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De cómo el mundo se convirtió en ciudad | Marc Chalamanch

“La Ciudad Ideal, fruto del pensamiento, no es otra cosa que el enunciado de un discurso que construye el enunciado de una ciudad real, proyectándola sobre la pantalla de la idealización. Esta aporía esconde una rica ambigüedad.”

Italo Calvino (Delfante, 2006:11)

Barcelona, (Jon Tugores ©)

La ciudad explica la historia y la evolución de la humanidad. Desde los primeros asentamientos urbanos hace unos 6000 años hemos vivido en ella nuestros ciclos, apogeos y crisis. La ciudad es y ha sido el lugar que explica la transformación de nuestra sociedad y el territorio donde se materializa su desarrollo a nivel político, económico, social, tecnológico y cultural. La ciudad se debate desde siempre entre ser una máquina o un instrumento de complejas funciones de eficacia, eficiencia y movilidad que nos permita hacer nuestros negotia (negocios) del modo más eficaz posible. Pero también es el lugar entendido como sede, como morada tradicional, como el ethos que acoge al hombre para darle seguridad y “paz” con la idea de casa. Se entiende la ciudad como un lugar de otium, un lugar de intercambio humano. Dos extremos sobre lo que es la ciudad que van fluctuando a lo largo de la historia: la de los negocios y el desarrollo material o la de las personas asumiendo así los rasgos de ágora. Se puede decir que la ciudad ha crecido siempre en un conflicto perenne y asumido entre la aparente contradicción de “deseos” y necesidades. Una contradicción tan fuerte que ahora puede ser la premisa para encontrar soluciones creativas que quizás puedan romper su continuidad histórica (Cacciari, 2010). Pero para empezar a plantear estas bases se tiene que entender bien la naturaleza histórica de la propia ciudad.

Es importante comprender que no existe una única ciudad, sino tantas ciudades como ciudadanos las viven. Tantas ciudades como formas de vida urbana conviven. Unas ciudades que nunca han podido ser reducidas a una utopía simplificadora a pesar de los intentos de conseguirlo a través de trazos matemáticos, geométricos, filosóficos, simbólicos, etc. Las ciudades son el reflejo de la complejidad de la vida cotidiana y de la percepción que de ella tienen los ciudadanos. Una percepción que es claramente subjetiva y diferente en función de sus individuos, su morfología, su educación y su cultura, de los medios de los que provienen y a los que pertenecen, según el estado físico y psicológico en el que se encuentran, etc. (Delfante, 2006).

Al mismo tiempo, la ciudad busca cómo adaptarse a una sociedad que la obliga a cambiar y transformar su forma, función y jerarquía, y que pide respuestas a unas estructuras urbanas con una lenta capacidad de cambio. Estructuras que son obligadas a adaptarse a las demandas del presente y futuras de una sociedad en red global y de un planeta en estado de emergencia medioambiental. Unas demandas que sobrepasan en parte los ámbitos de decisión de las ciudades pero que como parte importante del problema tienen que erigirse como la punta de lanza de su solución.

“La ciudad es una estupenda emoción humana. La ciudad es una invención; es más, ¡es la invención del hombre! (…) Una ciudad no se diseña simplemente se construye ella sola. Basta con escucharla, porque la ciudad es el reflejo de muchas historias. La ciudad está hecha de casas, calles, plazas y jardines que son el reflejo de la realidad, y cada uno de ellos narra una historia.”

Renzo Piano (Cassigoli, 2005:10).

Palacio real de Ebla | Fuente: Ancient-origens 

La ciudad empezó siendo, simbólicamente, un mundo y ha conseguido que hoy, en muchos aspectos, sea el mundo el que se haya convertido en ciudad. Pero después de haber pasado por la caverna y posteriormente por la aldea, los orígenes de los primeros asentamientos humanos tenían su sentido por la necesidad de construir un aislamiento defensivo junto con la pretensión de marcar una territorialidad. Orígenes estos de la ciudad que aún son oscuros y se encuentran muchas veces enterrados, pero que surgieron cuando existió una voluntad no tan sólo de adición sino también de organización del espacio, de preocupación por lo existente y de composición sobre la base de un emplazamiento elegido para dar cabida a unas sociedades cada vez más complejas y estructuradas (Delfante, 2006).

Sí que podríamos decir que en la génesis de toda ciudad histórica se pueden encontrar dos elementos comunes, asociados y ventajosos en un sitio determinado que juegan un papel clave para entenderlas. Por una parte, el hecho de ser sitios de paso que servían como nodos de conexión para la sociedad a la que pertenecían y entre el territorio sobre el que tenían influencia, por lo que la ciudad acaba derivándose en ciudad mercado. Y por otra parte, ser el lugar donde los grupos dominantes que transformaban la sociedad se la apropiasen para erigir las obras y los testimonios de su tiempo, la ciudad parasitaria, política y/o administrativa (Becchi et al., 2017).

Estado actual del gran templo de Teshub sede de la biblioteca de Hattusa | Fuente: Historiae web 

Se habla de las ciudades desde los primeros asentamientos Hititas (Hattusa cerca de la actual Büyükkale 1650 a.C., Emar actualmente Tell Meskene 2500 a.C., Ugarit 2000 a.C., Mari  2900 a.C. a 1759 d.C. o Ebla 2,600 a 2000 a.C. actual Tell Mardikh), los de Mesopotamia (Jericó 9600 a.C., Çatal Höyük 6500 a.C., Tepe Gaura y Galaat Giarmo, 5000 a.C., Erbil 2300 a.C.) y las de Egipto (Menfis hacia el 3200 a.C. o Tebas 1800 a.C.). Los comportamientos nómadas de los humanos en su búsqueda de alimento y agua se empezaron a hacer sedentarios en las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates donde las tradiciones sumerias o acadias se confunden con los principios asirios para desarrollar el urbanismo babilonio. En la cuenca del Nilo encontramos ciudades como c, Menfis y Pi-Ramsés que aún tienen que enseñarnos muchos de sus secretos hasta ahora enterrados.

Empezó allí una constante dicotomía entre el movimiento y el asentamiento de la vida humana que se alargará durante toda la historia. Los primeros asentamientos urbanos buscaban unas buenas condiciones orográficas, abundancia de agua y de tierra fértil que permitieran a sus pobladores adquirir el dominio en el uso y transformación de los recursos naturales. Un dominio que condujo a la revolución agrícola y con ella a las primeras lógicas de mercado dominadas por el factor climático en un tiempo circular. Los primeros testimonios arqueológicos de vida urbana se remontan a los años 3500 a 4000 a.C. y fueron la semilla de la posterior revolución urbana. Unos gérmenes para una sociedad basada en la cooperación, la división de roles, un enriquecimiento cultural progresivo en el lenguaje, la escritura, la política y la innovación tecnológica.

Erbil | Fuente: The Persians

Los egipcios representaban la ciudad con un jeroglífico síntesis de la representación de los lugares de cohesión y de intercambios, y al mismo tiempo de los flujos, es decir, del espacio público. Representaban con un círculo el lugar, la comunidad de personas, la organización política y su identidad cultural. Mientras la cruz representaba los flujos, el intercambio, la movilidad y las relaciones con el exterior (Borja & Muxí, 2003).

Jeroglifico de ciudad en Egipto Antiguo |Fuente: Researchgate.net 

En la época clásica, las civilizaciones griegas y romanas vieron surgir la democracia y el reconocimiento de sus pobladores como ciudadanos. Con ella surgió la necesidad de planificar la complejidad urbana. Pero también Grecia y Roma representaron dos modelos distintos de ciudad.

La polis griega era el lugar del ethos, la morada, el lugar de un grupo de gente unidos por los gens, con un mismo origen o raíz, con unas mismas costumbres y tradiciones. Polis viene de polites que significa el ciudadano. Lo que unía a los ciudadanos de la polis era su origen, el pasado y su sangre. En las ciudades griegas prevalecía la noción de arraigo terrenal, y tal como cuentan Platón y Aristóteles, esto no les permitía un gran crecimiento en contraposición al crecimiento vertiginoso y continuo de la ciudad romana. Pero la ciudad europea actual mantiene la nostalgia hacia la dimensión humana con la que pensamos la polis.

“De las dos creaciones helenísticas, la ciudad y la estatua, aún es la ciudad la más bella. Tiene además de la línea, el movimiento. Es a un tiempo estatua y tragedia, tragedia en el más elevado sentido de la palabra, espectáculo de un movimiento inserto en la libertad”

Eugeni d’Ors (Borja & Muxí, 2003:7).

Acrópolis de Atenas |Fuente: plano de phylosophy for life 

En Roma, en cambio, la civitas romana se refiere a ciudad. Proviene del latín civis y representa a un conjunto de personas unidas voluntariamente bajo unas mismas leyes. Un grupo que podía ser heterogéneo por su origen étnico o religioso, pero que se reunía para dar vida a Roma, la urbs, con el deber ineludible de venerarla. Todos tenían un mismo objetivo que los mantenía unidos, el futuro, de ahí el concepto de Roma mobilis, donde la ciudad en su esencia es “móvil”. Tenían como propósito común que Roma extendiera sus fronteras para construir un imperio sin límites temporales ni espaciales –imperium sine fine–, y terminar ejerciendo en él un dominio a través del imperio de la ley y no de las armas. Roma, la urbs, debía dar las leyes al mundo, el orbe. Una visión de ciudad unida para un fin grandioso que se asemeja a la esencia de la idea de la globalización.

Pasar de la orbis [orbe] a la urbs [urbe] para hacer coincidir los límites de la poleis con los del mundo en sus dimensiones espaciales y temporales; una visión esta que lleva implícita la idea de evangelización propia del ADN de la ciudad europea y que está ligada a la de civitas augescens, a la idea de ciudad que siempre crece, que se dilata. El carácter fundamental y programático de la civitas consiste en crecer. No hay civitas que no sea augescens. De hecho, la ciudad desde la perspectiva europea está muy ligada a la Romana donde gente diferente conviven bajo una misma ley. Podemos decir entonces que la evolución de la ciudad hacia la metrópoli ha partido de la civitas mobilis augescens romana, no de la polis griega (Cacciari, 2010).

Foro romano |Fuente: Wikipedia.es 

Fue con la caída del Imperio Romano de Occidente cuando se vivió una recesión urbana muy importante en toda Europa, aunque en otros continentes los imperios árabe y chino hacían aflorar nuevos asentamientos urbanos (Sánchez, 2012). Como referencia de las dimensiones de las ciudades cabe destacar que en el año 1000 d.C. la ciudad del mundo más poblada era Córdoba (España) con cien mil habitantes (Chandler & Fox, 1974).

La disolución radical de la forma urbana del mundo antiguo dio vida al nuevo espacio urbano europeo a través de instituciones que nunca antes habían existido con las nuevas ideas de derecho, las nuevas formas de comunidad y, con ello, el desarrollo de nuevos modelos de desarrollo urbano (Cacciari, 2010). Como dice Charles Delfante (2006) el “padre de nuestras ciudades” se encuentra en la Edad Media con una transformación que pasó desde la reducción del tamaño de las ciudades romanas, a la aparición de la Burgos (borough, borgo, burgo, burk) por razones defensivas, a la creación de las “bastidas”, al crecimiento de aldeas hasta convertirse en ciudades, o a la fundación de nuevas ciudades. El recinto amurallado como necesidad defensiva impulsa la ciudad hacia un desarrollo que la densifica haciéndola aumentar en altura. Estas estructuras urbanas diversas se adaptan a la complejidad de las exigencias de la economía urbana de los diferentes grupos sociales que la habitan: clero, nobleza, campesinos, artesanos. Se empiezan a necesitar así plazas abiertas para mercados, alrededor de los cuales crece la ciudad. Una ciudad que comienza a tener un espacio público común, complejo y unitario al que dan los edificios de carácter público, lo cual hace crecer el orgullo sentimiento de pertenencia.

Burgo de Osma | Fuente: Fotografía del Archivo Otto Wunderlich 

Las nuevas ciudades forman nodos de flujos comerciales con nuevos mercados y conectan continentes a través del mar. Así pues, ciudades como Venecia, Nápoles, Lisboa o Sevilla se encontraron entre las más grandes del mundo a mediados del siglo XVI.

Principales rutas comerciales del siglo XVI

Posteriormente con la llegada de la máquina de vapor y la Revolución Francesa en el siglo XVIII se consolidan las ciudades como centros de producción industrial y comercial en un tiempo lineal (Sánchez, 2012). Las murallas del siglo XVIII ya sólo tienen el valor de definir el dentro y el fuera para los propósitos fiscales, los límites que distinguen entre la urbe et orbi. Los muros van desapareciendo mientras que las puertas quedan como contrapunto. La desaparición de la muralla no se borra ya que su huella se convierte en el arranque de la ciudad periférica, muchas veces convertidos ahora en anillos de tráfico rodado (Azúa et al., 2004).

Es el momento en el que aparece la metrópoli, la GroBstad, regulada por la industria y el comercio gracias a haber tenido como punto de partida la civitas romana en vez de la polis griega. Partimos de la idea de la ciudad civitas mobilis augescens para explicar la historia de la transformación urbana y de las revoluciones políticas en las que la ciudad siempre se encuentra en el centro. Es el momento en el que surgen las bases de la democracia actual y del urbanismo moderno. Una forma urbis quep partiendo de las características de la civitas ha sufrido un proceso de disolución de toda identidad urbana en la ciudad contemporánea que es la metrópolis. Unas formas urbis tradicionales que eran totalmente diferentes, por ejemplo, entre Roma, Florencia y Venecia, y que ahora se han convertido en una misma forma urbis sin identidad propia (Cacciari, 2010).

La ciudad industrial, origen de la ciudad-territorio, es la que provoca la migración desde las zonas rurales para expandir las ciudades traspasando sus antiguas murallas para crecer con ensanches. Es el lugar donde se une la producción, el mercado y el intercambio, los tres aspectos a los que se reduce cada sentido de la relación humana. Sobre el concepto de “valor” se acaba proyectando el crecimiento y desarrollo de la ciudad. Una ciudad que irradia poder fundamentalmente por la explotación de la tierra. Son tiempos donde se transforman muchos de los lugares simbólicos y otros más tradicionales acaban por desaparecer bajo la Nervenleben, “la vida nerviosa” de la ciudad. La ciudad industrial aparece a partir de grandes y macizas construcciones nuevas que producen una energía movilizadora y móvil, con el objetivo de dinamizar toda la vida. Es entonces cuando empieza a nacer la idea de centro histórico hasta convertirlos en museos de nuestra memoria y nuestros recuerdos. La metrópoli se fundaba sobre unas métricas bien reconocibles basadas en la dialéctica entre el centro y la periférica, y la división del planeamiento urbano entre las funciones productivas, las residenciales y las terciarias (Cacciari, 2010).

Entrado el siglo XX la ciudad se concentra en la construcción de las infraestructuras de transporte y comunicación. Estas infraestructuras son esenciales para el desarrollo de una economía a nivel mundial basada en la producción de bienes y servicios. Con la aparición del vehículo privado se difuminan los límites entre lo rural y lo urbano mediante procesos de suburbanización y dispersión urbana, sobrepasando los límites de la ciudad para llegar a consolidar las áreas metropolitanas (Muñoz, 2008). Esta ciudad-territorio construye un espacio indefinido, homogéneo e indiferente en sus lugares, sin ningún tipo de lógica basada en un proyecto global unitario. Siempre en movimiento, la ciudad moderna se esfuerza en transformarse en un lugar de paso o de llegada. Es una ciudad donde los acontecimientos cambian tan rápidamente que llegan a impedir la conservación de recuerdos del pasado entre dos generaciones.

Actualmente ya el 55% de la población mundial vive en las ciudades con una estimación del departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas de llegar al 68% en el año 2050, un aumento de la población urbana que supone y supondrá un gran reto de gestión para conseguir un desarrollo sostenible (ONU DAES, 2018). Un crecimiento que se prevé desigual en términos geográficos y en el que confluyen dos factores importantes, la migración de las zonas rurales a las ciudades junto a un aumento demográfico mundial.

En 1950 había en el mundo ochenta y tres ciudades con más de un millón de habitantes -cincuenta en países industrializados. En la actualidad hay trescientas y la mayoría en países pobres, de ellas treinta y tres ciudades superan los veinte millones de habitantes – veintisiete en países pobres. Y las “megaciudades” con poblaciones superiores a los 10 millones de habitantes ya son más de 43 con Tokio a la cabeza, con más de 43 millones de persones en personas. El mundo se ha vuelto urbano y las ciudades el hogar de más de la mitad de la población del mundo, mientras producen cerca del 80% del PIB. Mientras, la población aumenta sin parar, de los 7.700 millones de habitantes en la actualidad se espera que se llegue a los 9.700 en el año 2050 según las Naciones Unidas (UNFPA, 2019).

Mapa urbano del siglo XXI (UNFPA)

El aumento de la movilidad social fomentará la competencia entre ciudades. En las grandes megalópolis se concentrará una gran parte de la población y de la producción mundial pero las ciudades pequeñas y medianas cobrarán cada vez más importancia. Será la oferta de una mejor calidad de vida y de condiciones para el desarrollo económico que permitirá crecer más rápido a una ciudad en competencia unas con las otras. Por esta razón, en el futuro, las políticas para las ciudades deben estar necesariamente en el centro de la agenda de la UE y de los gobiernos de sus Estados miembros (Reviglio et al., 2013).

World City populations 1950-2035 | Fuente: luminocity3d.org

Naturalmente estos increíbles crecimientos provocan unas ciudades con vastísimas áreas arquitectónicamente indiferentes para las funciones de representación, financieras y directivas, rodeadas de periferias residenciales “guetíficas” con zonas comerciales de masas y “restos” de producción manufacturada. Unas ciudades donde el coche y todos los referentes de movilidad son la clave para su propio funcionamiento. Otro modelo es el del Japón donde la ciudad ya coincide con todo el territorio. Las ciudades se convierten en territorios que se miden por el tiempo en el que se recorren y donde el espacio se vuelve un obstáculo, una condena. Territorios que han cambiado la referencia espacial por la temporal. Al mismo tiempo, los ciudadanos buscan la velocidad para llegar a desear casi la ubicuidad dentro de la ciudad convertida en territorio, pero también que esta se organice por lugares de acogida (Cacciari, 2010).

Path trough London, Eric Fischer

En la ciudad posmoderna los gobiernos locales se debilitaron y fueron cediendo poder frente al neoliberalismo económico y el capitalismo financiero, la urbanización se vuelve especulativa fomentando la construcción de una sociedad atomizada y individualista. En esta circunstancia, se torna complicado compatibilizar la competitividad económica con el reto de la cohesión social y la necesidad de la sostenibilidad medioambiental en ciudades gobernadas por gobiernos que fomenten la democracia real y la participación ciudadana (Borja et al., 2012).

“’La geografía es el destino’, uno de los famosos adagios sobre el mundo, se está volviendo obsoleto. Los argumentos de siglos atrás sobre cómo el clima y la cultura condenan a algunas sociedades al fracaso, o cómo los países pequeños quedan atrapados para siempre y sujetos a los caprichos de los más grandes, están siendo revertidos. Gracias al transporte global, las comunicaciones y la infraestructura energética (autopistas, ferrocarriles, aeropuertos, oleoductos, redes eléctricas, cables de Internet y más), el futuro tiene una nueva máxima: ‘La conectividad es el destino’”.

Khanna, 2016: 27.

Es a finales del siglo XX cuando empieza a nacer la ciudad actual fruto de la revolución de la Sociedad de la Información. Una ciudad convertida en el nodo principal de una sociedad red a nivel global que supera sus propios límites territoriales y sobrepasa los ámbitos de influencia y poder del Estado-Nación. Podemos decir que la ciudad padece una crisis espacial paralela a la crisis de soberanía territorial que sufren los Estados.

Jon Tugores ©

En la ciudad se concentra la materialización de una enorme complejidad de ideas y conceptos que sintetizan los procesos territoriales que explican la reestructuración económica y social postindustrial: la ciudad global (Sassen, 2007), La Ciudad Informacional o el Espacio de Flujos (Castells, 2001), la Ciudad Virtual o Ciudad de Bits (Mitchell, 2000) o la Metápolis (Ascher, 2004), ciudad multiplicada (Muñoz, 2008)…

No podemos olvidar que la ciudad es la creación del hombre para el hombre más grande y compleja que ha realizado. En ella las personas se convierten en ciudadanos buscando el anonimato, la diversidad y la libertad en un entorno compartido. Las ciudades también son los lugares de la lucha colectiva y la solidaridad, y el entorno con el potencial para hacer a los seres humanos más complejos. Es el espacio donde se aprende a vivir con extraños y compartir sus vidas. Al mismo tiempo es el lugar donde se pueden desarrollar múltiples identidades en un entorno que tiene el poder de lo desconocido, de la ausencia de una definición y una identificación. El gran reto de las ciudades y de la vida urbana es saber cómo conseguir que las complejidades que forman la ciudad lleguen a interactuar (Sennett, 2007).

“Lo que le importa a mi Marco Polo es descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son solo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”.

Calvino, 1993: 6.

En la ciudad, a pesar de las dificultades de sus complejidades y dinámicas que la forman, es donde la ecuación de lo imposible no significa una renuncia al desarrollo ni a la búsqueda de la ciudad justa. La ciudad podríamos decir que es una constatación de la imposibilidad de cerrar soluciones eternas. Es un cuerpo vivo y en evolución constante, es decir, es un sistema abierto (Borja et al., 2012). En el siglo XX y hasta los años setenta, políticos, sociólogos, economistas y urbanistas creyeron en la capacidad taumatúrgica del urbanismo para garantizar un espacio digno para los ciudadanos, con una redistribución del capital físico y económico de la ciudad, pero en las últimas décadas se ha llegado a la negación de la capacidad del urbanismo como instrumento para la construcción de una ciudad más justa y eficiente que contribuya a las mejoras sociales, a la lucha contra la desigualdad y a la injusticia espacial, o mejor dicho, tiene una fuerte responsabilidad en el agravamiento de las desigualdades pero también es el punto de partida para su minorización (Secchi, 2015). Un mundo mejor sólo es posible cuando se tiene consciencia de que la desigualdad social representa uno de los aspectos más relevantes de la “nueva cuestión urbana” (Secchi, 2015).

El urbanismo tiene el principio de construir la ciudad, de mejorarla, de ordenar su crecimiento y su desarrollo. Tiene la obligación de establecer dialécticas entre el espacio construido y el vacío, entre el espacio público y el privado, y dar respuesta a las necesidades, comportamientos y aspiraciones sociales de sus habitantes. De esta manera el urbanismo determina el futuro de los marcos físicos de nuestra vida, reconoce y produce los lugares de referencia, define los trayectos cotidianos, los nuevos espacios urbanos y los espacios de la movilidad (Ascher, 2004). El urbanismo, pues, tiene que construir el entorno físico que permite cimentar un entorno relacional para sus habitantes, los ciudadanos.

Se entiende la ciudad como un lugar complejo y de significados relacionales. Un lugar basado en el ​​transporte como el acceso a la infraestructura física, pero también en la propiedad y los mercados de trabajo. Una ciudad tiene que ser un medio innovador para la interacción social y el uso de instalaciones culturales, donde constantemente se recombinen las conexiones relacionales locales y no locales, y a las que se acceden a través de redes tecnológicas (telecomunicaciones, redes de transporte de larga distancia y, cada vez más, el suministro de energía a larga distancia) (Graham, 1998). Estas redes cambian el metabolismo de la ciudad construyéndola en tiempo real y provocando unos cambios que van más rápidos que la propia capacidad de comprenderlos desde una perspectiva centralizada. Cambios que afectan a la manera de formular planes y políticas capaces de dar resultado en un entorno en continua transformación (Rheinglod, 2004).

La ciudad ha sido siempre y de diferentes maneras el lugar mágico y privilegiado para la innovación técnica, científica, cultural e institucional, pero al mismo tiempo también ha sido una máquina potente que ha servido para diferenciar y separar, para marginar y excluir a todo tipo de grupos sociales (Secchi, 2015). Unas desigualdades sociales que generan evidentes formas de injusticia espacial que se juntan con las consecuencias ya visibles en el cambio climático que padecemos y la evolución de la movilidad como un derecho de la ciudadanía (Secchi, 2010). Está claro que la ciudad no es más que una solución a un problema creando otros problemas donde millones de personas están involucradas en la búsqueda de soluciones para problemas que creando de nuevos. (Shusterman, 2001). Y en ello nos encontramos…

La forma urbis tradicional resulta ya imposible, han empezado nuevos tiempos donde la ciudad debe ser capaz de expresar, reflejar y dar respuesta a un tiempo de presente confuso y de futuro obsoleto. Tenemos que entender la ciudad como un ecosistema complejo que aspira a la autosuficiencia a través de la convivencia entre los humanos, sus construcciones y máquinas, con la naturaleza. Una ciudad capaz de superar los miedos de la incertidumbre demostrando su resiliencia en el liderazgo de los enormes retos que afronta la humanidad en el siglo XXI.

“Todos hacemos ciudad de pensamiento, obra u omisión” presentación de la Declaración de los derechos Urbanos” lema de The Universal Declaration of Urban Rights.

The Universal Declaration of Urban Rights, n.d.:1

Agnes Denes “For Wheatfield – A Confrontation” New York 1982 | Fuente: haomaearth.com

Marc Chalamanch · Arquitecto
Barcelona. Marzo 2020

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Marc Chalamanch
Marc Chalamanchhttp://www.chalamanch.com/
Es co-fundador del estudio de arquitectura y urbanismo ARCHIKUBIK Arquitecto y Urbanista licenciado por la ETSA de Barcelona, Universitat Politècnica de Catalunya. Máster universitario «Sociedad de la Información y el Conocimiento» en la UOC (Universidad Abierta de Catalunya). Su investigación académica, apoyada en su experiencia profesional, va dirigida al análisis de la transformación de la ciudad con sus actores, problemáticas y retos en la Sociedad Red.
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