Los niños cuando son niños no piensan en ser grandes, no agotan sus ganas en querer alcanzar una medida, ellos mismos desarrollan sus habilidades para alcanzar aquello que los grandes alcanzan solo por tener ese tamaño. El alcanzar para ellos es un reto, el saltar es quizás un propósito más; llegar al otro lado, mirar por las rendijas, juntarse, compartir el calor, hacernos sentir -ante el abrazo- su pómulo helado golpeado por el viento de invierno al llegar a casa.
Los niños no juegan a ser grandes, son los grandes quienes los hacen jugar. Los niños crean el mundo sobre el mundo, no juegan en nuestro mundo, ese ya es viejo, quizás es el mismo espacio físico que el de nosotros, pero no el espiritual. Por ello anhelan otras cosas cuando van por la calle, cuando cogen semillas del suelo, cuando abordan un obstáculo, cuando “descansan” están observando, no están descansando, están deseando levantarse y correr nuevamente. Para ellos la dimensión no es cuantificable, solo alcanzan las cosas o no alcanzan, solo llegan a tocar las cosas o no llegan.
La medida que es nuestra, ellos la llevan en el alma, por eso crecen de adentro hacia afuera, no como nosotros, de abajo hacia arriba.