
En términos contemporáneos solemos hablar de paisaje. Igualmente solemos hablar de lo urbano. Es más, en el imaginario colectivo entre urbanistas, paisajistas, geógrafos y arquitectos, solemos coincidir a la hora de hablar del paisaje urbano, como una espacio conceptual donde hacer confluir la entrega de la noción de paisaje y la noción de la urbanidad. Dicho así, en abstracto, encontraremos múltiples reflexiones y aún más proyectos, que encarnan la conjunción armónica entre estos ámbitos. La aparente contraposición entre el paisaje, lo natural, y lo urbano, lo cultural, queda resuelta en este híbrido feliz.
Sin embargo no es tan común hablar de paisajes periurbanos, o aún mejor, de paisajes entrópicos.
Si entendemos la entropía como una magnitud física que, mediante cálculo, permite determinar la parte de la energía que no puede utilizarse para producir trabajo, o en otras palabras, aquello que dejamos por improductivo en términos de equilibrio energético, veremos que de forma especialmente sangrante, aquello que llamamos lo periurbano, acaba constituyendo una receptáculo ideal para la localización de todo aquello que no sirve directamente a la configuración más o menos organizada de la ciudad.
Los límites difusos de lo urbano, es decir el espacio periurbano, que no tienen ni vocación ni capacidad para congregar las condiciones especificas de lo urbano, se convierten por defecto en catalizadores de todo aquello que no queremos en nuestras ciudades. Grandes infraestructuras de la movilidad, industrias al servicio de la creación y distribución energética, zonas logísticas de gran envergadura y poca inteligencia, y todas las formas posibles y necesarias de la ingeniería civil. Es decir, en el paisaje periurbano echan raíces los espacios difusos y de facto se convierten en el patio de atrás de lo urbano.
Gráficamente, los paisajes entrópicos así definidos vienen a ser el backyard de lo urbano, aquel espacio que de forma desordenada y poco planificada va acumulando todo tipo de edificaciones e infraestructuras indignas, impersonales, ruidosas o rechazables.
Esta manera de entender lo urbano y lo periurbano, tradicionalmente tiene su origen en una manera de entender el territorio como algo estático y difícilmente movible. Pero aún peor, esta manera de leer el territorio, poco abierta e insensible, ha condenado espacios naturales, paisajes, esta vez si, agrícolas o simplemente accidentes geográficos como son ríos, valles o montículos, al ostracismo urbano.
Ya sea por la innegablemente transformación dinámica de los límites entre lo urbano y lo otro, como por la conciencia extendida de que no podemos permitirnos más espacios de pura servidumbre urbana, el paisaje entrópico de los ámbitos periurbanos se están convirtiendo en lugar de reflexión y oportunidad contemporáneos.
Deberíamos, por tanto, explorar la posibilidad de elaborar propuestas urbanas y territoriales unitarias y con identidad propia encaminadas a coser y poner en valor las preexistencias y los espacios libres de este tipo de ámbitos singulares, asumiendo la complejidad y la estructura especifica de cada situación.
La razón es sencilla: la magnitud y el reto de la concentración urbana, un 70% de la población mundial en el 2050, acabará engullendo los entornos periurbanos. La mancha urbana, aún promoviendo la densidad y la compacidad, seguirá creciendo en las próximas décadas a gran velocidad. Lo que ayer era rural y se convirtió en periurbano, mañana será totalmente urbano. Por tanto, si no queremos generar futuros puntos negros en nuestras futuras manchas urbanas, es hora hoy de desentropizar estos paisajes imposibles.
Para ello solamente hace falta creer de una vez que el verde puede ser una infraestructura, que el paisaje puede ser productivo y que la solución fundamental es hacer compatible lo natural y lo cultural, es decir lo paisajístico y lo urbano. Hay que apostar de una vez por erradicar la incompatibilidad entre el urbanismo hard y el paisajismo soft, haciendo una ciudad sana y blanda, cercana y funcional, específica y abierta. Es decir una ciudad con espacios superpuestos que van de lo productivo a lo recreativo pasando por todas las variantes entre lo crudo y lo cocido.
Además, cabe mencionar que la complementariedad o interacción que surge entre las actividades productivas y especialmente las de servicio, dota los ámbitos periurbanos de una versatilidad, diversidad, accesibilidad y flexibilidad utilitaria que la ciudad tradicional ha ido perdiendo.
En el centro de la investigación contemporánea sobre la ciudad reinventada, planea la voluntad de construir un escenario capaz de convocar una escala de centralidad, más allá incluso del ámbito metropolitano. Evidentemente dar una oportunidad a un territorio entrópico y denso de conflictos, no puede realizarse desde una actitud apocada y vergonzosa. Todo lo contrario, hay una ambición bien entendida que consiste en rescatar aquellos territorios maltratados por el desarrollo urbano de las últimas décadas y dotarlos de una nueva dignidad.
El objetivo último de esta reflexión consiste en hacer compatible los sistemas naturales, las geografías productivas y las condiciones para la domesticidad. Para ello se deben corregir equilibrios y compatibilizar lo natural y lo urbano poniendo el foco en la capacidad productiva de una nueva centralidad.
Una centralidad contemporánea que no genera territorios vencedores ni espacios vencidos.
Miquel Lacasta Codorniu. Doctor arquitecto
Barcelona, Junio 2015