Tras muchas horas de docencia1 en múltiples formatos, hay una cosa clara, y que estaría dispuesto a discutir con quien quiera. En una estructura de taller, de workshop, y por tanto de interacción uno a uno con cada alumno, la docencia no se basa en enseñar, sino en aprender. Es decir, el rol principal como profesor, no es el de transmisión, sino que es el de transferencia. En la relación con un alumno no sirve la transmisión de conocimientos en la forma de una lección. El valor docente se centra en la transferencia de una experiencia, donde más que aportar ideas, se socializan las dudas y se comparten los tortuosos caminos para operar con esas dudas.
Por tanto la labor docente se construye a partir de una interacción donde aprenden tanto los alumnos como los docentes. Ahora bien,
¿cómo se valora y se puede medir la experiencia?
Del conocimiento contextual
En Petite Poucette, de Michel Serres, escribe:
«Antaño y ayer mismo, el saber contaba con el soporte del sabio, aeda o bardo. Una biblioteca viviente… tal es el cuerpo del pedagogo. Con el acceso a las personas, por medio del teléfono móvil, con el acceso en cualquier lugar, con el GPS, el acceso al saber se ha abierto. En cierto modo se encuentra ya transmitido».2
En otras palabras, el conocimiento es contextual, omnipresente, abierto. Solamente hace falta hacer click en alguno de los múltiples aparatos electrónicos que llevamos y que nuestros alumnos llevan encima, para tomar conocimiento, procesarlo e interiorizarlo.
En otro momento del libro Serres escribe,
«Ahora que está distribuido por todas partes, el saber se esparce por un espacio homogéneo, descentrado, libre de movimientos».
Medio en broma, más de una vez se ha comentado la figura de la persona que en medio de una conversación, saca su dispositivo móvil, y corrobora o desmiente la fecha o el hecho que ha surgido en la misma. A través de Google, la red se comporta como una especie de notario de la precisión.
Hoy dar una fecha es un acto de riesgo.
En arquitectura, al menos en la parte docente que se corresponde con la docencia en formato de taller, las precisiones están de más. La parte central de aquello que el profesor de proyectos cometa, poco tiene que ver la precisión. Más bien tiene que ver con la pasión, la actitud y la experiencia.
Transferir más que transmitir
Hay una diferencia entre transmitir un dato, un hecho o una lección entera a transferir una opinión o una duda en el transcurso de una discusión acerca de la viabilidad de un proyecto, o lo que solemos llamar en la docencia de la arquitectura, una corrección de proyectos.
Si simplemente nos limitamos a transmitir, lo que hacemos es trasladar una información cerrada de un lugar a otro. De la cabeza del profesor a la cabeza del alumno. En cambio, en el rol de transferencia, como su propio nombre evoca, hay una zona de contacto, prácticamente física en el trasvase de esa información. Además, puestos a especular, la manera, es decir, la actitud cómo se produce esa transferencia, da la posibilidad de convertir esa información en conocimiento para el receptor. Quiero decir con ello, que al estar metafóricamente y en muchos casos también físicamente, tan cerca el punto de origen y el punto de destino de esa información, la manera como se ejecuta ese transito es fundamental.
En realidad lo que se produce es un ámbito de legitimidad. El alumno legitima aquella información, aunque como ya he dicho sea en forma de duda, o de pregunta, en la forma de verdad de bolsillo, de micro verdad respaldada por la experiencia del que emite.
Si creemos que esto es mínimamente cierto, un nuevo equilibrio se da en el aula.
Si el alumno recela de la legitimidad del emisor, no dará ningún crédito a la sugerencia. Al contrario, si el alumno legitima al profesor, esa capsula de información es automáticamente una transferencia de conocimiento.
Es por eso que en cada interacción, aprenden ambos, tanto alumnos como profesor. La tarea realmente difícil es que la percepción del profesor es diferente para cada alumno, y por tanto la manera como el profesor es legitimado, es personal de cada uno de ellos. Es por eso también que la docencia de la arquitectura en el formato de taller debe tener un espacio y un tiempo dilatados, es intensa por definición y nunca concluye. Algo muy parecido a la realidad profesional. En cada proyecto hay un potencial enorme de aprendizaje.
En esencia, la única diferencia entre un alumno y un profesor es que el segundo lleva muchas más horas aprendiendo que el primero, y eso a fin de cuentas es lo único que debe transmitir el docente. A partir de ahí, todo es transferencia.
Y es que aprender no tiene fin.
Miquel Lacasta Codorniu. Doctor arquitecto
Barcelona, mayo 2014
Notas
1 Mi experiencia docente se remonta a 1997 principalmente en la ESARQ-UIC. Desde entonces calculo haber impartido mi docencia a más de 750 alumnos en aproximadamente 9000 horas, entre docencia regular, talleres y seminarios.
2 SERRES, Michel, Petite Poucette, Éditions Le Pommier, Paris, 2012