante del terreno me condujo hacia una forma compacta y elemental, y hacia un deseo a establecer un refugio alejado del bullicio alrededor. También la esencia de esta fe budista influyó mi proceso de diseño, pues encaja y acierta con mi propia filosofía de la vida.
En relación con el proceso de diseño de mi casa y estudio, yo lo defino como un complejo viaje de viajes en el tiempo. Por más de cuatro décadas he podido construir muchas arquitecturas dentro de sus formas simples. Creo que la complejidad más exquisita existe en las formas simples, rinden más porque te dan más libertad y agilidad en el tiempo. En este conjunto de pequeños edificios que forman mi casa estudio he logrado realizar una arquitectura muy personal, integrando y reflejando las vicisitudes y cambios que han marcado mi vida.
Usted le da un gran valor a la memoria del lugar, hay una constante en muchos de sus proyectos, las estrategias como las de preexistencias que comentaba antes, por ejemplo, los proyectos en Marfa que además intentan preservar la esencia del pueblo, me lleva a preguntarle: ¿por qué considera tan importante este rescate o destaque de la memoria en tiempos de la rapidez, de lo efímero, de lo pasajero, de lo instantáneo?
Sí es verdad. Creo que cada lugar posee una extensa memoria que la arquitectura siempre trata de continuar y al mismo tiempo suministrar nuevas memorias. En mi opinión una buena arquitectura nutre y cultiva un interminable jardín de memorias. Lo que más me impresiona e interesa de la arquitectura es cómo esta va tejiendo a través de momentos, a veces visibles o a veces sutiles, relaciones con el pasado, el presente y el futuro. Por esta razón me preocupa que la obra dure en el tiempo, en cómo esta se construye, tratar de construir buenos huesos como escuché a alguien decir una vez.
La arquitectura genera innumerables momentos efímeros que nos aportan una cierta felicidad y bienestar, y por eso hay que construirla bien para que dure más. Nuestro actual y batallador mercado está obsesionado en construir cada vez con menos calidad para sacar más ganancia. Esto produce una arquitectura de la rapidez, pasajera y devota solo a un presente vacuo. La memoria se puede entender como un material que aporta otro tipo de inversión cuyo valor esencial es el tiempo.
Quisiera aprovechar esta discusión sobre la memoria, o tal vez más bien acerca de lo memorable, para conversar sobre algo que siempre he querido preguntarle: ¿cómo valora su paso como jurado del prestigioso premio Pritzker, periodo en el que fueron reconocidos arquitectos de la talla de Jørn Utzon, Glenn Murcutt, Peter Zumthor, Richard Rogers o Paulo Mendes da Rocha?, ¿cuál era su norte o su enfoque para proponer la discusión sobre algunos arquitectos o más bien, a su juicio, ¿qué debía ser considerado en la selección del ganador?
Mi etapa de jurado del Pritzker no fue solo memorable, sino de gran aprendizaje. Fueron once años de viajes inolvidables a muchas partes del mundo, visitando un extenso catálogo de arquitecturas y ciudades, conociendo un impresionante desfile de arquitectos y personajes. Mi aportación en el jurado se basaba en promover un enfoque ecuménico de la arquitectura, libre de tendencias o ideologías particulares.
Mi prioridad y criterio fueron siempre la calidad de la arquitectura y su arquitecto o arquitecta, su aporte a la disciplina, su beneficio individual o colectivo, su belleza, su elocuencia, entre otros valores. Habrá alguien o algunos que pensarán que han sucedido equívocos a través de la trayectoria del premio. Por lo que concierne a mi etapa, me siento muy orgulloso y satisfecho con las elecciones que junto a mis colegas realizamos.
Finalmente, no me imagino ninguna relación entre los cafetales de Costa Rica y las súper autopistas de la ciudad de Houston, pero su vida y sus vivencias fueron creando vínculos entre ambos mundos, casi como si todo estuviera construido dentro de un realismo mágico,2 hay una historia de vida muy bien articulada, por eso me gustaría preguntarle: ¿si ese recuerdo del campo y los cafetales de su infancia son el contrapeso para equilibrar su arquitectura y alejarla de la frivolidad y mercantilismo?
En otra ocasión te comenté que siempre es difícil regresar al lugar donde uno nació, pero más difícil es dejarlo del todo. Viví en Costa Rica mis primeros quince años y estas vivencias me marcaron para el resto de mi vida. Todo lo que soy lo sentí y aprendí primero en este pequeño paraíso, donde su acertado refrán de “pura vida” me contagió con su fuerza telúrica y poética. Cómo olvidar sus bosques de lluvia plateada, sus animales inverosímiles, sus playas intrépidas frente a la vastedad del mar, tantas y tantas otras cosas que me impactaron desde que yo recuerdo.
Pienso que la arquitectura es una de las grandes experiencias humanas que nos permite vivir día a día bajo su arco de generosidad, belleza y memoria.
Desafortunadamente, hoy se produce mucha arquitectura que el mercado promueve, explota y manipula, exprimiendo cualquier calidad de vida a cambio de un producto que se usa y consume, se compra y vende, se saca provecho a la cantidad a costo de la calidad, y al final de cuentas tiene poco valor lo realizado. No me refiero a que hay que perseguir una arquitectura de A mayúscula, o una arquitectura de gran costo, todo lo contrario. Siento que entre más modesta y bien construida sea una arquitectura es mejor, y mejor inversión para ganarle tiempo al tiempo y eso lo aprendí en Costa Rica.
Con esta reflexión termina esta corta entrevista, corta porque hablar con Carlos Jiménez es realmente un placer y nunca alcanza el tiempo para conversar sobre todo lo que uno desearía, su hablar pausado, meditado y calmado es el reflejo de la sabiduría que le han dado los años y la experiencia, pero también es la voz del maestro, del profesor hablando, cada pequeña conversación es una clase de la que se aprende casi sin percatarse.
Notas:
1 Carlos Jiménez nació en San José, Costa Rica, en 1959 y se trasladó a Estados Unidos en los setenta. Es profesor de grado y de posgrado, inició su carrera docente en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Rice como crítico invitado en 1987 y desde 1997 es Profesor Titular. Es el arquitecto principal en Carlos Jiménez Studio, una firma de arquitectura en Houston fundada en 1983, internacionalmente reconocida y ganadora de premios. Jiménez también fue jurado de los afamados premios Pritzker de arquitectura durante diez años (2001-2011).
2 El realismo mágico es un movimiento literario y pictórico que surge a principio del siglo XX, como parte de las vanguardias y se define por su preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común. De este modo, es una narración basada en la observación de la realidad, donde tienen cabida singularidades y extrañezas dentro de la normalidad.