En ocasiones hemos argumentado sobre el “programa” como un elemento comprometedor del proyecto de arquitectura. Los arquitectos hemos presumido de conocer, incluso mejor que los propios usuarios, aquello que ellos precisamente necesitan, haciendo de la “reinterpretación” del programa una de nuestras más valiosas aportaciones al encargo. Sin embargo, el tiempo nos suele arrebatar la razón y el uso que habitualmente vinculamos a un espacio a menudo es superado de alguna manera por las mareas de la vida.
¿No se desplegarán sobre cada proyecto múltiples configuraciones de uso generadas ante la diversidad y las necesidades cambiantes de los propios usuarios? ¿Se podría entonces proyectar lo impredecible? Veamos.
Sin duda, una de las cualidades fenomenológicas del entorno actual es su carácter impredecible. Hace pocos días una ola de frío polar sin precedentes paralizaba Estados Unidos hasta el punto de que algunos presos, felizmente fugados, regresaban voluntariamente a sus celdas de castigo: la naturaleza aún guarda secretos que la libertad desconoce. Cualquier análisis que realicemos sobre el mundo actual acabará arrojando una densa niebla sobre el futuro, y tal vez ésta sea una constante presente en cada momento de la historia del ser humano:
«Mientras la historia fluye, no es historia para nosotros. Nos lleva hacia un país desconocido, y rara vez podemos lograr un destello de lo que tenemos delante».1
Una mirada hacia el pasado nos enseña que la historia se construye como una secuencia ininterrumpida de sorpresas, una montaña rusa que nos lleva de la admiración al pasmo ante el discurrir ordinario de la cosas. Sin embargo, la gestión de lo impredecible puede constituir no solo una valiosa herramienta en el proyecto arquitectónico, sino una referencia imprescindible para la construcción de la ciudad adhocrática2.
Cuenta Kazuhiro Kojima cómo el Gobierno de China le propuso la idea de proyectar un edificio de oficinas para las Olimpiadas de Beijing (2008) cuyo uso posterior se definía como impredecible3. Esta situación, aceptada para las ceremonias deportivas globales y exposiciones universales varias, se puede extrapolar al conjunto de la producción arquitectónica. El caso de la vivienda resulta paradigmático, el hecho de habitar exprime las más recónditas variables de lo impredecible: crecimiento o desintegración familiar, rejuvenecimiento o envejecimiento, permanencia o itinerancia, fortuna o bancarrota4. El uso que hacemos de la arquitectura siempre es impredecible. Más aún el edificio público, financiado con el patrimonio común, que debe responder con la máxima eficacia y responsabilidad ante su destino incierto, ligado de manera indisoluble a la dinámica del cambio: ¿quién iba a decir a Don Antonio Palacios que su “Palacio de Comunicaciones de Madrid” (1919) iba a quedar obsoleto ante el declive del uso del correo postal? ¿Quién iba a pensar entonces que un alcalde, con una idea bastante “clara” de lo que significa la representación del Poder, iba a instalar allí la sede del Ayuntamiento de Madrid?
Alejandro de la Sota contaba con ironía cómo su proyecto para el Museo Provincial de León se instalaba sobre el antiguo edificio del Obispado, que se había mudado al imponente edificio histórico de Correos al mudarse éstos a su vez a su conocido “container” de chapa color León5. Como en un ejercicio de auténtico trilero, los programas cambiaban de vaso ante la mirada socarrona de Don Alejandro: la arquitectura como un baile desenfrenado en el que la única regla (no escrita) será el placentero, por aleatorio, intercambio de parejas. La idea viene de lejos y el mismísimo Frank Lloyd Wright en 1939 se atrevió a definir como inmutable esta apasionante condición “promiscua” de la arquitectura:
“La ley del cambio es una ley inmutable y es la única ley que no hemos tomado en cuenta. Hemos tratado de detener y contener las mareas de la vida. […]En el momento en que tenemos cualquier interés establecido o sentimental, creemos que debemos protegerlo, cuidarlo, defenderlo de los enemigos, reteniéndolo intacto. Nuestro pensamiento, nuestra filosofía, todo lo que tenemos, se resume en ‘tener y guardar’. Estoy seguro que les sorprendería ver lo efectivo que sería invertir el proceso” 6.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. enero 2014
Notas:
1 Friedrich A. Hayek, ‘Camino de servidumbre’, Alianza Editorial, Madrid, 2010.
2 Ver “Adhocracia” en el Glosario Abierto. Queda para un segundo post el análisis sobre la gestión de lo impredecible en el espacio público, cuestión trascendental abordada por Anatxu Zabalbeascoa en el artículo “La calle en venta” (20 de diciembre 2013)
3 Kazuhiro Kojima, “Nexus. Dirección fluida”, Revista 2G, nº43.
4 Recordamos aquí la anécdota de Cedric Price en la que, después de largas reuniones con un cliente para proyectar una vivienda para él y su familia, y después de conocer a fondo su dinámica y situación vital, tras largos meses de paréntesis para la reflexión se reunió de nuevo con su cliente y, para su sorpresa, en lugar de encontrar un proyecto de arquitectura, Price le recomendó abiertamente el divorcio: el mejor “programa” que pudo encontrar en este caso.
5 Alejandro de la Sota, Pronaos, Madrid, 1989.
6 Frank Lloyd Wright, Segunda velada de las conferencias en Londres, 1939, incluida en Frank Lloyd Wright, ‘El futuro de la arquitectura’, Poseidón, Barcelona, 2008.