Acabo de leer un texto escrito por Gerard Mortier, titulado «Escenografía y ópera: historia de una emoción», en el que menciona una nueva e interesante relación entre arquitectura y cine, cuando escribe sobre el Festspielhaus, de Salzburgo que, según él,
«se corresponde con la estética del cinemascope. Fue construido en 1958 precisamente cuando comienza el cinemascope en el cine. Pero el cinemascope no funciona en el teatro. Cuando se está en las primeras filas del Festspielhaus hay que mover la cabeza de un lado a otro, como en un partido de tenis, pero en el teatro ha de ser posible ver el escenario en su totalidad».
Aunque Mortier se equivoca en cuanto al año de comienzo del CinemaScope –La túnica sagrada, primera película en ese sistema se estrenó en 1952-, si es verdad que a finales de los años cincuenta estaba en pleno auge, por lo que la comparación es muy oportuna. La televisión, contra la que aparecieron las grandes pantallas en los cines, influyó en la arquitectura de un teatro mundialmente reconocido y además esta influencia fue negativa desde el punto de vista del espectáculo teatral.
En ese mismo texto Mortier habla sobre un árbol de Amarcord, el apartamento de Amor y además critica negativamente el edificio del Palacio de las Artes Reina Sofía en Valencia de Santiago Calatrava (supongo que no conocía el auditorio de Tenerife), pero esto quizás lo comente en otra ocasión.
Lo que no quiero pasar por alto es recomendar el libro donde se ha publicado, se titula: In audatia veritas: Reflexiones sobre la ópera, el arte y la política, está publicado por Confluencias, y aunque no lo he acabado todavía, ya he podido disfrutar de un gran artículo sobre la unidad europea.
Jorge Gorostiza, arquitecto.
Autor del blog Arquitectura+Cine+Ciudad
Santa Cruz de Tenerife, abril 2015