domingo, noviembre 24, 2024
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Ofú; claro que la noto | José Ramón Hernández Correa

Hace unos días he visto este pasquín en una red social:

Ofú; claro que la noto José Ramón Hernández Correa ingeniero_arquitecto
¿Ingeniero vs arquitecto?

Me pregunta si noto la diferencia. Ofú; claro que la noto.

Veo un intento muy torpe de defender la profesión de arquitecto respecto a la de ingeniero, y lo hace -como de costumbre- exponiendo lo peor de nosotros.

Yo también defiendo (lo hice por extenso en «La caja») la competencia de los arquitectos para diseñar casas, y me opongo a los intrusismos y demás confusiones y zancadillas, aunque creo (ya lo dije) que nuestro problema no son los ingenieros.

Pero sí, naturalmente: Creo que un arquitecto es quien debe diseñar una casa, como creo que un médico es quien debe curar enfermedades. Me parece obvio.

Pero es que precisamente el ejemplo de marras muestra lo peor de nosotros.

La casa que (supuestamente) ha proyectado ese ingeniero es un poco tristona y anodina, pero no está mal. La planta muestra unas piezas rectangulares aceptablemente bien distribuidas. Se accede al salón desde un porche, con una piscina enfrente. Puede ser un sitio agradable. La cocina queda a mano del salón, y tiene una salida accesoria a un tendedero-lavadero. Me parece bien. Un pasillo da al dormitorio y, al fondo, al baño, que tienen suficiente intimidad e independencia para ser una casa tan pequeña. Pues no está nada mal.

En todo caso, la forma en que están colocadas las ventanas da una cierta sensación de pobreza o de torpeza. Es demasiado inmediato, y se le podría dar una vueltecilla. O dos. Pero en principio puede valer.

Sin embargo, la otra casa es una vergüenza. A mí me da un poco de vergüenza ajena, y me ofende que se exponga como muestra de

«lo que sabemos hacer los arquitectos».

Para empezar, hace trampas. Ingeniero y arquitecto no juegan con las mismas reglas. El dibujo del arquitecto es en colores, y tiene vegetación y otros complementos. No vale comparar dos cosas en desigualdad de condiciones, haciendo una trampa tan evidente y zafia.

En cuanto al diseño de la casa de colores… Ofú. No sé por dónde empezar. Ofú; claro que la noto.

La cocina tiene una forma muy poco práctica, que además deja al salón sin posibilidad de nada. ¿Cómo usar ese salón? Lo veo difícil, y muy molesto. Para colmo le casca una puerta de acceso aún más torpe que la del ingeniero. El dormitorio tiene una pared oblicua, absurda, y el armario queda en el quinto infierno. En una casa tan pequeña se consigue que todo esté lejísimos y nada quede a mano de nada.

– ¿Y qué es ese círculo entre el dormitorio y el armario? ¿Una piscina-barreño? ¿Cuánto puede tener de diámetro?, ¿un metro veinte? ¿Es un bidé exterior? «Es un jacuzzi», me dice Fray Vicente Jesús de Albadearriba Nomeolvides Tressabores.
– ¿Un jacuzzi? ¡Qué me dice usted, Fray Vicen! ¿De uno veinte?
(Ah, sí, vale, que el dibujo del arquitecto también hace trampas con la escala).
– Un jacuzzi íntimo, en una zona semiexterior, para que se bañe la feliz pareja en la intimidad.
– ¿Y la piscina?
– Esa es más para toda la familia.
– ¿Qué familia, si es una casa de un solo dormitorio?
– ¿Y las visitas? Es que eres un borde y un aguafiestas, Joserramoncito.
– Vale, pues apúnteme un jacuzzi… una terraza redonda para el dormitorio… un templete de planta cuadrada en la esquina de la piscina… ¿Es un templete, o sólo es pavimento?

Vamos, que la mierda de casa del arquitecto cuesta el triple o el cuádruple que la del ingeniero y además ha sido cuidadosamente pensada para amargarles la vida a quienes vivan ahí.

Que no, que ya está bien de tanta prepotencia y de tanta chulería. Que yo soy arquitecto porque quiero hacer casas buenas, cómodas, sensatas, agradables, hermosas, dulces, estupendas y hasta cariñosas, claro que sí, pero no estas mierdas de arquitecto chulo. Ya está bien de arquitectos presuntuosos, de arquitectos que se creen mejores que nadie y sólo saben hacer cagadas rimbombantes. Ya está bien de casoplones del HOLA, aunque sólo tengan sesenta y cinco metros cuadrados (trucados) de superficie. Ya está bien de mirarles a los ingenieros por encima del hombro, de creernos artistas, filósofos, superhéroes con superpoderes. Ya está bien de saber de todo y de pontificar sobre todo. Ya está bien de ser los cuñaos de los ingenieros, los cuñaos de todo el mundo. Ya está bien de presumir de gilipollismo extremo, de ser avasalladores, de ser maleducados, de ser ofensivos, de ser insufribles. Ya está bien.

He oído de todo. Incluso una vez le escuché a Óscar Tusquets decir en la tele que los arquitectos follamos mejor que los ingenieros. (Fue él quien empleó ese verbo). Sí, hombre, sí. Muy bien, chaval. Pues hala, a follar.

Bueno, y eso con los ingenieros. Que a los aparejadores ni los miramos. No existen nada más que para traernos el café o sujetarnos el abrigo. Muy bien. Dale no más.
Somos como esos hidalgos venidos a menos, desfasados, anticuados, arruinados, que no saben qué es lo que les ha pasado ni cómo han llegado hasta esa lastimosa situación, con lo buenos que son. Mientras que los burgueses y los artesanos se han modernizado, se han equipado y están haciendo una revolución silenciosa que ya no cuenta con esos grandes prohombres de cartón.

Decir que vamos a eso de cabeza es falso: No vamos a ello. Ya hemos llegado. Y mientras tanto saquemos los rotuladores de colores y hagamos chaflanes gratuitos y caprichosos, curvitas absurdas, memeces estúpidas, caras y problemáticas. Creemos problemas, hagámosle la vida imposible a la gente. Que sufran. Que se jodan.

Si tan buenos somos no deberíamos tener ningún temor: Los clientes siempre correrán a nuestros brazos. Siempre caerán rendidos en nuestros amorosos y poéticos brazos. ¿Qué tememos de los ingenieros? ¿Por qué nos pasamos la vida insultándolos?
Os digo yo que lo llevamos claro.

José Ramón Hernández Correa · Doctor Arquitecto
Toledo · Marzo 2016

NOTA.- Viví durante nueve años en una casa proyectada por un ingeniero. (Era una triquiñuela legal: Constaba como oficina). Estaba pésimamente diseñada. Estaba pensada con los pies. Ojalá hubiera sido como la del dibujo de arriba. Se notaba que al ingeniero le había dado igual ocho que ochenta. Había sido un ejercicio de desidia y de ignorancia supinas. Ese ingeniero se había metido en lo que no sabía ni le interesaba. Y, sin embargo, ¿por qué los propietarios no habían llamado a un arquitecto? Ahí habría algo interesante que analizar y que decir, pero creo que no con el insufrible tono de superioridad y de desprecio de siempre, mirando al ingeniero por encima del hombro. Ah, y que conste que fui muy feliz en aquella casa.

José Ramón Hernández Correa
José Ramón Hernández Correahttp://arquitectamoslocos.blogspot.com.es/
Nací en 1960. Arquitecto por la ETSAM, 1985. Doctor Arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid, 1992. Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Ahora estoy algo cansado, pero sigo atento y curioso. Arquitecto, bloguero, saxofonero, escritor... pero todo mal.
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