Durante nuestra formación los proyectos que generamos son cuestionados, atacados y embestidos por un sinfín de ayudantes, jefes de cátedra, titulares, compañeros, amigos y familiares, logrando así proyectos que cumplen con los estándares requeridos.
Desde las primeras semanas en la facultad de arquitectura, el alumno se ve sometido a un incesante cuestionamiento de sus primigenias presentaciones y entregas, pasaran muchos meses y probablemente años hasta que el alumno compatibilice con esta metodología y haga el «click» que necesita para pasar al siguiente nivel. El hecho de volver a su hogar con maquetas destrozadas luego de una corrección y planos tan rayados que casi no recuerde a que se deba cada una de las observaciones, es difícil de afrontar ya que nos encuentra de cara con el fracaso continuamente.
Con el correr de los años el alumno va adquiriendo en su formación nuevas herramientas que le permiten generar proyectos que nacen correctos desde su concepción, esto no hace que deje de ser participe de correcciones y embestidas por parte del claustro de profesores de la facultad, pero ahora el alumno espera con ansias estas embestidas ya que sabe que luego, su proyecto lograra pulirse hasta cumplir con los estándares de una obra realizada por un profesional, y al fin y al cabo obtener una buena nota que es el objetivo en este momento.
Una vez que este alumno se transforma en profesional, debe convertirse en todas esas personas que lo asistían y corregir a conciencia sus proyectos, tratando de abstraerse para poder pulirlo lo mas posible. Esto toma tiempo y es la parte más importante, la inspiración son destellos que duran segundos, el trabajo es lo que realmente forma al proyecto. Según Thomas Edison
«la genialidad se compone 1% inspiración 99% transpiración»,
si no logramos hacer este ejercicio, perdemos el oficio adquirido en nuestra formación y esto es inconcebible. No podemos culpar a la falta de tiempo, a las exigencias de la vida profesional, o a un cliente indeciso, todos nuestros proyectos deben contar con su debido proceso de maduración y correcciones antes de llegar a concretarse.
Si no embestimos y cuestionamos el proyecto solo lograremos resolver las solicitudes básicas del comitente (no todas). En este punto, el proyecto se encuentra en vías de desarrollo en todos los demás aspectos, los cuales son el valor agregado que un Arquitecto debe ofrecer en sus trabajos: estudios de implantación, estudios de suelo, asoleamiento, variedad espacial en corte, relación con el entorno, ahorro energético, adaptabilidad de plantas según los usos, fachadas… la quinta fachada!, materialidad, etc, etc.
Es muy común que los anteproyectos generen expectativa y hasta admiración por parte de nuestros clientes, ya que van vislumbrando como será su proyecto, su ansiedad aumenta y en esa etapa todo lo ven espléndido, pero claro, nosotros somos profesionales, no debemos encandilarnos con esas luces, nuestro anteproyecto aun tiene mucho por progresar hasta ser una obra consolidada y digna de ejecutar… y no justamente por linda o fea, sino porque (el cliente no lo sabe) aún no sabemos dónde colocar el tanque de reserva, no sabemos si el municipio va a aprobar ese retiro de frente, quién fabricará tamaña carpintería e inclusive cómo se sostiene la planta alta… el anteproyecto ni siquiera tiene estructura!
En fin… si somos conscientes, y sabemos todo esto, no hay problema, ahora si queremos transformar ese anteproyecto rápidamente en proyecto y ejecutarlo, simplemente aportaremos una obra mediocre más a la ciudad, la cual tendrá una infinidad de problemas que ira encontrando el usuario en su vida diaria dentro de nuestro encandilado anteproyecto. Así que pongámonos lentes de sol, y por el bien de la profesión, sigamos tachando, rompiendo y frustrándonos con nuestros proyectos hasta hallar la mejor versión.
Germán Campagnolo. Arquitecto
Junio 2020, Argentina