La Roiba
Un refugio es un refugio es un refugio. Como la rosa del poema de la Stein, una casa no puede -no debe- evitar ser parte de lo que en origen todas las casas son: refugios; las cosas son lo que son -las casas son lo que son-, y una casa nace siempre, en su fuero interno, en su nuez, como refugio, como cobijo. La Roiba es así, y en eso es pura y original.
El panorama de la llamada vivienda unifamiliar, término que detesto amable y educadamente -y otro día diré el porqué-, ha estado y estará plagado de cuasi infinitos ejemplos en los que consideraciones de carácter secundario y espurias, priman sobre las básicas o trascendentes; así, imagen, representatividad, ostentación, vulgaridad, naderías insulsas o el muy gallego feísmo -palabro interesante donde los haya-, y los epítetos aplicables pueden ser innumerables y variados -las hay hasta bonitas-, inundan el panorama de nuestros suburbios y alrededores, haciendo que estas construcciones pierdan una parte importante de su esencia inicial, de su veracidad y de su interés. Bien cierto es que no todas las casas pueden ser iconos de la modernidad ni propuestas rompedoras, ni todas lo pretenden, pero parece que de un tiempo a esta parte muchas lo anhelan, y claro, se pierden en el intento.
La Roiba, en cambio, tiene todo eso muy claro y muy bien aprendido. Es una obra madura, Molezún contaba ya con 45 años cuando la proyecta y construye y una carrera ya sobradamente reconocida, nacional e internacional; por eso tiene muy claro su dirección, tiene claro el norte, el sur, el este y el oeste y los vientos que recibe y de los que cobijarse y tiene muy claro lo que una casa debe ser. La ubicación, la disposición, las necesidades y la respuesta a todo ello encaja en su justa medida. La Roiba no da una respuesta fría y racional a los condicionantes, es emotiva, directa y amable, acoge y recoge. La Roiba es la reducción a la pura esencia del hecho de habitar, mínimo y protector. Por ello crece de dentro hacia fuera, emanándose como la concha de las caracolas, protectora y acogedora, en la que se puede estar dentro pero en la que también se puede estar fuera, al exterior, al tiempo que unido a su interior. Y éste es escueto, económico de espacio, pero su exterior es extenso, abierto e infinito. Molezún lo era.
Ramón Molezún hizo gala de su desbordante capacidad creativa en toda su carrera. No era, y sigue hoy sin serlo, fácilmente encasillable ni clasificable. Su obra era él mismo y con él se fue el genio, pero nos deja su construcción. La Roiba ES Ramón Molezún y no es fácil visitarla, verla, admirarla, recorrerla o usarla sin tenerlo a él presente.
La Roiba es perfecta, responde bien a todo, desde el planteamiento, a la ubicación y a su uso, y si me apuráis, también a su construcción, a pesar de lo que ahora aquí nos trae. Es un ejemplo de arquitectura en letra minúscula que se convierte, seguramente sin desearlo, en mayúscula. En mayúscula por sus méritos propios y también, inútil es negarlo, por el gran demérito con lo que pueda compararse. No es necesario leer mucho su planta para darse cuenta de que la casa se habita bien, casi sola; se deja, permite, ser habitada con la misma humildad y seguridad con la que ha sido pensada.
La Roiba vive en relación directa e inseparable con su entorno, como debe ser, por eso la entiendo como a un ser sensible, consciente de si mismo, que se ofrece abierta a la vida de quienes la habitan. Por eso es lo que es, porque vive -se vive- a la vez con sus propietarios, con sus visitantes y con quien la observa y la entiende. Porque entender, como comprender, es un acto que requiere absorción y destilación, y de ambas surge la esencia, la esencia de eso que casi no existe, de eso que llamamos Arquitectura. La Roiba es algo más que una construcción: es memoria construida de arquitectura y vida, que en el fondo son casi, casi, lo mismo. Así, sin más.
jorge meijide . arquitecto
bueu. julio 2014