L’ordre frágil de l’arquitectura, el orden frágil de la arquitectura, es la deliciosa tesis doctoral de Joaquim Español defendida en el año 1993 y dirigida por el filósofo Xavier Rubert de Ventós. En ella de forma delicada y extraordinariamente bien escrita, no obstante Español es igualmente poeta, y por tanto, un experto en manejar el instrumento de la escritura, nos guía a través de lo que el autor declara como algo evidente:
«La idea de orden formal ha gobernado siempre la operación de arquitecturar y muestra que los mecanismos capaces de construir orden, son recursivos y relativamente independientes de las opciones culturales. Pero muestra también la perpetua vulneración tanto de los lenguajes constructores de orden como del orden interno de cada obra, de manera que los nuevos sistemas estructurantes van siendo cada vez más abiertos y las estructuras formales cada vez más complejas y azarosas.»1
Toda práctica debería participar plenamente de este principio rector: la disposición de mecanismos espaciales para conseguir “ordenar el mundo” como ambición última de toda arquitectura, de todo arquitecto. Es más, tanto es así que la construcción de un espacio narrativo propio de la actividad de arquitecturizar, constituiría el necesario relator de este principio de ordenación.
La “operación de arquitecturar” –“l’operació d’arquitectar” en el catalán delicado de Español– siempre ha llevado consigo una búsqueda de coordenadas que proporcionen un relato ordenado de la realidad, habitualmente en contraposición a la lectura asilvestrada que tenemos de la naturaleza.
Paradójicamente, la guía por excelencia de la arquitectura para establecer estrategias de orden, ha sido la naturaleza misma, con lo que en ocasiones históricamente hemos intentado apagar el fuego con fuego con resultados desiguales. De todas formas esta especie de lucha con y contra lo natural ha llevado a la arquitectura a avanzar en la síntesis de sus variados componentes, ya sean estructurales, compositivos, simbólicos o funcionales.
El orden no queda abolido por la complejidad. La voluntad de orden que se supone tras toda arquitectura, a la manera de la “voluntad de poder” de Friedrich Nietzsche, es una pulsión orgánica de la arquitectura y parapetada tras ella, del arquitecto. Esta voluntad de orden ha tomado todas las caras posibles a lo largo de la historia de la arquitectura, incluso cuando parecía que el orden iba a ser derogado por una arquitectura del gesto y de la celebración de la vulneración de todo tipo de orden.
El orden, desde el más primario, “platónico” y simplista hasta el que se expresa a través de complejísimas geometrías es una voluntad irredenta totalmente apegada a la disciplina arquitectónica.
Lo que intento desvelar aquí es un cambio de paradigma entre el orden asumido de una lectura abstracta de la realidad propia de las vanguardias del principio del siglo XX e imperante durante más de cincuenta años, a una lógica de la complejidad como motor especifico del orden que despierta del sueño moderno durante la bulliciosa década de los 60.
Si tuviéramos que encapsular la idea de orden de la modernidad en una síntesis, siempre injusta por la falta de matices, diríamos que la idea de orden moderna parte de la fascinación y la creencia que el desarrollo tecnológico y su máxima expresión, la máquina, permitiría ganar el combate final a la naturaleza. La máquina, representación final abstracta de la tecnología conseguiría no ya dominar la naturaleza y por tanto mantenernos a salvo como especie, sino más aún, permitiría suplantar a la naturaleza para construir un todo artificial, tecnológico y objetivamente veraz.
La lección profunda que aportan las múltiples revoluciones simultáneas que transformaron esta lectura reduccionista durante los años 60 es que, en el orden simple, mecanicista y funcional de la máquina, el individuo había desaparecido.
La inicial necesidad de acercar las maravillas tecnológicas que arduamente se habían conquistado durante la revolución industrial y que ya estaban lo suficientemente maduras para transferir masivamente a la sociedad, se acabó convirtiendo en una redundancia maquínica. Lo único que justificaba el orden de la máquina era la máquina misma. Ese y no otro fue su fracaso. Esta es la razón fundamental por la cual la construcción del espacio narrativo propio de la arquitectura hoy, es profundamente diferente a los relatos de la vanguardia. Estamos hoy ante el reto de mirarnos al espejo, colocarnos en el centro, sujetar nuestra subjetividad y plantarnos ante ella, sin huidas.
Contra esa reducción al absurdo de la preponderancia tecnológica por sí misma, la sociedad reaccionó en los años 60, colocando de nuevo al individuo como objetivo de las preocupaciones y los anhelos, asumiendo la imperfección maquínica del hombre como sustrato donde levantar una sociedad más justa consigo misma.
Siguiendo la estela nietzscheana de la voluntad de poder transferida a la arquitectura como voluntad de orden, la sociedad que nace en los 60 se estructura a partir de un orden relacional, a la manera como Foucault interpreta la voluntad de poder de Nietzsche, como relación de fuerzas que se hallan presentes en la sociedad desde el primer momento, y no como algo añadido con posterioridad. El poder se encuentra en todo fenómeno social, toda relación social es vehículo y expresión del poder y por tanto el poder es relacional.
De una manera pareja podríamos decir que la voluntad de orden en la arquitectura se basa en lo relacional, incorpora al sujeto en el centro de sus reflexiones y surge de las múltiples interacciones que desarrolla con el entorno. El orden así se vuelve infinitamente más complejo, se sofistica enormemente al tener en cuenta las numerosas facetas a las que la arquitectura debe dar respuesta. En el proceso genealógico de lo arquitectónico ya no solamente hay que dar una respuesta funcional sino también simbólica, intelectual, estética, en resumen emocional.
Lo relacional y lo emocional entran en el cómputo de las materias a la que la arquitectura debe enfrentarse y dar a ese cuerpo de conocimiento una salida espacial satisfactoria. Eso sí, la imprevisibilidad del ser humano a reacciones emocionales y su capacidad interactiva con la realidad, dispara el vector complejidad de cualquier intento de “arquitecturizar” lo relacional, hasta límites insospechados. Las revoluciones sesenteras fundan un nuevo sustrato nutritivo para la arquitectura que necesita de un orden complejo, mucho más sofisticado que el anterior. El orden simple caduca.
En palabras de Edgar Morin entramos en un “paradigma de lo complejo”,2 capaz de comprender lo humano a la vez en asociación y en oposición con la naturaleza y ese paradigma de lo complejo es lo que se cuela en esencia en la arquitectura a partir de los años 60.
Las consecuencias de ese orden complejo de la arquitectura son diversas y seguramente todavía no las podemos, incluso hoy, ver en todo su alcance.
Por lo pronto, asumir la condición compleja del quehacer arquitectónico parece lógico que tenga una respuesta inmediata en la expresión física de la arquitectura, en su génesis formal, en los edificios finalmente construidos, y en definitiva en su geometría. Está demostrado con ejemplos suficientes, que las relaciones entre la forma de la arquitectura y las ideas-fuerza generadoras de la misma
«revelan una correspondencia entre el nivel de estructuración y vigor formal, y entre el grado de estructuración geométrica y el grado de estructuración perceptiva.» 3
La arquitectura se entiende como ciencia de la lógica compleja en donde
«en la oscilación incesante de los lenguajes entre el orden simple del equilibrio y el orden complejo de la tensión, la complejidad es creciente y progresiva. Como un reflejo de la evolución de la consciencia en la percepción de las confusas interioridades de la naturaleza, la estructura de las formas arquitectónicas ha seguido una progresión que va de las variaciones sobre las normas ordenadoras a su vulneración puntual, a la incorporación de geometrías difíciles nunca aplicadas anteriormente, a la intersección de diversos sistemas ordenadores, al gusto por las estructuras fragmentadas o dislocadas montadas a través de sintaxis más libres que actúan en la proximidad del caos. Pero también se constata que la presencia explícita o subterránea del orden, continua siendo el límite de esta progresión porque es la condición de la percepción de la misma complejidad que se persigue.» 4
La fundación de una arquitectura basada en el paradigma de lo complejo, (no confundir con arquitectura paramétrica y otras transposiciones directas de la idea de lo complejo, más basada en la fascinación sobre lo algorítmico, que sobre la arquitectura misma) abre su conceptualización y su práctica a un intrincado sistema de reflexiones necesarias que provienen del todo. La arquitectura se entiende a partir de los 60 como la “petrificación” de ideas provenientes del ámbito de lo económico, de lo social, de lo cultural, de lo político y de lo tecnológico. La apertura es total y se exige al arquitecto y a la arquitectura que dé respuesta a estos ámbitos del conocimiento no solamente uno a uno, sino a las infinitas interrelaciones que entre estos campos genéricos del saber puedan crearse.
No hace falta pues decir que la arquitectura se instala en el principio de la incertidumbre. Cada una de las instancias sobre las que la arquitectura debe responder comportan un principio de incertidumbre o dicho de otro modo:
«incluso las condiciones más singulares, las más localizadas, las más particulares, las más históricas de la emergencia de una idea, de una teoría, no son prueba de su veracidad, ni tampoco, claro está, de su falsedad. Dicho de otro modo hay un principio de incertidumbre en el fondo de la verdad.» 5
De todas maneras se asume aquí que la complejidad es a nivel conceptual, aquello que forma parte de manera totalmente central y esencialmente constitutiva de una nueva manera de entender la arquitectura y que es precisamente el conjunto de conceptos contextualidad, constructividad y complejidad los que fundan el ejercicio de la arquitectura en el tiempo de la modernidad líquida6 según la idea del sociólogo Zygmunt Bauman, o en la era de la modernidad gaseosa7 siguiendo la metafórica estela de la trilogía de Peter Sloterdijk o dicho de manera más propia, la modernidad compleja.
La idea de la modernidad compleja parece acertada en contraposición a una modernidad simple, unívoca y moral, donde las cosas siempre son lo que parecen, donde los objetivos están claros y la definición de la realidad viene dada por la descripción sustantiva de sus componentes. Esta descripción, o mejor dicho, la aspiración a conocer tal descripción podría resumir el proyecto moderno desde la ilustración, donde el objetivo era conocer el mundo en profundidad, establecer un cuerpo de conocimiento de las partes constitutivas de todo lo que es real. Desde el nivel macro hasta lo tecnológicamente posible del nivel micro. El objetivo final es la categorización de la realidad, tomando la realidad misma como lo verdadero.
Visto desde este punto de vista, puede entenderse que el fin del proyecto moderno empieza cuando todo está descrito, cuando cerramos el conocimiento enciclopédico porque todas las entradas ya han sido completadas, en cierta medida el proyecto de salir a conocer el mundo ya se ha terminado. Es curioso, aunque sea a nivel anecdótico, que precisamente en los años 60 se llegue a la luna, símbolo del final del proyecto de exploración de la tierra.
Si la característica de la modernidad es la indagación sobre el qué de las cosas, del conocimiento categórico de aquello que constituye la realidad, ¿cuál es la característica de la modernidad compleja?
De la mano de la lógica de lo complejo parece claro que la característica del conocimiento de la realidad se centra más en el cómo, es decir, la manera en cómo se comporta la realidad, las relaciones que se establecen, la imprevisibilidad de acciones y reacciones propias de un sistema dinámico.
En todo caso, sea cual sea el nombre más acertado, o más seductor, el paso de una primera modernidad a una modernidad compleja, puede definirse genéricamente a partir de ciertas pautas de comportamiento o ciertos aspectos característicos que influyen decisivamente en la manera en como la realidad se comporta.
Estos aspecto serán objeto de los próximos dos post.
Miquel Lacasta. Doctor arquitecto
Barcelona, junio 2012
Notas:
1 ESPAÑOL, Joaquím, L’ordre frágil de l’arquitectura. Tesis doctoral dirigida por Xavier Rubert de Ventós, UPC, Escuela Técnica de Arquitectura de Barcelona, 1993, p. 1. Más tarde la tesis fue publicada como El orden frágil de la arquitectura, colección Arquía/tesis, Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2001.
2 Es especialmente interesante el texto de MORIN, Edgar, L’intelligence de la Complexité, L’Harmattan, París, 1999.
3 Op. Cit. ESPAÑOL, 1993, p. 252.
4 Ibídem p.253
5 op .cit. MORIN, 1999, p.75
6 La caracterización de la modernidad como un “tiempo líquido” —la expresión, acuñada por Zygmunt Bauman—da cuenta del tránsito de una modernidad “sólida” —estable, repetitiva— a una “líquida” —flexible, voluble— en la que los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos y en el que, sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo transformaciones y pérdidas como el de la duración del mundo, vivimos bajo el imperio de la caducidad y la seducción en el que el verdadero Estado es el dinero. Donde se renuncia a la memoria como condición de un tiempo post-histórico. La modernidad líquida está dominada por una inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes a los que anclar nuestras certezas. El desarrollo de estas ideas puede encontrarse en BAUMAN, Zygmunt, Liquid Modernity. Polity Press y Blackwell Publishing Ltd., Cambridge, 2000.
7 ¿No sería mejor hablar de una metáfora de lo gaseoso? Porque lo líquido puede ser más o menos denso, más o menos pesado, pero desde luego no es evanescente. Con la idea de “espuma”, se intenta dar cuenta del carácter multifocal de la vida moderna, de los movimientos de expansión de los sujetos que se trasladan y aglomeran hasta formar “espumas” donde se establecen complejas y frágiles interrelaciones, carentes de centro y en constante movilidad expansiva o decreciente. La imagen de la “espuma” es funcional para describir el actual estado de cosas, marcado por el pluralismo de las invenciones del mundo, por la multiplicidad de micro-relatos que interactúan de modo agitado, así como para formular una interpretación antropológico-filosófica del individualismo moderno. Con ello Espumas responde a la pregunta de cuál es la naturaleza del vínculo que reúne a los individuos. SLOTERDIJK, Peter, Esferas I: Burbujas, Esferas II: Globos y Esferas III: Espumas, Siruela, Madrid 2003, 2004 y 2006 respectivament