Teníamos nosotros los hermanos maracayeros, junto con mi madre porque mi padre era aragüeño de corazón y preferencia, desde esa ciudad adormilada que era la capital de Aragua donde vivíamos, una fascinación con Caracas. Creo que en lo que a mí respecta había ya una afinidad con el clima porque a mi humanidad delatora de mi ascendencia alemana nunca le ha gustado el calor a menos que se atenúe con los alisios de nuestra costa. Y cada vez que veníamos a Caracas a visitar primos1 modernos que comían Corn Flakes en el desayuno y les recomendaban ponerse un suéter para ir a jugar afuera, era como una fiesta.
La capital siempre prometía2 darnos sorpresas de progreso, cumplidas con alguno de los edificios que en esos años cuarenta y muchos comenzaban a elevarse en algunas partes de la ciudad. Recuerdo el edificio Galipán en construcción, hoy desaparecido para angustia de algunos entre quienes no me cuento, que nos parecía enorme, casi desmesurado, que se iba levantando demasiado lentamente, tal vez porque era bastante grande, tal vez porque aún no llegaban las prisas de los años cincuenta.
Desde la casa de mi acomodada tía materna en Campo Alegre, que se llamaba Carlota y de allí el nombre de mi hermana hoy fallecida, había que atravesar una línea de tren activa por donde circulaba una autovía que una vez chocó al Studebaker negro de mi padre, quien se había quedado sin poder meter el cloche dejando la parte trasera del carro sobre uno de los rieles. Nada grave pasó y hasta se bajó el conductor de la autovía ante la vergüenza de mi viejo que tuvo que pagar después tres marrones por la reparación del guardafango.
Porque las capitales tienen ese atractivo para las provincias, son anunciadoras de progreso
El cual veíamos ejemplificado en los edificios que crecían con aspiraciones de modernidad. Que por cierto no identificábamos con El Silencio, por donde había que pasar llegando a la ciudad en carro. Allí, invariablemente uno de nosotros, no el mayor, futuro arquitecto, sino el que sería odontólogo, lanzaba desde una de las puntas del asiento de atrás garantizada por ser el segundo en edad, sus frases contrarias a la imitación de columnas panzudas y portadas coloniales en las que había incurrido, joven y aún no catequizado por lo moderno, Carlos Raúl Villanueva, quien habría de ser nuestro profesor una década después.
También hicimos un par de veces el trayecto desde Maracay en tren, en la autovía o con locomotora. Después de un transitar lento y fastidioso por las llanuras aragüeñas, la excitación comenzaba en los arriesgados viaductos ferroviarios entre las depresiones montañosas del muy hermoso paisaje de los altos mirandinos. Y luego Caracas se abría a nuestra curiosidad en el transitar desde la Estación de Palo Grande hacia el Este.
Unos años después mi madre había decidido la mudanza para garantizar la educación universitaria. Aquí vinimos a tener por el año cincuenta y tres. Y en el trayecto que seguiría diariamente en el autobús Chacaíto-Carmelitas hacia el Colegio La Salle de Tienda Honda fui testigo de importantes transformaciones de la ciudad. Como la Ave. Urdaneta, abierta a través de la decaído damero, o la Ave. Bolívar, cuyos edificios iniciales me maravillaban hasta el punto de que, esas cosas venezolanas, logré colarme en el ascensor de obra de una de las torres hasta llegar a la mismísima terraza superior. Tenía yo escasos catorce años, un bulto escolar y nadie me preguntó nada.
Después, ya vividos los años de la Ciudad Universitaria en la cual encontraba tantos estímulos, empezó a imponerse otra realidad. Primero la mía, más lleno de la ansiedad del adulto frente a lo que va perdiendo; y por supuesto la otra, la de la ciudad que aumentaba en habitantes de modo vertiginoso. Hoy veo mejor la paradoja que ha sido crecer sin progresar. Y en ese entonces apenas percibía la demagogia política que auspiciaba el surgimiento de la «otra» ciudad, la informal, hija del populismo que comenzó a hacerse dueño de todas nuestras mentalidades. O que se haría cargo el fantasma de la delincuencia hasta limitar hoy radicalmente nuestro modo de vivir. No creo que podría sentirme en paz con lo ocurrido si no fuese por el refugio familiar que construí hace casi medio siglo en las colinas del Sureste.
Y he visto como prolifera la nostalgia. Una visión de la ciudad que busca rescatar mínimos e irrelevantes vestigios de un pasado infundiéndoles un valor que escasamente tienen; quizás el único recurso frente al estancamiento que venimos padeciendo. Una visión que me es totalmente ajena y ha terminado posesionándose de los espacios periodísticos y hasta de la visión política.
Por ello apuesto a una Caracas que viva y se termine de construir, sí, de construir, a partir de lo que le imponen los tiempos presentes. En la que pueda vivirse el espacio público4 más allá de restaurantes caros o centros comerciales que inventan una ciudad artificial al mejor estilo de nuestra referencia norteña.
E insisto en que lo que va a rescatar el espacio público para hacernos vivir las virtudes de Caracas no es sólo la planificación, región preferida de un pensar urbano de viejo cuño, sino la acción concreta de rescate de aceras, plazas, circuitos peatonales, parques de cualquier tamaño, edificios institucionales públicos, tejido urbano regenerado, a cargo de una arquitectura de la ciudad asociada a proyectos que se sustenten económicamente. Y eso quiere decir superar una mentalidad surgida del barril sin fondo petrolero que tanto ha servido para aventuras de ignorancia política como la que venimos viviendo. Ese es el modo de ver la ciudad del cual quisiera ser testigo5 hoy. El que reemplazará la expectativa infantil o adolescente que me convirtió en caraqueño.
Óscar Tenreiro Degwitz, arquitecto.
Venezuela, Julio 2012
Notas:
1 No soy muy dado a celebrar aniversarios a pesar de que por razones familiares debo hacerlo con frecuencia. Y menos aún me inclino a rendir tributo a aniversarios de ciudades como es el caso de Caracas cada 25 de Julio. Pero, me pidieron que escribiera sobre esta ciudad. Lo hago desde una particular perspectiva personal, que quise remitir a la niñez porque de ella guardo muchas memorias idealizadas por el recuerdo que darían para, por lo menos, el capítulo de un libro autobiográfico que a veces digo que escribiré. Y me desdigo al pensar que por supuesto no le interesará a nadie, salvo a los amigos. Porque los familiares un poco lejanos ni le harán caso, como ocurre con estas incursiones semanales: Nemo propheta in patria.
2 Desde luego que soy un caraqueño bien afirmado a esta difícil ciudad. Nací aquí y en cierto modo eso era mi timbre de orgullo ante mis cuatro hermanos que eran de Maracay o de Valencia. Yo era el único capitalino podía decir a mucha honra. Pero esta ciudad se me ha transformado de una manera tan agresiva y desconsiderada que con frecuencia me pregunto si cabe algún tipo de orgullo en relación a un panorama urbano tan contradictorio.
Por un lado brillantez, paisaje hermoso, cosas que no están mal; y por otro lado deterioro, abandono, suciedad, confusión Y precariedad, no siempre indigna por cierto, en la «ciudad informal» que ha progresado a lo largo de décadas ante nuestros ojos sin que haya nunca habido un intento serio de asumir una acción pública coherente, distinta al regalo de materiales de construcción, láminas metálicas, potes de pintura, construcción de escalinatas, o timidísimos intentos de construcción de viviendas más organizadas. Campo propicio para los modos del malhadado populismo político.
3 Es indudable que harán falta muchos años para que alcancemos en esta urbe una calidad de vida razonable. Los gobiernos democráticos anteriores a la ridícula opereta autoritaria-revolucionaria que rige hoy el país, nunca pudieron diseñar un plan de acción sostenido en el tiempo. Dos facciones disputándose el Poder acusándose mutuamente de las cosas peores (que eran parcialmente ciertas) y con ello interrumpiendo cada cinco años cualquier anterior iniciativa, Era un ping-pong perverso muy parecido por cierto al que se ve hoy en la muy culta España donde parece increíble que no pueda darse un acuerdo político ante la enorme crisis que allí se vive: cada quien en su casilla. Y ante una realidad así es imposible que en un medio de tan escasas tradiciones urbanas como el nuestro, pueda prosperar una política de Estado sobre el tema urbano y en particular sobre Caracas. Por lo que debemos suponer que a partir de Octubre cuando derrotaremos democrática y pacíficamente a quienes han sumido a Venezuela en la más caricaturesca regresión, pueda ser posible «concertarse» para hacer lo que se debe hacer durante dos décadas por lo menos.
Y uso adrede la palabra «concertar» porque podemos aprender por ejemplo del Chile Post-dictadura, que los partidos democráticos pueden, deben, dar los pasos necesarios para crear condiciones políticas para una acción pública estable en el tiempo.
He dicho muchas veces que Chile y Venezuela son como una díada, como un Yin y Yang, de modo que lo que se da allá también se da acá pero de modo complementario. El Komandante actual de acá no es distinto al Komandante de entonces allá. Son lo mismo pero no son iguales. Y es de esperarse entonces que lo que allá ocurrió después de la tragedia pueda ocurrir, de modo análogo, aquí.
Esa es por supuesto mi esperanza. Porque la crisis urbana venezolana es de tal magnitud que nunca será superada si no hay continuidad en la acción.
4 El rescate del espacio público por ejemplo es una urgencia enorme. Junto con otras cosas tremendamente negativas, claro está, como la movilidad y la marginalidad que ya mencioné. Y en ese rescate debe cumplir un papel esencial una clara visión sobre la necesidad de construir la ciudad y dejar de lado una visión ñoña, mediocre, mínima frente a las enormes carencias, que parece haberse posesionado de la visión periodística y memoriosa de Caracas. Esta ciudad tiene que transformarse, ni más ni menos, Y ese esfuerzo exige miras no carentes de ambición, capaces de superar, no por ilegítimas, sino por secundarias, la mentalidad de los ghettos vecinales de clase media que a veces acaparan toda la atención. Y no es que lo vecinal no deba ser un punto de apoyo muy importante, sino que tiene que estar bien consciente de las complejas demandas de los casi cuatro millones de habitantes de la Gran Caracas.
5 Ya veremos si allá podremos llegar. Y mientras tanto sigamos esperando.