«Luz invernal en Finlandia», aparece anotado en el reverso de una acuarela pintada en 1961. El arquitecto Antonio Tenreiro Brochón (A Coruña 1923-2006) quiso descubrir esa luz con sus propios ojos, residiendo largas temporadas en el norte de Europa, especialmente en Escandinavia, Suecia y Finlandia, entre 1957 y 1967. En Malmö colaboró unos meses en el estudio de los arquitectos Thorsten Roos y Kurt Hultin y su biografía cuenta que llegó a conocer personalmente a Alvar Aalto.
Tenreiro destacó como uno de los pintores más notables de su época, como prueba la exposición monográfica realizada en 2012 en el Museo de Belas Artes de A Coruña. Sin embargo, su obra arquitectónica, también de gran valor, apenas ha sido estudiada, permaneciendo oculta a la mirada del ángel de la historia. Proyectos en colaboración, como el concurso de la Delegación de Hacienda de A Coruña (con Alejandro de la Sota y Ramón Vázquez Molezún) o la embotelladora de Coca-Cola en la misma ciudad (con Andrés Fernández-Albalat Lois y su hermano Ramón Tenreiro Brochón), se suman a otras obras emblemáticas en solitario como el Instituto Laboral de Betanzos o su colaboración con la empresa Fuerzas Eléctricas del Noroeste (FENOSA).
Los aprovechamientos hidroeléctricos construidos a mediados del siglo pasado destacaron por su doble importancia: como solución al problema energético y por su valor representativo y monumental, favoreciendo la colaboración entre profesionales de distintas disciplinas. Mientras los ingenieros elegían el tipo más conveniente de central en función de las características del salto, del terreno o de otros problemas técnicos, eran los arquitectos los que le daban forma y la hacían arquitectura: por sí misma y por su diálogo con la presa. También se ocupaban de las viviendas y equipamientos para trabajadores que se levantaban en las proximidades de cada salto.
Tenreiro Brochón proyecta para FENOSA los poblados de trabajadores de Os Peares, Eume, As Conchas y Belesar. En Os Peares, además de diseñar un conjunto residencial con sus correspondientes dotaciones —escuela y capilla—, interviene como artista plástico, llevando la luz de sus pinturas a la profundidad de la central. En el vestíbulo realiza el mural «Alegoría a la hulla blanca», como un frontispicio sobre la puerta de acceso a la sala de máquinas. Esta obra se combinaría con otro mural de gran tamaño situado en el espacio principal de la central, que no llega a realizar. En conjunto mostrarían la imponente y dramática presencia de las presas sobre el paisaje gallego.
Su mirada, como la del Angelus Novus es contradictoria. El reconocimiento del progreso de la historia supone también la inexorable destrucción de la naturaleza, haciéndonos reflexionar sobre las consecuencias medioambientales de la obra en la que participa. Desde ese momento no realiza más murales para otras centrales hidroeléctricas. En las posteriores lo deja en manos de otros creadores, como la singular propuesta de su amigo José María de Labra en la central del Eume.
Rastreando sus anotaciones para intervenir en estos espacios, encontré un boceto en el que dibuja la pared de una sala de turbinas. En el mismo lugar que había quedado vacío en Os Peares y Labra había concebido su gran mural en el Eume, en el altar de esas nuevas catedrales laicas e industriales, el arquitecto había colocado una escultura de Cristino Mallo con la forma de un ángel.