
Cuando Barthes elevó su análisis filosófico y existencial de la fotografía a una perspicaz interpretación de toda imagen, logró establecer categorías perceptivas tan claras como evocadoras. Acertó a diferenciar el studium, el saber manifiesto, la implicación cultural, intelectual y social, el trasfondo compartido que da forma y sentido a lo general, del punctum, ese pulso conmovedor de lo excepcional, de carácter incisivo y singular, que marca el matiz espontáneo y subjetivo de la reacción afectiva. Descubriendo así que toda imagen mantiene un vínculo oculto con el inconsciente al situar al espectador ante los límites difusos de su propia experiencia, logrando despertar las inexpresables representaciones de lo instintivo. Cada captura reúne presencias ausentes, activa recuerdos y deseos, y deja una vibrante sensación del paso del tiempo. Todo fragmento visual produce el estremecimiento de intercalar momentos.
Por estar hecha de tiempo, la arquitectura también ronda lo inexplicable. En su experiencia y percepción nos valemos de procedimientos físicos, ciertamente sensoriales y externos, pero también de profundos mecanismos químicos, internos y reactivos. Encontramos fácilmente aquello que lo hace completo, normativo, explícito, público, reconocible y regulado; lo que se comparte, analiza y explica colectivamente, lo que expresa el totalizador orden racional. La interpretación consciente y crítica, basada en nuestra comprensión del mundo. Pero a su vez nos afecta decisivamente el matiz, la delicadeza inesperada, la sorpresa latente, la marca singular, el puntual impacto emotivo que escapa a la lógica provocando una experiencia única y personal. Nos detenemos en todo aquel detalle que atrae la atención de manera particular, sin apenas necesidad de establecer un análisis consciente. En ese excepcional elemento que incita y provoca una respuesta instantánea y emocional. Pudiendo llegar a ser algo aparentemente intrascendente, pero que siempre alberga la capacidad de alterar nuestros códigos de interpretación.
Cabría pensar que no todo se puede anticipar y definir. Hacer arquitectura supone trasladar y traducir lo que está codificado, pero de algún modo, también, lo que no lo está. Lo visible y lo invisible. Además de lo racional, analizable, universal, se debe involucrar lo personal, inconsciente, y no intencional. Y con esa cocina se alimentan los más venturosos simulacros de realidad.
Sergio de Miguel, Doctor arquitecto
Madrid, Noviembre 2025




