‘All safe, gentelmen ’.
Con estas palabras, Elisha Grave Otis tranquilizaba a la multitud que se había congregado en el Crystal Palace para comprobar la eficacia de su invento. Otis se subió a un aparato elevador y, una vez arriba, cortó el cordaje de la polea. En lugar de precipitarse al vacío, el artefacto se detuvo unos centímetros más abajo. Era 1854, y el inventor americano escogió para su ensayo un escenario que lo inmortalizaría tanto si fracasaba como si su invento resultaba eficaz: la primera exposición Universal de Nueva York.
El desarrollo de un sistema de seguridad para los elevadores de la época revolucionó el uso de estas máquinas. Los instrumentos de elevación mediante poleas y contrapesos eran conocidos desde la antigüedad, pero nunca habían sido un medio de transporte para seres humanos. En el siglo XIX, con la consolidación de la Revolución Industrial en Europa y sus antiguas colonias, los edificios construidos eran cada vez más altos, y se requería un modo veloz y seguro para transportar personas a grandes alturas. Este era el marco en el que Elisha Otis desarrollaba su trabajo como maestro mecánico en una fábrica de armazones para camas en Albany, Nueva York. Allí diseñó aparatos que optimizaban el tiempo de trabajo y desarrolló adaptaciones para los elevadores existentes. En la década de 1850, decidió fundar una compañía propia de ascensores seguros en la ciudad de Nueva York, tomando como base un diseño que él mismo había hecho en 1852.
Esencialmente, consistía en un sistema de cuñas que, junto con unas pequeñas piezas colocadas en el chasis del elevador, frenaban la caída de éste en caso de fallo de los cordajes.
Hasta 1857, los elevadores seguros de Otis no fueron aceptados por el público. La idea de un aparato que permitiese subir a grandes velocidades las alturas que los edificios de la época empezaban a alcanzar, parecía una temeridad. Pero en ese año, los Grandes Almacenes Haughwout, construidos en la esquina de Broadway con Broome Street en Nueva York, incorporaron el invento de Otis.
Éste fue el gran punto de inflexión para Otis y para el skyline de Nueva York. Aunque el edificio era un refinado palacio, el futurista artefacto patentado por Otis se convirtió en su gran atracción. Y a partir de ese momento, todos los edificios quisieron ser más altos, más modernos y más populares. Primero en Nueva York, luego en otras ciudades americanas y, paulatinamente, en el resto del mundo. En 1887, el alemán Werner von Siemens comenzó a incluir un motor eléctrico en los elevadores, en lugar de los tradicionales motores de vapor. Así comenzó la era del ascensor moderno, y la altura de los edificios se transformó en sinónimo de la pujanza económica de quien los financiaba.
Nadie imagina hoy un mundo sin ascensores. Los sistemas de seguridad han evolucionado hacia dispositivos basados en complejos sistema de palancas y cuñas para amortiguar la caída del elevador y otros mecanismos que cortan la alimentación del sistema cuando se sobrepasa la velocidad máxima, así como a instrumentos que posibilitan la parada en caso de emergencia.
Los sistemas de tracción también se han modernizado, y los originales motores de vapor han sido sustituidos por otros eléctricos o hidráulicos. Los primeros, que constan de un contrapeso y un amortiguador en el foso, son los más comunes en cualquier edificio que supere las seis plantas. En los ascensores hidráulicos, por su parte, un motor eléctrico se conecta a una bomba que impulsa aceite a presión por unos cilindros para lograr el ascenso de la cabina. Para el descenso, estos cilindros se vacían. Son más lentos, más seguros y su consumo energético es mayor que el de los eléctricos, aunque son más adaptables a edificios con limitaciones de espacio.
En los últimos cien años el mundo se ha transformado. La explosión demográfica, la concentración de población en las ciudades y, en algún caso, la voluntad monumental, han construido ciudades más altas. El altísimo valor del suelo en algunas áreas ha derivado en hiperdensidad. Las ciudades americanas, especialmente Nueva York y Chicago, anticiparon el fenómeno a mediados del siglo XIX. Hoy, las economías emergentes reproducen ese modelo de ciudad: Dubai, Sanghai, Hong-Kong. Los rascacielos, e incluso los desarrollos de vivienda colectiva en alturas más modestas, nunca habrían sido posibles sin elevadores seguros. Otis no inventó el ascensor pero, sin pretenderlo, dibujó el perfil de la ciudad contemporánea.
Borja López Cotelo. Doctor arquitecto
A Coruña. Junio 2010