El espacio y el ojo mantienen una fascinante relación de interclusión. Por un lado el ojo se encuentra sumergido en el espacio, sostenido en una posición flotante que construye nuestra percepción del afuera; al mismo tiempo, el espacio se despliega en la habitación interior del ojo, resolviendo una de las formas más elementales y efímeras de la conquista. Tal vez este procedimiento intangible (podríamos decir biológico) de posesión, pudiera explicar por sí solo el enorme valor de la arquitectura como instrumento para la apropiación del mundo.
Pocas obras representan de manera tan literal este modelo de usufructo intraocular como el grabado de Ledoux “Coup d’Oeil du Theatre de Besonçon”.1 Aquí el espacio arquitectónico pierde su condición exterior y es representado como un paisaje en miniatura alojado en el interior del ojo. La altura total del teatro es sugerida mediante la presencia de un foco cenital que se dirige hacia el espectador, una exhalación luminosa que atraviesa el propio ojo y se prolonga hacia el afuera. Espacio exterior, luz interior o el hombre como una suerte de centro de claridades.
El ejercicio de inmersión del ojo en el espacio exterior no resulta en absoluto menos excitante. Le Corbusier dibuja ojos fuera del cuerpo (y fuera de la arquitectura) en la conocida sección de la Unidad de Habitación de Marsella, situando un desproporcionado órgano para la visión sobre el vacío.2 La poderosa infraestructura queda detrás del ojo, como el andamiaje necesario para la construcción de la mirada y la recuperación de los placeres esenciales: el sol, la naturaleza, las nubes, la feliz agitación del mundo en nuestro interior.
Paisaje conquistado:
¿acaso se le puede pedir más a la arquitectura?
Mirar es poseer.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. Abril 2015.
Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
Notas:
1 Fine Arts Museum of San Francisco, Claude Nicolas Ledoux, 1804.
2 Unidad de Habitación de Marsella, Le Corbusier, 1952.