El discurso que Nikita Khruchev pronunció en diciembre de 1954 en la Conferencia Nacional de los Trabajadores en Construcción, fue decisivo no sólo para el cambio de la forma de la arquitectura en la URSS y por extensión en el resto del mundo socialista, sino también tuvo un reflejo importante en la ordenación de la forma urbana. Un año tras la muerte de Stalin y dos años antes de formular la famosa crítica a su autoritaria forma de gobernar, Kruschev formuló pautas, o más bien exigencias, para la industrialización masiva de la construcción que llegaría a cambiar la estructura de la ciudad socialista desde Pyongyang hasta Ljubljana.
Se pedía la eliminación de todo lo superfluo del diseño arquitectónico, el aumento de la productividad, del uso de nuevos materiales y de la investigación aplicada. Con el objetivo de paliar la falta de vivienda, se optaba –desde los más alto niveles políticos- por el desarrollo de tipologías óptimas susceptibles a ser construidas mediante elementos prefabricados. Se sustituía la construcción tradicional con ladrillo por paneles prefabricados de hormigón armado, elementos estructurales pretensados, carpintería modular con premarcos ya incorporados y, paralelamente se buscaba la sistematización y unificación de modelos y tipos de la infinidad de componentes constructivas.
Uno de los grandes nombres de la prefabricación soviética fue Vitaly Lagutenko, autor de los primeros bloques de “Khruschevki”. Su sistema K-7 eran edificios sencillos de viviendas de 1 o 2 habitaciones, de hasta 5 plantas sin ascensor, con cubierta inclinada, sin elementos decorativos más allá de los pequeños balcones para cada vivienda. A diferencia de las grandiosas construcciones del realismo socialista, se insistía en la economía de la construcción, en la funcionalidad del espacio interior y en el reparto igualitario del espacio. Los bloques de viviendas que criticaba Khruschev no siempre tenían las mismas oberturas o espacios exteriores que en vez de obedecer a la funcionalidad, muchas veces se proyectaban según la composición de la fachada.
El espacio urbano creado por estos bloques era radicalmente diferente de las formas existentes o del urbanismo pensado en la etapa del realismo socialista que todavía obedecía a la composición visual y a una marcada jerarquía espacial y organizativa. La repetición de los mismos elementos formales pedía una nueva formulación de la relación calle-edificio-zona verde. Las soluciones se inclinaban hacia las ideas del movimiento moderno, o como toda la arquitectura post-estalinista, resonaban modelos de las nuevas ciudades soviéticas de los años 20 y 30. La unidad organizativa de los nuevos barrios era llamada mikrorayon o microdistrito en relación a la unidad política y territorial más grande del distrito urbano.
Mikrorayon ampliaba los límites del bloque urbano y desarrollaba las ideas del conjunto residencial o de la unidad vecinal. El modelo occidental más conocido con el que se suele relacionar el mikrorayon es el de la Unidad Vecinal de Clarence Perry. Pensado inicialmente como consecuencia del desarrollo del plan para la organización de patios de juegos en Nueva York a principios de los años 20, el concepto –definido hacía el final de la década- identificaba una serie de necesidades sociales inherentes en la organización del espacio urbano. Se trataba de dar respuesta a la forma y tamaño de la unidad en función de las proximidades de centros de abastecimiento y educación primaria. El punto importante era la estricta separación de las vías del tránsito rodado –en auge en los años 20- que por la falta de organización y señalización viaria presentaban un peligro en las grandes ciudades, y de los accesos a las viviendas y centros de la comunidad.
La comunidad se preveía restringida a 5-9.000 habitantes y unas 65ha, de densidad de aproximadamente 10 viviendas familiares por cada acre (4000m2) que permitirían el acceso a los equipamientos básicos en unos 20 minutos a pie, sin necesidad de cruzar las calles transitadas por coches. El modelo apuntaba la necesidad de jerarquizar las conexiones viarias entre las exteriores y las interiores, situando los contenidos comerciales en las vías de transito exterior. Un mínimo de 10% de la superficie de las unidades se destinaría a un parque de uso público. Hacia los años 60 los nuevos barrios residenciales construidos en las ciudades socialistas llegarían a compartir la mayoría de estas premisas, aunque el desarrollo del modelo partía de diferentes bases.
En los países socialistas –que estaban encaminados hacia el comunismo- la arquitectura y el urbanismo se vinculaban abiertamente al programa político y eran agentes activos en la transformación de la sociedad. La forma urbana, por tanto, se pensaba en términos de eliminación de la división entre las clases sociales, estructura que es tradicionalmente inscrita en la distribución de las funciones urbanas, tipologías o materialidades de los edificios. El acceso a las comodidades urbanas tenía que ser igual para todos los ciudadanos o para todos los obreros, extendiendo el concepto de urbanidad a todo el territorio. En referencia a las palabras de Lenin:
“Tenemos que poner el objetivo en la fusión de la industria y la agricultura, basándonos en la rigurosa aplicación de la ciencia, combinando el uso del trabajo colectivo y un patrón más difuso del asentamientos para la población. Tenemos que acabar con la soledad, desmoralización y el aislamiento de las áreas rurales, al igual que con la antinatural concentración de las grandes masas populares en las ciudades.”
Esta era la base ideológica del movimiento desurbanista que en los años 20 y 30 buscaban la solución para imprimir las ideas socialistas en la organización de la ciudad. El economista Mikhail Okhitovich y el arquitecto Moisei Guinsburg fueron los ideólogos del movimiento en el que colaboraron, en diferentes proyectos Mikhail Bartsch o Ivan Leonidov. Los desurbanistas veían la ciudad como red de conexiones, desprovista de un núcleo más importante que otros; con el desarrollo ilimitado, el asentamiento desurbanizado aspiraba igualarse con la categoría de territorio.
Los proyectos más conocidos que seguían estas ideas eran el proyecto para Magnitogorsk de Leonidov o de Guinsburg, o para la Ciudad Verde de Moscú de Guinsburg y Bartsch. En sus colaboraciones y contactos con la URSS, Le Corbusier criticaba abiertamente a las ideas desurbanistas, esencialmente por la poca relación que sus ciudades teóricas tenían con los núcleos existentes, por su carácter territorial, falta de límites de crecimiento y relativamente alta ocupación del suelo.
El modelo de mikrorayon de la posguerra combinaba las dos ideas: seguía la premisa ideológica leninista –o desurbanista- de aproximar la calidad del espacio en los entornos urbano y rural, de entender a la ciudad como parte de la planificación territorial y a eliminar la incidencia clasista en la organización de los usos urbanos. Al mismo tiempo incorporaba las ideas de la Ciudad Radiante con su tránsito limitado y especializado según los contenidos, construcción en altura para liberar al terreno y a la planta baja de las construcciones y asegurar el máximo asoleamiento y ventilación para todas las viviendas. La naturaleza ha llegado a ser la parte fundamental del espacio urbano sin variar esencialmente la densidad de la población respecto a los centros históricos. En consecuencia, la manzana abierta y la desaparición de la alineación viaria se han convertido en determinantes formales.
El tamaño de la unidad de microdistrito variaba en función de la topografía y del masterplan, limitándose entre los 7.000 y 15.000 habitantes, con extensión de hasta 4 o 5 manzanas urbanas. De hecho, los microdistritos desdibujaban los límites precisos de las manzanas, dejándoles una funcionalidad más ilustrativa u orientativa que organizativa. La distancia máxima para llegar a los servicios públicos como escuela, ambulatorio o centro comercial era de 500m o de unos 20 minutos a pie, similar al modelo de Perry.
Para cumplir con estos parámetros y garantizar un servicio más eficiente, los equipamientos como guarderías, tiendas de alimentación, restaurantes o centros sociales, se desdoblaban en varios establecimientos, mientras que los ambulatorios, mercados, ambulatorios, centros culturales o deportivos daban servicio a 2 o más microdistritos, atendiendo un mayor número de usuarios. Aunque respetaba una organización en red, cada microdistrito contaba con un centro con equipamientos, servicios y plaza pública generalmente posicionado en contacto con una de las avenidas de tránsito intenso que bordeaban el distrito para facilitar la comunicación con los microdistritos vecinos.
Lejos de funcionar como barrios dormitorio, los microdistritos promovían una vida comunitaria alrededor de los centros educativos, deportivos y culturales, en las zonas verdes que ocupaban casi todo el espacio de las manzanas. La distribución de la vivienda en función del lugar de trabajo garantizaba una población relativamente homogénea en términos económicos, aunque no siempre culturales o étnicos. Esta ha sido una de las características más criticadas de los conjuntos residenciales socialistas, una vez desaparecido el sistema como tal. La otra, de hecho una crítica relativa pero muy presente y potente, se refería a la baja calidad de las construcciones, falta de mantenimiento o de diversidad de los contenidos en los centros terciarios.
Especialmente a partir de los años 70 los conjuntos residenciales que configuraban los microdistritos partían de importantes pretensiones formales, fueron objetos de amplios concursos nacionales y una vez construidos ganaban premios de arquitectura. A pesar de ser unidades fundamentales en la construcción de las ciudades, los microdistritos, como tampoco sus edificios han sido objeto de protección o rehabilitación conjunta. La construcción y planificación urbanística de los tiempos socialistas ha sufrido una crítica generalizada y quizás precipitada en el tiempo, vinculada más al imaginario de los nuevos poderes fácticos que a las diferentes realidades urbanas.
Jelena Prokopljević. Doctora Arquitecta.
Barcelona. Diciembre 2015.