José entró a la cocina con el ejemplar de ABC debajo del brazo. Se sentó en su butaca preferida, junto a la ventana mientras Trini le ponía un café. En tazón grande, con la leche muy caliente, como lo tomaba desde que era un crío. Abrió el periódico. Le encantaba el olor de la tinta y, sobre todo, que el periódico viniera grapado. Compraba ABC por la grapa, aunque jamás lo reconocería. A él, la política… Saltó, como solía hacer, a la crítica de toros, pero se fijó en un artículo ilustrado con una extraña imagen. Una especie de tarta redonda que, decían, era un museo. Sonrió con el titular:
“El caracol, terminado”.
El cronista lo había identificado con más tino.
“Hay que ver cómo están las cabezas” le dijo a su mujer.
“Un museo esto… Un museo es el Prado”.
“Pero si no hemos ido nunca al Prado, José. Que a ver si llevamos a los niños…”
“Un día de estos…”
Mi abuelo, empleado de la Telefónica, no estaba particularmente interesado por la arquitectura, menos aún por esas modernidades que de vez en cuando salían en el ABC . Su mayor aproximación al tema era acordarse de los arquitectos que no preveían una forma segura de acceder a las fachadas para arreglar el tendido telefónico. Es posible que una gran mayoría de la población española de finales de los cincuenta tampoco lo estuviera y, sin embargo, las noticias relacionadas con el tema eran frecuentes en la prensa diaria. Así que, entre crónicas taurinas y noticias de inauguración de algún pantano, se deslizaba de cuando en cuando un breve que hablaba de extraños personajes: Le Corbusier, Frank Lloyd Wright… Incluso de algunos españoles, como aquel Miguel Fisac que parecía querer enseñar urbanismo a las amas de casa1.
La arquitectura tiene impacto en nuestras vidas, seamos o no entendidos. Y si tomamos como referencia de ese impacto su difusión a través de medios de comunicación, podemos comprobar que, más allá de las revistas especializadas, que no dejan de tener un alcance limitado a la propia profesión, la difusión de la labor de los arquitectos parece estar concentrada en cuestiones que tienen más que ver con lo económico y lo político que con ese efecto sutil del que habla Paul Goldberger cuando decía que
“la arquitectura importa porque está en todo lo que nos rodea, y todo lo que nos rodea tiene que provocar cierto efecto en nosotros”2.
En un vistazo rápido a la prensa española actual, es fácil localizar columnas periódicas dedicadas a la crítica de cine, moda, música o arte, pero, salvo contadas excepciones, la difusión de la labor de los arquitectos se limita a alguna sonada inauguración o a algún –no menos sonado- escándalo inmobiliario. Si bien es cierto que, de un tiempo a esta parte, podemos encontrar referencias al tema en la mayor parte de las cabeceras, estas suelen tener un sesgo demasiado relacionado con el fenómeno social del “arquitecto estrella” mientras que la buena arquitectura, medida, sensata y responsable –que la hay- resulta difícil de encontrar en la prensa generalista. Difícil, que no imposible.
Analizar la aproximación de la prensa no generalista a la arquitectura desde una perspectiva histórica, particularmente a esa arquitectura que entendemos como “buena” (sea eso lo que sea) supone una oportunidad de acometer una recopilación de historias de arquitectura –ambas palabras deliberadamente escritas en minúscula-. Historias que ayudaron a conformar el sentimiento arquitectónico de un país que, demasiado a menudo, ha vivido de espaldas a su legado cultural. Las minúsculas en ambos términos se justifican porque en este medio tienen cabida tanto grandes nombres como hechos anecdóticos que, por su carácter anónimo, podríamos cometer el error de considerar poco importantes. A pesar de esto, la lectura de la prensa histórica requiere de un esfuerzo de entendimiento de la perspectiva temporal. La historia de España, incluso la arquitectónica, ha sido interpretada constantemente según el punto de vista del analista. Si se quiere afrontar la recopilación de casi un siglo de historias de arquitectura en “tiempo real” se deben asumir incoherencias, gazapos, e incluso algún sorprendente cambio de criterio de los redactores. La inmediatez requerida por la redacción periodística impide en ocasiones la reflexión pausada que resulta indispensable en otros ejercicios críticos. No entendemos esto como un defecto. Al contrario, apreciamos el valor que tiene acometer la difusión universal de una disciplina considerada a menudo por los propios profesionales como algo reservado en exclusiva a los iniciados.
El estudio de las fuentes impresas ha demostrado ser una herramienta indispensable para el análisis de la historia de la arquitectura. Lo que se dice, cómo se dice y, muy a menudo, quién lo dice sirve para poner en contexto una disciplina a la que en ocasiones pedimos un imposible: que sus obras expliquen por sí mismas sus intenciones, su funcionamiento, sus aciertos y errores, en definitiva, su razón de ser. Así, resulta necesario plantear un sano ejercicio de crítica con la arquitectura, más aún con aquella creada con espíritu de trascendencia. En este sentido, las revistas especializadas han jugado históricamente un papel fundamental como sistema de interpretación analítica de la historia de la disciplina. La importancia de estas publicaciones, que durante una buena parte del siglo XX eran el único cauce de difusión de determinadas propuestas, es innegable. Sin embargo, en el fondo, suponen sólo una parte de la ecuación. En su gran mayoría, las revistas de arquitectura están escritas por arquitectos, sobre arquitectos y para arquitectos. Esta relación endogámica con la crítica de nuestro propio trabajo ha terminado, posiblemente, por generar cada vez una distancia mayor entre los profesionales y el público que, a fin de cuentas, es el principal destinatario de nuestro trabajo.
Así que acompañemos a José en la cocina de casa, ojeando la prensa y encontrando, quizá, algún apunte interesante sobre el Escorial y el Valle de los Caídos, pero también sobre Fisac, Carvajal y Oíza, sobre Le Corbusier y esa extraña manía de enfoscar las casas de blanco, y sobre esos pabellones que España construía en las Exposiciones Universales y que ayudaban al país a abrir las ventanas para que se fuera el olor añoso.
Alberto Ruiz. Arquitecto, docente e investigador.
Madrid. Abril 2019.
1 FISAC, Miguel. El Urbanismo y las amas de casa. Blanco y Negro. 24 enero 1959. p. 74
2 GOLDBERGER, Paul. Por qué importa la arquitectura. Madrid: Ivorypress, 2012.