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Tímidos de cabeza dura | Óscar Tenreiro Degwitz

Tímidos de cabeza dura Las impresionantes barreras contra inundaciones en el río Támesis, cerca de Londres
Las impresionantes barreras contra inundaciones en el río Támesis, cerca de Londres | Fuente: archdaily.com

Resumo así mis reflexiones a propósito de lo que Le Corbusier dice en 1935 sobre la «explosión»1 de las ciudades americanas: el abandono actual de la crítica a la expansión hacia el suburbio en los Estados Unidos y el modo de vivir la ciudad que lo acompaña, es consecuencia de varias décadas de un proceso de revisión de la herencia moderna que en ese país derivó, gracias a la influencia de ciertas vertientes del pensamiento posmodernista, hacia su aceptación e incluso su aplauso. Aceptación que de ninguna manera ha derrotado a la crítica. la ha ocultado, la ha relegado, pero no la ha respondido.

Me permite decir eso el camino seguido por el debate sobre la ciudad en ese país, múltiple y muy complejo, pero que puede trazarse a través de lo que se publicó y discutió a partir de los años sesenta. Desde el famoso Traffic in Towns inglés (1963) derivado del Informe Buchanan, muy divulgado en todo el mundo, hasta, en 1976 Form follows fiasco de Peter Blake, que en cierto modo complementa a Learning from Las Vegas de Robert Venturi (Denise Scott Brown y Steven Izenour) de 1972. Blake, sin embargo, en 1964 había publicado God’s Own Junkyard (que podría traducirse como «La chivera privada de Dios»), con el subtítulo «El deterioro programado del paisaje americano», libro que no sólo ilustraba el agresivo decaimiento inducido por la publicidad, sino el triste y feo abandono de los suburbios pobres, cruzados por las interminables «strips» comerciales que hablan de cualquier cosa menos de la convivencia ciudadana. Blake en «Form…» se suma al clamor antimoderno para después revisar su posición en los años sucesivos, cuando rescata su estima por los grandes maestros de la modernidad y sus seguidores americanos como, en particular, Craig Ellwood (1922-1992). Antes había tenido gran éxito Jane Jacobs (1916-2006) con su The death and life of Great American Cities, focalizado más bien en la observación de la vida en ciudad, para precisar los errores o aciertos de la renovación urbana de los años anteriores.

Pero habría de tener mucha repercusión después un libro liviano, divulgativo pero ideológicamente muy cargado, publicado en 1981, From Bauhaus to our house de Tom Wolfe (1931), que viene a ser como la ilustración «pop» del esfuerzo del estamento cultural americano por aceptar desenfadada y afirmativamente un modo de ver las cosas que desdeña y ridiculiza las tesis modernas europeas. Libro que casi se ha convertido en manual ideológico en el tema de la arquitectura y el modo de vivir, para los sectores conservadores de ese país.

Paralelamente se dan muchas cosas en el mundo europeo que es largo recordar aquí. Valiosas como crítica y planteamiento de nuevas perspectivas que buscan enriquecer la mirada mas esquemática del momento moderno. Ya Gordon Cullen (1914-1994), inglés, en su libro Townscape (1961) llamaba la atención sobre el papel del mobiliario urbano, la importancia de las visuales, la interrelación entre arquitectura y paisaje, el rol del monumento, la domesticación del automóvil, etc. Y más tarde Aldo Rossi (1931-1997) desde Italia, en Arquitectura de la Ciudad (1971), adquiere gran notoriedad al recalcar la importancia del monumento, de la memoria, de la riqueza y multiplicidad del legado de tiempos anteriores. Un aporte seguido de muchos otros, complementarios, que proponen un acercamiento a los problemas urbanos en términos de respeto a preexistencias, tradiciones, herencias, ha sido respaldado, particularmente en Europa, por infinidad de experiencias que han logrado significativos éxitos. Un modo de proceder que debe mucho sin duda a la superación del esquematismo de raíces modernas.

Y es importante hacer notar que en el campo de la Planificación Urbana se dan también cambios de importancia. Su discurso va incluyendo, aparte de las consideraciones exclusivamente técnicas de los tiempos cercanos a la Segunda Guerra2 (transporte, infraestructuras, usos del suelo, densidades, vínculos con lo territorial), los problemas ambientales, las implicaciones ecológicas, para también ir aceptando la necesidad de construir la ciudad, de usar la Arquitectura como instrumento, armonizándose más el diálogo entre arquitectos y técnicos, entre planificadores y ejecutores y sobre todo reconociéndose que la ciudad de normas debe ser reemplazada por la ciudad en busca de una forma.

En los Estados Unidos esos aportes muy poco significaron en términos de acción pública, aunque haya excepciones de escala más bien modesta. Y más bien habría que recalcar lo que ya mencioné al comentar el libro de Tom Wolfe: el conservadurismo americano consideraría inaceptable que el Estado, mediante inversiones y acciones concretas pretendiera modificar las tendencias tradicionales de crecimiento de las ciudades americanas: así ha sido y así debe quedarse. El tema es político.3

Politización que crea una barrera que induce al olvido, a dejar de lado una discusión que de todos modos la gran mayoría de los políticos de ese país consideraría secundaria, más propias del Estado de Bienestar. Y el marketing de las ideas postula que si en Estados Unidos algo no se dice o tiene poca aceptación, tampoco se dirá en el resto del mundo. O se dirá a la sordina. El pensamiento urbano seguirá ese rumbo. Y también lo seguirán los críticos. Hasta que algún evento externo suficientemente poderoso produzca un cambio.

¿Será por ejemplo la crisis energética?

No lo parece.

Y al hablar de estas cosas necesariamente habría que referirse a lo que ocurre entre nosotros. En Venezuela por ejemplo, las ciudades se han dejado crecer, si hablamos de la acción pública o simplemente de la normativa reguladora, siguiendo el mismo modelo de la expansión indiscriminada, algo que no ha cambiado en los años de «revolución». Y paradójicamente, la oportunidad de revertir esa tendencia nos la ofrece la llamada «ciudad informal», la de las invasiones (la de las favelas brasileñas o los barrios de ranchos de Caracas), si fuéramos capaces de asumir con seriedad y consistencia el reto que ella nos plantea. Es un fenómeno de muy difícil pronóstico futuro, pero está allí para estimular nuestra capacidad de respuesta.

Recuerdo una observación de Rafael Moneo sobre ellas en la cual hizo referencia también al «modo» americano, cuando visitó Caracas en 1989. Dijo así Moneo en una entrevista que aparece en el libro Sobre Arquitectura que publicamos en 1990:

«Estas sociedades que vemos aquí, de los ranchos, son sociedades o grupos sociales más trabados y allí hay seguramente, allí se lleva, una vida más satisfecha que en ese extremo aislamiento individual que es la ciudad americana, Cuál va a ser el futuro, obviamente no lo sé, pero a lo mejor la vivienda vuelve a ser un tema de interés para la arquitectura».

Por una parte reiteraba Moneo lo que gente nuestra venía diciendo por décadas sin que su mensaje hubiese producido nada parecido a una política de acción desde el Estado. Y por otro lado señala la laguna extraordinaria del pensamiento y acción de los arquitectos en un tema fundamental como es el de la vivienda.

Podemos entonces ver mejor las conexiones entre nuestra realidad urbana, nuestras contradicciones, y las de sociedades más estructuradas. Y está de nuestra parte entonces entender las oportunidades que se nos abren. Y responder a las necesidades críticas, no ocultarlas o, en virtud de su complejidad, llevarlas artificialmente al olvido. Eso ha ocurrido y sigue ocurriendo. Aquí y más allá.

Óscar Tenreiro Degwitz, arquitecto.
Venezuela, Noviembre 2012

Notas:

1 La lectura de Cuando la Catedrales eran blancas de Le Corbusier tiene la gran virtud de hacernos revivir las críticas que se hicieron en esos tiempos (1935) y aún hasta después de la guerra, al modelo de desarrollo urbano norteamericano, permitiéndonos ver mejor lo que de ellas sigue vigente hoy.

Y lo primero que puede sorprender es que ese tipo de críticas, tan comunes hasta bien entrados los sesenta, hayan desaparecido casi totalmente.

En ese ocultamiento tuvo una palabra muy fuerte la revisión posmodernista con sus diferentes secuelas, pero también el progresivo desprestigio de la crítica de raíz marxista, claramente ideológica y alejada de lo disciplinario. Se buscaba un acercamiento a lo urbano más objetivo, más inspirado en consideraciones técnicas y por ello mismo a cierta distancia de las de tipo político. Esto terminó devaluando la crítica a la expansión urbana como consecuencia del individualismo exacerbado, de la quimera de la soledad como escribe Le Corbusier, rasgo del modo norteamericano de vivir la ciudad que necesariamente echa algunas raíces en el modelo capitalista. Aparte de eso, se fueron desarrollando aproximaciones al Diseño Urbano que se acercaban al grano fino de la ciudad y se alejaban de la visión que pudiéramos llamar utópica, o al menos, «ideal», multiplicándose, repito, los aportes técnicos así como las experiencias concretas, que en el caso norteamericano se ubicaron sobre todo en las ciudades de la Costa Este.

Y por supuesto, en las últimas tres décadas irrumpe poderosamente el aporte europeo, importante suma de experiencias que han llenado la escena y dejado atrás la etapa de denuncias o de diagnóstico para centrarse en la acción.

2 Las ciudades europeas, de manera progresiva, han ido ganando enormemente en calidad de vida. En ese específico terreno que pudiéramos llamar esfuerzo por mejorar la calidad de vida urbana, si hacemos una comparación entre el viejo continente y los Estados Unidos encontraremos que el país más poderoso del mundo queda muy mal parado.

Si no tuviéramos que mencionar sino el caso de Nueva York, las mejoras que allí se han producido se deben a las inversiones puntuales en los grandes conjuntos corporativos y mucho menos a inversiones públicas, que las ha habido pero en medida muy modesta para la escala de la ciudad. Y lo mismo puede decirse, con excepciones, de casi todas las grandes ciudades de los Estados Unidos.

Mientras tanto Europa va convirtiéndose a ese respecto en un caso modélico. Ya los países escandinavos eran ejemplo a fines de los cincuenta. En Londres desde fines de la guerra se adelantaron programas que han mejorado drásticamente las condiciones de vida de la ciudad. Alemania, un país semidestruido, en tres cuartos de siglo ha hecho de sus ciudades sitios privilegiados, destacando en las dos últimas décadas el caso de Berlín y la rehabilitación sorprendente de las ciudades del Este comunista. París puede mostrar muchas cosas, menos de las que debería, pero de todos modos, la voluntad de mejoras colectivas se refleja en muchos casos concretos. Y en España el mejoramiento urbano ha sido espectacular; y si es verdad que ese esfuerzo tiene un peso en la crisis económica actual, ha quedado para los ciudadanos como patrimonio colectivo insustituible. Barcelona es ejemplo emblemático, único. Nada más la recuperación de su frente de mar, por ejemplo, es por sí solo un logro digno de ser imitado.

3 Y resulta evidente que lo ocurrido en Europa tiene un decisivo componente político. Es obra del Estado de Bienestar, cuya agenda social incluye preferentemente el tema urbano, con la construcción de viviendas como instrumento. Un tipo de Estado que ha sido objeto de las más duras críticas por los conservadores estadounidenses, que ven en él la amenaza socialista mientras ignoran sus aciertos. Una visión que, en clave ideológica, ve cualquier intento de revertir la expansión urbana hacia el suburbio anónimo y alienante mediante una acción de Estado, como una amenaza a la libertad individual y al modo de vida estadounidense. Así, tal como predicaba Mao, se transforma el defecto en virtud, se le da, lo hizo el posmodernismo, rango cultural, adquiere peso político. Como consecuencia (es el poderío norteamericano lo que está detrás) la intelligentsia arquitectónica hace variaciones sobre el tema así son las cosas y lo convierte en lugar común.

El último capítulo lo va definiendo la crisis económica actual, que ha servido para devaluar al Estado de Bienestar. Sin que eso pueda justificar la mínima atención que en los Estados Unidos se presta a los temas urbanos de mayor escala. De los cuales muy poco se ha querido hablar, mientras se favorecen las iniciativas comunitarias localizadas; legítimas claro, pero con frecuencia disfraces útiles para evadir la complejidad de una acción más completa. Y así, preservando el status quo, se mantiene la enfermedad. El cáncer goza de buena salud dice Le Corbusier en el libro: prospera el atraso. Que afecta incluso a las infraestructuras, como lo hizo evidente el huracán Sandy en Nueva York, donde no había sistemas de protección ante inundaciones…

Y sorprende entonces que en un país de tanto peso se ignore que el fenómeno urbano no exige sólo un seguimiento gerencial, sino una tutela superior, ordenadora y actuante. Ya la falta total de conciencia sobre un deber hacer que muestran los muy mediocres y restringidos planes de reconstrucción de Nueva Orleans, produce estupor. Y en Nueva York empiezan a surgir polémicas que entorpecen o cuestionan una visión de conjunto ambiciosa.

Un panorama que nos devuelve a los tiempos en los que Corbusier hizo sus críticas. Hay timidez, ciertamente, y también cabeza dura.

Óscar Tenreiro Degwitz
Óscar Tenreiro Degwitzhttps://oscartenreiro.com/
Es un arquitecto venezolano, nacido en 1939, Premio Nacional de Arquitectura de su país en 2002-2003, profesor de Diseño Arquitectónico por más de treinta años en la Universidad Central de Venezuela, quien paralelamente con su ejercicio ha mantenido ya por años presencia en la prensa de su país en un esfuerzo de comunicación hacia la gente en general de los puntos de vista del arquitecto acerca de los más diversos temas, entre los cuales figuran los agudos problemas políticos de una sociedad como la venezolana. Tenreiro practica así lo que el llama el “pensamiento desde y hacia la arquitectura”, insistiendo en que lo hace como arquitecto en ejercicio, para escapar de los estereotipos y cautelas propios de la “crítica arquitectónica”. Respecto a la cual no oculta su desconfianza, que explica recurriendo al aforismo de Nietzsche sobre el crítico de arte “que ve el arte desde cerca sin llegar a tocarlo nunca”.
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