En el S. XVIII el arquitecto neoclásico utopista Ledoux diseñó una ciudad ideal para una nueva sociedad ideal. Uno de los edificios de esa ciudad maravillosa era el Oikema: una «casa del placer». No es exactamente lo que estáis pensando; es peor. Al ciudadano (varón) de la nueva sociedad había que darle educación sexual, y no solo teórica, sino, sobre todo, práctica. Por lo tanto, eran necesarios unos establecimientos «científicos» que le mostraran al joven ciudadano todas las perversiones, y después le señalaran el recto camino y le dieran el servicio adecuado y óptimo.
(Curiosamente, para las jóvenes ciudadanas no se preveía nada similar. Supongo que el joven aprendería en estos establecimientos y ya se lo enseñaría después a su novia como pudiera, cuando fuera su esposa. Digo yo). A este edificio le dio forma de… sí. Es cierto. Podéis creerlo.
A este edificio le dio forma de… sí. Es cierto. Podéis creerlo.
Sus ideas sociales podrían ser revolucionarias. Su arquitectura nada de nada. Pasillo, habitación, habitación, habitación… Vamos, lo de siempre. Con una sala elíptica innecesaria para hacer de glande y dos galerías semicirculares, también completamente gratuitas, para los testículos.
Se me cae el alma a los pies. Qué cosa tan chabacana, pero, sobre todo, tan estúpida.
Pero esta otra planta ya es porno:
Y me hace dudar de la formación sexual del propio Ledoux. Hijo: ¿dónde te has metido? (O, mejor preguntado: ¿Hasta dónde?).
No sigo por ahí. Es que hay que ser bruto.
Solo añado que el torpe de Ledoux ni siquiera supo resolver arquitectónicamente su edificio. Porque lo que plantea en planta no sabe resolverlo en alzado.
Las plantas no se ven. Nadie puede apreciar la planta de un edificio. Un edificio solo se ve como una sucesión de perspectivas. La planta es una abstracción que una mente bien entrenada puede reconstruir a posteriori (sobre todo si le facilitan los planos).
¿Para qué propone Ledoux semejante chorrada, si luego no la lleva hasta el final, si luego sólo son columnatas y frontones que nadie puede entender?
Curiosamente, esa arquitectura «utópica» e «ideal» se dio en pleno «siglo de las luces», en pleno racionalismo.
Hoy hemos prosperado. Hoy nos hemos liberado del clasicismo y podríamos hacer un pene 3D hasta con la venilla esa tan graciosa. Hoy estamos muchísimo mejor.
Creo firmemente en la arquitectura. Creo que la arquitectura tiene su propio lenguaje, sus propias herramientas, sus propias estrategias, y que no está bien darle a un edificio la forma de un ojo solo porque tenga una función visual (un cine, por ejemplo).
Queda muy simpático, sí, con su párpado abierto
y con su párpado cerrado.
Pero aparte del gasto tremendo que supone hacer esos párpados que se abren y se cierran, ¿para qué sirve todo eso? ¿Para qué sirven esos enormes espacios residuales que quedan entre los párpados y la bola central en la que se encuentra el cine propiamente dicho?
¡Qué despilfarro! ¡Qué inutilidad! Tantísimos metros cuadrados para nada.
Pero, eso sí, el edificio es altamente simbólico.
-María Soledad, ¿cuál de todos estos será el cine?
-Pues ese, el que tiene forma de ojo.
-Anda, es verdad. Pero espera, que me estoy meando. Voy primero al de Ledoux.
-¡Que no, Jesús Manuel, que no es para eso!
-¿Y dónde estarán los aseos de señoras?
La arquitectura no tiene ninguna necesidad de simbolizar nada. No debería ser un metalenguaje de sí misma. Eso no funciona, no sirve para nada y sale carísimo.
Además, impelido por la propia simbología, el arquitecto se ve obligado a disponer espacios inútiles, o a darles una forma que no es la que más les conviene. ¿Un conservatorio con forma de piano? ¿Un hospital con forma de enfermo? ¿Un parlamento con forma de pesebre?
No, radicalmente no.
Quiero escuchar un concierto en un auditorio con buena acústica y con butacas cómodas, no en uno que parezca un saxofón y que sacrifique todo lo demás (acústica, comodidad, recorridos, presupuesto) a la forma del saxofón (que, por cierto, es idónea para que un tubo de metal suene a saxofón).
Aprendámoslo de una vez: Los edificios no significan nada. No tienen significado. O, en todo caso, haciendo una lectura semiótica de la arquitectura, diremos con Umberto Eco que el significado de un edificio es su función. Solo su función. No busquemos metáforas ni flores de colores. Es solo arquitectura. Nada menos.
José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · noviembre 2011
Autor del blog arquitectamoslocos?