El sábado 23 de febrero el magnífico programa Documentos, de RNE, estuvo dedicado a Miguel Fisac: «La arquitectura de Miguel Fisac: Hormigón de carne y hueso«. La buena arquitectura acaba triunfando, y Fisac, que estuvo en la cresta de la ola desde el principio de su carrera profesional hasta los años sesenta, y que en los setenta sufrió un injusto y vergonzoso olvido, vuelve a ser apreciado, y encuentra de nuevo sitio en la historia de la arquitectura española. Lo celebro, porque todos tenemos mucho que aprender de él. Todos los días.
Fisac, además de tener unas enormes dotes como arquitecto, era un honrado pensador sobre la arquitectura. Quería entender la arquitectura contemporánea para entenderse a sí mismo, y quería saber cómo tenía que ser un edificio y una ciudad, y, sobre todo, cómo tenía que ser un arquitecto para hacer bien su trabajo.
Transmitía sus pensamientos de una manera sencilla y directa. Se le entendía todo, y eso me gusta mucho. (Es lo que a mí me gustaría conseguir). Pero, a menudo, ese afán de sencillez le llevaba a simplificar en exceso la exposición de sus ideas. (Ojo: No digo que sus ideas fueran simples. Digo que es simple su exposición). Era muy didáctico. Yo tuve una vez la ocasión de escucharle en clase y me entusiasmó lo que contó y cómo lo contó.
El caso -y a lo que voy- es que él decía que su arquitectura se fundaba sobre cuatro pilares o cuatro premisas. (En el programa de RNE lo explica desde el minuto 34:45 hasta el 36:00):
1º.- El para qué.- Que resuelva los motivos por los que se ha hecho. (Programa de necesidades, condicionantes de partida…).
2º.- El dónde.- Que responda al lugar en que está, y a sus condiciones climáticas, paisajísticas, históricas, culturales…
3º.- El cómo.- Que se haya hecho con los medios técnicos más idóneos, más baratos… Que funcione bien… etc.
4º.- El no sé qué.- «Después viene… el nó sé qué. Y es cuando viene la parte de arte».
Queda muy clara la explicación, y cualquiera que no sea arquitecto entenderá con ella no sólo la importancia de la arquitectura, sino la importancia de hacerla bien y de ser honrado y coherente con ella. Pero a mi juicio sobra el cuarto pilar. O, mejor dicho, está incluido en los otros tres. Tiene que trabajar con ellos, en ellos (es ellos), y no está bien que aparezca luego, como un invitado caprichoso y a mesa puesta.
Creo percibir un cierto pudor en Fisac cuando enuncia ese punto. No sólo no sabe explicarlo (de ahí que lo llame el «no sé qué»), sino que parece como si le diera un poco de vergüenza que «después» tenga que venir «la parte de arte».
(Y la verdad es que sí que da un poco de vergüenza, y hasta un poco de fastidio, que tenga que venir esa parte. «Es cuando viene la parte de arte». Como cuando viene una visita, o un pariente pesado, o como cuando, tras una deliciosa comida, viene la cuenta).
Es injusto que el para qué, el dónde y el cómo actúen con sensatez, lógica, inteligencia y honradez para que luego venga el loco de la casa, el no sé qué, a echar las patas para lo alto. No. Eso es trampa.
El cómo, según Fisac, incluye el medio técnico, el económico, el funcional… ETCÉTERA. Pues en ese etcétera cabe todo, hasta cualquier no sé qué y cualquier sí sé qué.
Fisac debió de quedar muy contento con el hallazgo discursivo de esos cuatro pilares, porque él mismo, cuando comenta sus obras en artículos o libros, separa los cuatro capítulos: El para qué, y explica qué se necesitaba construir, qué le pidieron sus clientes, cuáles eran los requisitos que el edificio tenía que solucionar… El dónde, y comenta cómo era el solar, si hacía mucho frío en invierno, si las vistas eran buenas o si al lado había un edificio de tales características, con el que había que comunicarse o había que darle la espalda. El cómo, y nos dice si se emplearon vigas de gran luz, si se hicieron tales encofrados o se decidió hacer dos plantas por esto y por esto otro.
Pero luego llega el no sé qué y todo se vuelve melifluo, evanescente e inefable. Y es que, naturalmente, intentar aislar la molécula noséqué es imposible cuando es una molécula coherente con el resto. Es muy fácil explicarla cuando es una molécula falsa, postiza, un adorno kitsch e insincero que viene a agarrarse al edificio como una garrapata y a colgarse las medallas. Pero cuando la arquitectura es sincera, coherente, poderosa y buena, como lo es la de Fisac, ese «no sé qué» está desde el principio, resolviendo el programa, eligiendo la orientación en el solar, decidiendo materiales, buscando la disposición de las vigas, las luces, la altura del edificio. Todo es noséqué.
(Es lo mismo que contaba en mi anterior entrada contra el arte. Hay que estar contra el arte cuando se entiende éste como valor añadido, como adorno o como ennoblecimiento a posteriori de la obra. Porque el arte de verdad es el propio trabajo, la propia obra. Pues, igualmente, el noséqué no es «y luego viene», sino que está trabajando con el hormigón y con el ladrillo, y con el solar y con el cliente).
Una obra arquitectónica buena es un algo orgánico y coherente. Y o toda ella es noséqué o no hay noséqué que valga.
En la iglesia de esta foto de arriba se celebra la entrada de luz en el altar, por los lados y por arriba, separando el testero (¿ábside?) y dando una sensación de inmaterialidad, muy espiritual. ¿No sé qué? Sería un noséqué si a Fisac le hubiera salido de chiripa, pero se ve que tuvo una intención clara y una conciencia exacta, como en el cálculo de las armaduras de hormigón.
Otros cuantos ejemplos de noséqués fisaquianos:
Yo sí que siento un noséqué en estos edificios, naturalmente. Cosas que no sé explicar bien. Emociones, sorpresas, placeres espaciales… Pero todo ello está perfectamente diseñado y previsto. Don Miguel, no me fastidie: Usted sí sabía qué.
José Ramón Hernández Correa
Doctor Arquitecto y autor de Arquitectamos locos?
Toledo · febrero 2013
Fisac 45 · José Ramón Hernández Correa
Supongo que todos conocéis la terrible novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y la película homónima de François Truffaut.
En una sociedad sometida a unos gobernantes dictatoriales o, aun peor,
absurdos, kafkianos e imbéciles, están prohibidos los libros. El pueblo
es más dócil y está más idiotizado si no lee, así que se prohíbe leer y
se queman todos los libros existentes. (Al parecer, Fahrenheit 451 es la
temperatura a la que se quema el papel).
Un grupo de ciudadanos resistentes se juega la libertad y la vida
aprendiéndose cada uno un libro de memoria. Durante el proceso de
aprendizaje es muy peligrosa la tenencia del libro, que tras ser
aprendido se destruye. Después, en corrillos, en pequeños grupos de
iniciados, cada uno recita el libro que se sabe, jugándose de nuevo la
libertad y la vida.
[…]
http://goo.gl/rV16W2