Como quiera que miramos viendo lo que otros vieron mucho antes que nosotros y que caminamos pisando las pisadas de otros… Como dirigimos nuestro interés hacia aquellos lugares, hacia aquellos instantes, que hace mucho que dejaron de interesar a otras muchas personas… Como buscamos con fuerza e intensidad no sólo en el espacio sino, también, en el tiempo. No sólo entre las cosas sino, a su vez, entre las ideas. A menudo nos descubrimos en el interior de una madeja infinita.
La curiosidad nos dirige y recorremos el mundo con la percepción abierta a cualquier sorpresa a nuestro alcance. Nuestra capacidad de admiración no cesa, y nos descubrimos capaces de conmovernos ante los instantes más inciertos, ante los escenarios más insospechados.
Merodeamos.
Deambulamos por un recorrido nunca predeterminado. Salen al paso bifurcaciones y opciones que llaman nuestra atención. Seleccionamos, guardamos, cazamos o coleccionamos. Pero proseguimos. La cuerda sin fin.
A menudo nuestro recorrido es circular. Espiral. Rodeamos progresivamente nuestros intereses sin apenas tocarlos. Sin alterarlos. Cultivando la actitud de la eficiente paciencia. Y sólo descansamos junto a nuestro objetivo el tiempo necesario para vislumbrar nuevos horizontes.
El movimiento es continuo. La concatenación de acciones y pensamientos nos pasea por el feliz estado de alerta en el que consumimos nuestra energía. Nuestra vida.
Y es en ese territorio de pasos perdidos, de sucesivos segmentos recorridos, donde nos encontramos cuando queremos explicar nuestra existencia.
Habitamos una nube de puntos.
Un lugar multidimensional de interconexiones sin límites. Un espacio de movilidad que sustituye las fronteras por nudos.
Sin mapas…
Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, febrero 2010