El problema de la movilidad es uno de los frentes que consideramos más importantes a la hora de aspirar a ciudades más sanas y habitables.
Sin embargo, muchas veces, quizás por su aparente obviedad, se pasa por él de puntillas, sin darle la trascendencia que tiene. A su vez, es un tema que nos interesa especialmente, porque creemos que, si se atacase de manera sería y comprometida nuestras urbes rápidamente mejorarían; no se trata de extrañas disquisiciones sobre complejos temas de la ciudad, que, estando muy bien hacerlas, son de más difícil implantación. Aquí, las acciones pudieran ser sencillas y baratas.
Lo que ocurre es que, normalmente, cuando pensamos en ella nos vienen a la cabeza nuestras arcaicas ciudades contaminando el aire puro; pero otro tipo de contaminación también se da, y ¡de qué manera!: la contaminación acústica. Se está comprobando que los niveles elevados de ruido de nuestras calles, nos están maltratando física y mentalmente. Enfermedades cardiovasculares, alteraciones del humor, trastornos del sueño, falta de concentración o aumento de los niveles de ansiedad, son consecuencia de estos excesos acústicos. Y
¿quién es el principal culpable de todos estos regalos?
Pues, ni más ni menos, que el vehículo privado, que, como no podía ser de otra forma, además de ser un gran agresor a nivel sonoro (emisor del 80 % del ruido de nuestras calles), es uno de los agentes principales en las emisiones de CO2.
Por todo ello, en tiempos de tristes recortes, no estaría mal tomarnos este asunto un poco más en serio.
¿De verdad, sigue teniendo sentido cicatrizar infinidad de paisajes y gastarnos un dineral – que no tenemos – para llegar 20 minutos antes de una ciudad a otra?
Con lo que nos ahorraríamos realizando menos y más sensatas infraestructuras o reduciendo el actual gasto para curar los efectos que nos produce la contaminación producida por el tráfico rodado, a buen seguro, podríamos evitar gran cantidad de recortes en cultura o sanidad.
Sin embargo, nuestras ciudades, en las últimas décadas, han asumido el reinado del vehículo privado, relegando al transporte público a un segundo plano, a que el peatón se las apañase como pudiese y a la bicicleta… mejor ni hablar, pues, a pesar de que como le gusta decir a Andrés Perea,
“la bicicleta debiera ser el pin del arquitecto”,
la realidad es que jamás en nuestros planes generales patrios se pensó en el que es, sin duda, el transporte más eficiente e inteligente. Pero claro, mientras en el norte de Europa se popularizaba el uso de la bicicleta, aquí seguíamos mirando hacia los Estados Unidos pensando que los adosados eran la nueva panacea del final del siglo XX. Y efectivamente, sin entrar a juzgar ahora su calidad de vida – ya lo hicimos en la Ciudad Trumanizada -, lo que nos hubiera debido preocupar es el desastre ecológico que supone desparramarnos como manchas de aceite por el territorio.
Fenómenos como la “Ciudad Donut” se extendieron por toda Norteamérica, antes de ser importados a la vieja Europa. En ellos, el centro, de manera drástica, se abandona a favor del extrarradio. La gente más adinerada se iba a vivir a la primera circunvalación de la ciudad, concentrando en ella toda la actividad,
“mientras desaparece, por desmaterialización todo lo que queda dentro (afectado por un inmediato y acelerado proceso de obsolescencia). Esta ciudad es un fenómeno contra natura”
explica Carlos García Vázquez. Y una vez agotado el primer cinturón, estas clases pudientes, nuevamente lo abandonan para pasar a la segunda circunvalación y haciendo este agujero central cada vez más grande y decadente.
Así que, si a todo ello sumamos el descalabro que trajo consigo la importación de los malls y la dependencia del coche para llegar a ellos, vamos conformando todas piezas de este puzzle urbano. El arquitecto Arturo Gutiérrez Terán apunta en este sentido,
“Nadie nos ha pedido opinión sobre eso y creo que ni la propia Administración preveía las consecuencias. Al final el beneficiario de ese modelo de ciudad es el empresario que consigue suelos rústicos baratos para montar una empresa claramente urbana, por tanto, se ha deformado el concepto de ciudad y se ha ido haciendo a semejanza de las iniciativas empresariales.”
El otro modelo de crecimiento, el de las manzanas del antiguo ensanche extendidas allá donde hiciera falta, no mejoraba excesivamente el problema. Cuando urbanistas y políticos llegaban al apartado del tráfico, de nuestros funestos planes generales, se daba prioridad absoluta a los carriles de circulación, plagándose todo de grandes rotondas (llenas de artefactos y jardines carísimos de mantener) en detrimento de los espacios públicos que se iban situando en alguna esquina del proyecto.
Si miramos hacía entornos rurales o pueblos de tamaño medio, creemos que tampoco se ha tratado el tema con un mínimo de rigor. También, es cierto que, en estos casos, el problema no es el mismo; pero…
¡tanto cuesta entender que una plaza de pueblo no puede estar llena de coches!
Estos espacios públicos deben estar pensados para que niños, ancianos o discapacitados. Por favor, que no haya más plazas sin una zona de columpios o de juego para niños y, por supuesto, eliminar al vehículo privado, no ya de su interior (esto se debería dar por hecho) sino de su propio perímetro.
Siguiendo este planteamiento, podemos leer en el libro “La humanización del espacio urbano” de Jan Gehl,
“caminar exige espacio; es preciso poder caminar de un modo razonablemente libre sin que nos molesten, sin que nos empujen y sin tener que maniobrar demasiado. Aquí el problema consiste en definir el nivel de tolerancia a las interferencias que se encuentran mientras se camina, de modo que los espacios sean suficientemente limitados y ricos en experiencias y, sin embargo, lo bastante amplios como para que haya sitio para maniobrar. (…) La calle principal de Copenhague, pasó de ser una calle mixta, con tráfico rodado y aceras atestadas, a una calle para caminar, con una zona peatonal cuatro veces mayor. Mientras que el número de peatones se incrementó durante el primer año en un 35%, el número de cochecitos de niño aumentó en un 400%”.
¿Os acordáis lo que costó que se entendiera que los cascos urbanos debían ser peatonalizados?
Curiosamente, era el comercio pequeño quien más se oponía a ello, pensando que si no se llegaba en coche hasta su puerta, ya nadie iba a comprar nada. Pero estaba claro, que sería al revés y así fue; hoy, ya nadie se acuerda de aquellos pataleos y parece que nuestros centros urbanos estuvieron siempre sin coches.
También, es cierto que, sólo con peatonalizar las calles no se consigue todo; para nada decimos esto. Estas decisiones deben ir de la mano de una estrategia general de revitalización del entorno urbano, siendo el tema de la movilidad urbana uno de sus ejes principales. Pero mientras no lleguemos a tanto, creemos que es conveniente apostar por “acciones rápidas” como limitar el máximo de velocidad a 30 km/h o popularizar, de una vez por todas, las ideas de Salvador Rueda y sus supermanzanas.
¿Pero qué sucede si miramos las nuevas posibilidades que nos brindan, por ejemplo, las Smart Cities?
pues ocurre que se nos presenta como solución al problema de la movilidad la sustitución del coche de toda la vida por el vehículo privado eléctrico. Es decir, que si quitamos nuestros contaminantes coches del medio y los sustituimos por los eléctricos parece que el problema se acabó (nadie habla de un cambio de raíz; de una nueva forma de entender la movilidad). Y se acabó, según se mire. De momento, generamos una cantidad ingente de chatarra que a pocos les preocupa dónde acabará y los nuevos vehículos habrán contaminado de lo lindo en su fabricación; pero claro, lo habrán hecho en algún país lejano que tampoco importa tanto.
Así que, vayamos por partes, una cosa es la huella ecológica y otra la contaminación, ¿no? así que, desde las Smart cities, nos cuentan que nuestros cielos, por fin, quedarán limpios y podremos ver el tan ansiado azul celeste. Pero, este planteamiento tiene truco.
¿De dónde viene la energía?
Según los nuevos planteamientos inteligentes el usuario será el generador de la energía; sí, pero no, como diría un buen amigo nuestro. Para cuando esto sea cierto habrá llovido demasiado y esta lluvia seguirá siendo sucia, muy sucia, porque nadie habrá garantizado que la electricidad que consumen estos vehículos provenga de fuentes de energía limpias.
Sobre este tema, suele incidir nuestro admirado José Fariña, afirmando que, “muy al contrario, la energía se importará de lugares lejanos que seguirán consumiendo recursos fósiles con los que generar nuestra “limpia” electricidad”. De esta forma, aparentemente nuestras ciudades estarán más limpias, pero, básicamente,
“habremos desplazado el problema de un lugar a otro”.
Ya sabéis, ojos que no ven, corazón que no siente. Así que, de la misma manera que enarbolábamos la bandera holandesa, unas cuantas líneas más arriba, ahora también, aprovechamos la ocasión para tirar de las orejas a los holandeses pues su huella ecológica es una de las mayores del mundo.
Y ya para terminar, quisiéramos hablaros de un curioso estudio. En la ciudad de Belo Horizonte se encuentra un parque habitado, entre otros animales, por los Titi Común (nombre vulgar con el que se conoce a una de las diferentes especies de primates americanos). Estos simpáticos animales tienen como prioridad, a la hora de ocupar cualquier territorio, localizar la zona con más abundancia de comida. A pesar de ello, el estudio demuestra que, esta prioridad puede ser desbancada por la búsqueda de la tranquilidad, ya que después de monitorizar todo el parque se demostró que el área con mayor abundancia de comida estaba pegada a una vía rápida con un intenso nivel sonoro. Los titis abandonaron la zona, primando otros rincones con menos ruido, aunque para conseguir comida pudieran a tener serios problemas.
Sin embargo, los hombres seguimos dando prioridad a otro tipo de sueños o fantasías por encima de la búsqueda de una vida en calma. Así, pensamos que el ruido de los coches, esos malditos coches, no será especialmente nocivo para nuestra salud, ninguneando una gran cantidad de estudios que, como os comentábamos al principio del artículo, nos confirman que nuestra salud está en juego.
Por lo tanto, con todo ello encima de la mesa
¿qué se puede hacer?
¿De verdad es tan difícil tomar medidas, rápidas, que pongan freno a este problema?
En fin, ya nos contareis vosotros cómo lo veis.
Stepienybarno_Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó, arquitectos
Estella, Octubre 2017