Ensamblar es por definición la acción de unir piezas o partes, e implica la irrenunciable aparición de una junta. Con frecuencia es la expresividad de la junta la que hace legible y comprensible la arquitectura, pues es allí donde han quedado registrados los datos en los que se fundamenta la construcción.
Para el ojo del constructor experimentado es en la junta donde se entiende el carácter de cada pieza y la relación entre las partes. Es allí donde éstas se complementan, subordinan o incluso se oponen, porque en realidad hay juntas para todos los gustos.
Antes los edificios se construían; se formaba una pieza, una masa única. Hoy a menudo se ensamblan. Frente a trabajar y terminar los materiales in situ, la arquitectura del montaje implica la necesidad de componentes preformados en taller que en obra son colocados y ajustados, pero con nula transformación de la pieza en el lugar.
Este sistema constructivo, genera por tanto un mundo de juntas, un mapa que muestra a base de pequeñas cicatrices cómo las piezas se unen conformando poco a poco un todo que resuelve la arquitectura. Pero juntas las hay de muchos tipos, soldadas como las de un barco que no deben tener ni un poro para ser así impermeables, o las hay como las de Carlo Scarpa, que son juntas de separación y no de unión. Las diferentes fases de construcción quedan expuestas mediante cortes. Las escaleras nuevas flotan por encima de los viejos suelos, mostrando que no pertenecen a aquel mundo anterior y que en cualquier momento pueden ser retiradas sin alterar el original.
Los pasamanos de las barandillas se acercan sin tocarse, separados por exquisitas piezas metálicas, narrando en cada junta el proceso de la construcción. Y es que para Carlo Scarpa la junta es un adorno arquitectónico en el que reconocer el proceso que se ha seguido para ensamblar la arquitectura.
Íñigo García Odiaga. arquitecto
San Sebastián. enero 2016