
Fotografía: Tania Victoria / Secretaría de Cultura de la Ciudad de México
Existe una teoría que sostiene que, para que un arquitecto conecte realmente con sus clientes, debe hacer un ejercicio consciente de alejamiento —una especie de olvido temporal— de sus conocimientos arquitectónicos adquiridos.
Se trata de olvidar, por un momento, a esos grandes arquitectos que solo nosotros conocemos, esos detalles imposibles que solo nosotros somos capaces de percibir, esas atmósferas exquisitas que solo nosotros identificamos y esas citas de libros que solo nosotros hemos leído.
Olvidar nuestro mundo arquitectónico para poder construir, desde cero, una comunicación más humana y cercana, basada en los intereses, experiencias y sueños de las personas a las que estamos ofreciendo un servicio.
Porque lo cierto es que muchas veces olvidamos que nuestros clientes no tienen las mismas referencias que nosotros, no leen lo que leemos, no tienen una formación como la nuestra, y tampoco ven la arquitectura con los mismos ojos.
Y esta distancia provoca que, sin darnos cuenta, nuestra forma de comunicar levante barreras en lugar de construir puentes. Nos hace hablar en un lenguaje que no conecta, que no involucra, que no escucha.
Todo ello provocando además que nuestro valor como profesionales muchas veces no sea comprendido por quienes más deberían entenderlo.
En ese sentido, la teoría del olvido es maravillosa.
Y lo es porque nos invita a dejar de lado —aunque sea temporalmente— ese bagaje y discurso técnico tan nuestro para comenzar a conectar, entender y escuchar de forma genuina a nuestros clientes.
Esta teoría nos invita a olvidar para recordar que a las personas no les interesa lo más mínimo el tecnicismo o la teoría arquitectónica, sino encontrar a un profesional que los escuche, que entienda sus necesidades y que empatice con su forma de vivir y entender la vida.
La primera vez que entendí la utilidad de “La Teoría del Olvido” fue escuchando al arquitecto Manuel Cervantes.
Al iniciar un proyecto o más bien, una relación con un cliente, el arquitecto mexicano tiene muy claro cómo ser eficiente y efectivo a la hora de comunicar y conectar con él o ella.
Suele pedir a sus clientes fotos de recuerdos familiares, momentos con amigos, comidas, paseos por el campo o celebraciones.
Imágenes que hablen de ellos, de sus historias, de cómo viven.
Manuel utiliza este material en sus presentaciones con los clientes y es ahí cuando el arquitecto siente que realmente conecta con ellos. Las defensas bajan, la conversación se relaja y se abre un espacio de diálogo natural, sin tecnicismos, sin jerga, sin barreras.
Hablar desde los recuerdos permite que el proyecto comience a construirse desde lo más humano. Desde las experiencias vividas.
Estas imágenes personales, aparentemente simples, generan un impacto mucho mayor que cualquier referencia arquitectónica que el arquitecto pueda exponer e imponer. Porque conectan con lo que realmente importa a las personas, y desde ahí, es posible construir relaciones más humanas y significativas que finalmente se materializan en un mejor proyecto.
Me atrevo a decir que Manuel Cervantes es consciente de que usando esta “Teoría del Olvido” no trata de renunciar al conocimiento arquitectónico y técnico que ha adquirido, sino que sabe perfectamente en qué momento ponerlo en pausa para poder conectar con las personas a través de una comunicación inteligente.
Hacer uso de la teoría del olvido puede ser muy beneficioso para nosotros los arquitectos.
¿La utilizamos?