Esta secuencia de artículos podría escribirse en los márgenes de la Historia. En un lugar secundario, separado del texto principal y canónico, pero dotado de su propio valor y significado. E incluso, más necesario que el primero, pues nos permite conocer otras voces que complementan o contradicen lo que sabemos. Gracias a esos márgenes tenemos una historia más rica y plural: una Historia de muchas historias. En la primera de ellas, dibujaremos una marca al margen conformada por dos trazos: una cruz.
O, quizá, más de una marca, pues la infancia y juventud de Joaquín Basilio Bas (Murcia, 1921 – Pontevedra, 2018) está condicionada por una temprana orfandad y varios lugares de residencia: Murcia, Cartagena, Melilla, de nuevo Cartagena y, con la mayoría de edad, Madrid, donde compatibiliza los estudios de arquitectura con el trabajo necesario para poder mantenerse. Un doble y duro aprendizaje que, ya titulado, le trajo a Galicia, donde residió y ejerció el resto de su vida.
«Arquitecto de pie de obra y obra única», llega como encargado de la construcción del poblado minero de Fontao (Vila de Cruces), adaptando al lugar y rehaciendo el proyecto inicial de César Cort Gómez-Tortosa para su empresa familiar. La rigidez del esquema inicial se ajusta a las condiciones específicas del emplazamiento y los equipamientos comunitarios son proyectados completamente de nuevo. Así aparecen la escuela, el cine y la iglesia, donde trazó una gran cruz como retablo, situada en el vano de poniente.
Esa fue la primera obra de Basilio Bas que visité, convertida entonces en un espacio vacío donde se instalaría el futuro museo de la minería. La ausencia de otros elementos enfatizaba aún más la cruz como parteluz del paisaje, quedando desde entonces asociada al arquitecto: una marca al margen del discurso que he seguido buscando, como un juego, en otros proyectos, aun tratándose de programas diferentes.
La cruz de Fontao se domesticó en las viviendas de San Antoniño en Pontevedra (con José Antonio Corrales), donde el arquitecto también encontró su hogar y su lugar de trabajo. En la sala de estar de las viviendas adosadas aparece una cruz —ahora griega— fragmentando la ventana que se abre a la calle y volviendo tan próximos —y al mismo tiempo tan distintos— sus dos primeros encargos en Galicia.
Después vinieron otras obras que certificaron la brillantez de ese inicio: viviendas, colegios, edificios institucionales… una trayectoria que, aún al margen, justifica una monografía específica todavía ausente, como tantas historias pendientes. Cuando conversamos sobre ese recorrido lo hicimos en su vivienda en A Filgueira, en la parroquia de San Andrés de Xeve (publicada en la revista Obradoiro nº 19). Una casa anclada a las rocas que allí existían, como queriendo fijar definitivamente un lugar vital en el tiempo.
Recuerdo que la primera vez que acudí era una tarde de invierno lluviosa y ya estaba anocheciendo. A pesar de las indicaciones me perdí, pasando por delante de la iglesia parroquial. Allí me encontré con la silueta esbelta de una cruz solitaria. Su perfil, desdibujado por el agua, me llevó de vuelta a Fontao. Inicialmente pensé en un cruceiro, habituales por esas tierras, después descubrí que se trataba de la estación de un viacrucis que rodeaba la iglesia. No era un elemento aislado, sino varias marcas en el paisaje que trazaban un recorrido. Después, encontrada la casa, el arquitecto me habló de esas otras cruces que habían trazado del camino de su vida.