Expropiar la mente de ese gran viaje que hacemos al imaginar la vida que le procuramos a los demás, imaginar rincones vacíos llenos de huellas perceptibles solo al mirar; andar sobre lo imaginado es construir ese silencio que como viento golpea nuestro mundo estruendoso.
Construir un mundo de señales para luego construir lugares que un día ya no solo serán imaginados sino construidos para luego ser habitados y un día quizás visitados.
Constatar mientras construimos que muchas veces inducimos a la mente con engaños, o con diatribas para exigirles una verdad que aún no se presenta en forma de piedra o ladrillo; que a la mente le planteamos una ruta imaginaria perdida en el azar de nuestras dudas, o quizás, en el andar de un momento ya determinado por la luz del sol o de la luna; encontrando sólo más que huellas de otros, lugares ya usados, cielos ya visitados, olas que se mojan una y otra vez.
Expropiar la mente es andar nuevamente sobre lo repasado, sobre el horizonte de nuestra imaginación, sobre la vida que a señas comienza a gastarse, sobre la vida que hemos levantado en el aire y que poco a poco se va materializando fuera de nuestra existencia.
Y así en la tranquilidad de nuestros deseos y en ese refugio de nuestro ensueño se nos presenta alejadamente como sueños de otro (de alguien quizás más cercano), y más cercano porque ya es parte de ese sueño universal que habita en la mente.