Nuestra vida transcurre bajo el firmamento de las palabras: vivimos en el lenguaje. Con frecuencia pensamos torpemente en la palabra como un mero utensilio a través del cual tratamos de explicitar nuestros mensajes y nuestros argumentos, pobre palabrería alrededor de -pongamos- la arquitectura. Sin embargo, en ocasiones pareciera que estos conjuntos ordenados de letras formaran con anterioridad y por sí mismos, si no una arquitectura, sí al menos un lugar, un preámbulo luminoso de la existencia de objetos, paisajes o habitaciones. Para José Ángel Valente, antes que nada, la palabra será luz:
«luz,
donde aún no forma
su innumerable rostro lo visible».1
Las relaciones entre arquitectura y lenguaje han sido convenientemente estudiadas en numerosos textos, artículos e incluso mapas desde la academia2. Algunos arquitectos han cultivado sus propias palabras y esperado pacientemente sus frutos: Buckminster Fuller en su Diccionario de Sinergias propone una colección de términos inventados que habrían de estimular su propia arquitectura: tensegrity, livingry, dymaxion…
A veces necesitamos inventar un diccionario, patentar la singularidad de unas ideas desde la instauración de ciertas contraseñas o neologismos. Palabras llave. En otras ocasiones será la propia arquitectura la que soporte -no sin sorpresa- palabras sencillas e inesperadas, mensajes que consigan desvelar el mundo desde lo alto: recordemos que -por algún motivo- Álvaro Siza acepta el conocido Bonjour Tristesse en Berlín a finales de los ochenta.
Palabras patrimonio.
Sobre la libertad de las palabras, su autonomía respecto a nosotros, no parece sencillo aventurar ni una sola respuesta ni conclusión3. Quizá la concreción del ejemplo nos asista: la palabra «lugar» designaba en su origen -hace miles de años- un claro en el bosque. Tal vez la energía contenida en esta sola palabra sea capaz de enunciar el sentido primero de la arquitectura, un estado de las cosas previo a las intervenciones de los hombres, quién sabe si anterior incluso a nuestra existencia:
«pues más allá de nuestro sueño
las palabras, que no nos pertenecen,
se asocian como nubes
que un día el viento precipita
sobre la tierra
para cambiar, no inútilmente, el mundo».4
Como si en las palabras habitara ya el principio de toda estructura: palabras disolución. Conviene advertir, no inútilmente, la arquitectura de las palabras.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. Diciembre 2015.
Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
Notas:
1 José Ángel Valente, Palabra, en «Material memoria«, 1979.
2 Ver Adrian Forty, «Words and Buildings: a Vocabulary of Modern Architecture«, Londres, Thames & Hudson, 2004.
3 El «idioma» supone una apropiación particular del lenguaje común a todos los hombres, una primera privatización colectiva de las palabras.
4 José Ángel Valente, No inútilmente, en «La memoria y los signos», 1966.