Yo era como un niño de pan, así me llamaban, pedía -a mis padres- ir a comprarlo; demostrar que podía hacerlo era para mí era una gran responsabilidad. Desde llevar la bolsa de tela con bordados hechos por mi madre, el dinero empuñado en la mano, contar con los dedos que me entregaran la cantidad exacta, escogerlos de la vitrina, señalándolos uno a uno (ante la mirada atenta del despachador) eligiendo siempre los más tostados, hasta contar el vuelto –ya con la mano estirada- antes de salir raudamente de la panadería e ir corriendo a casa para que no se enfríen.
Llegar a casa, poner la mesa, centrar la panera, y entregar el vuelto, que era contado -inadvertidamente- por mi madre; era todo para mí. Pero, no iba y venía solamente, estando en la calle observaba muchas cosas.
Siempre -de niño- había procurado aventurarme a la calle, andar sin pisar las líneas de la calzada, sentir la grama húmeda en mis piernas -aun de tez suave-, había días que cuando salía de casa sentía -ya en la calle- que un hada madrina me llegaba a alcanzar y tocar con su varita mágica sobre mi cabeza. Lo curioso es que desde que lo he sentido no ha dejado de hacerlo. Pienso que son muchas hadas -de todo tamaño y velo- las que me han llegado a tocar la cabeza al vuelo con su varita mágica.
Confieso que desde pequeño quizás le he corrido asustadizamente -para que no logre alcanzarme- pensando que me caería una maldición o una llamada de atención por desobedecer a mis padres. Pero, igualmente, escabullándome me llegaba a tocar, y lo más curioso es que a penas lo hacía su figura se esfumaba rápidamente. Luego casi a penas la podía sentir. Esa sensación ingresaba a mi morada y luego al alma, algo así como a la casa y luego al hogar de uno.
Con el pasar del tiempo ya no corro cuando la veo, me calmo, la aguardo, la miro, intento tocarle su mano con el índice estirado, pero sin lograr alcanzarla: eso si siento poco a poco como su energía se vacía desde lejos hasta agotarse en mí.
A medida que uno crece cada vez se siente más sutilmente, algún día quizás ya no la vea porque vivirá en mí.
Tu propia vida te aclama por donde vas y pisas, solo tienes que levantar la mirada y estar atento por si un hada madrina te escoge o elige, solo tienes que andar sin sendero, solo andar. Así, hasta hacerte adulto y volar.