Habitar es recomponerse, es tomar ese algo que cada vez va dejando de ser para volver a ser. Es sentarse, observar a nuestro yo del pasado y someterlo al escrutinio cotidiano. Es contemplar su descanso mientras narramos ese mundo que imaginamos a la vez que vamos fundando rincones y pasillos.
Habitar es reconstruirse de fragmentos de recuerdos, es recoger de los recuerdos trozos de espacio, pedazos de lugares, es repasar los quehaceres que en el horno han fraguado masas y talento.
Habitarse es preparase para soltar y tomar lo que aspiramos a ser, es sentir el soplo de lo que el espacio nos depara.
Habitarse para sentir que estamos siendo parte de ese ser que aún no abandona ese lugar habitado, testigo de nuestra dimensión y holgura.
Habitar siempre nos reclama estar presente y acarrear con nuestros vestigios, nos conmina a revelar esa conciencia del ser pasado y a su vez del ser presente: que hace instantes ya vuelve a pertenecer al pasado.
Habitar es reconstruirse, es construirse con parte de nuestro ser construido, es seguir construyendo ese ser incompleto, inconcluso, indeterminado; es reconocerse estar medios hechos.
Es sentirse – en cada paso- vulnerable a los hechos, en el que su propia disciplina lo ha convertido. Habitar es volver a ser cada vez, es no dejarse seducir por el abandono de haber sido. Habitar es vaciarse, es volverse a ocupar, es estar vivo.