Cuando Londres era un laberinto de callejuelas sólo iluminadas por el lívido fulgor de lámparas de gas, cuando Chesterton retrataba sus distritos pobres -cuyo verdadero horror ‘estribaba precisamente en el hecho de que se veía la civilización, de que se veía el orden…’1– la basura ya era acumulada en cubos metálicos capaces de resistir la insalubre humedad de las márgenes del Támesis. La idea había surgido en una visita ala Gran Exposición de 1851.
Gran Exposición de Londres, 1851 Garrods of Barking había sido hasta ese momento una empresa metalúrgica del East London; pero cuando sus administradores vieron en esa exposición las primeras máquinas que podían resultar útiles para la fabricación de cubos de basura metálicos, decidieron invertir en ellas para dar un paso más y acometer una producción industrial.2
Hasta el siglo XVIII, los desperdicios domésticos eran almacenados en el interior de las viviendas, y sólo los nobles reclamaban contenedores que permitiesen su acumulación en el exterior. Fueron ellos los primeros clientes de los fabricantes de cubos de basura, que pronto comprendieron que una de las mayores dificultades residía en diseñar un recipiente capaz de resistir la intemperie. El XIX, con sus avances en la metalurgia y la mecánica, les ofrecía los medios para producir en serie ese tipo de contenedores.
Las patentes se sucedieron en las últimas décadas del siglo, en pugna por controlar un mercado en alza. Garrods of Barking optó por un diseño que optimizaba las posibilidades del material y agilizaba el proceso de fabricación; sus cubos tenían un cuerpo cilíndrico de acero galvanizado -cuyo perfil grecado permitía una notable rigidez con planchas extremadamente finas-, una tapa acanalada del mismo material y unas asas en forma de gota que facilitaban su manejo incluso cuando estaba lleno.
El proceso de fabricación seguía el orden impuesto por dos familias de máquinas, las de corrugado y las de ribeteado; de este modo, se reducían los tiempos de fabricación y se lograba una uniformidad casi total en los productos manufacturados. Por otro lado, la adición de una capa de zinc sobre el acero –el galvanizado- hacía que los contenedores de Garrods se mostrasen resistentes a la corrosión y el óxido. La eficiencia de estos procesos fue tal que, en esencia, han permanecido inalterados hasta nuestros días: la mitad de la producción de Garrods of Barking se sigue llevando a cabo con esa maquinaria victoriana y la empresa se ha resistido deslocalizar su producción.
Existen muchas variantes de esos cubos originales que ocupaban las calles de Londres cuando Chesterton, acompañado tal vez por Basil Grant o por ese Hombre que fue Jueves, las recorría circunspecto. Tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, muchos han imitado en los últimos ciento cincuenta años su figura acanalada y anónima.
Pero nadie sabe quién fue el primer diseñador de esos universales cubos de basura; sólo sabemos que a su celebridad reciente han contribuido muchos programas infantiles, gracias a la irrupción de los medios de comunicación global en nuestro día a día. Porque ni los relatos de Chesterton ni las estrategias comerciales de Garrods se propagaron con la rapidez epidémica de Barrio Sésamo.
Borja López Cotelo. Doctor arquitecto
A Coruña. Marzo 2012
Notas:
1. Chesterton, G. K. (1995)2007. El Club de los Negocios Raros. Madrid, Valdemar, pp.51-52.
2.Los datos han sido extraídos de VV.AA. (2006). Phaidon Design Classics. Volume one. Pioneers. Londres, Phaidon Press Limited.