Hejduk visita Valencia en octubre de 1980, para impartir un taller en la Escuela de Arquitectura. El miércoles 29, al principio de su segunda conferencia y aclarando «algunos extremos de la charla de ayer», Hejduk dice:
«¿Cuántos de vosotros conocéis los cuadros de Ingres? Pues bien, el color de este cuadro es el de la casa La Roche-Jeanneret, y en todos los cuadros que pintó Ingres las manos parecen tortugas».
La luz que ilumina la figura de la condesa de Haussonville, pintada por Ingres en 1845 (fig. 1), parece representar una luminosidad artificial, como si, para realzar su figura respecto al fondo, solamente el cuerpo de la condesa fuera lo iluminado. El resto de los objetos, como el mueble, el espejo, el marco, el jarrón, el mantel e incluso el zócalo y la esquina de la pared de la habitación, por detrás, aparecen con una tonalidad uniforme y casi sin sombras. Los objetos y la pared que rodean la figura de la condesa absorben la luz, como si se tratara de un plano, como si estuvieran en el propio lienzo, sin ocupar espacio en el lugar donde se sitúa la mujer que protagoniza el cuadro.
Al mirarlo, uno se imagina que la luz que se proyecta sobre su cuerpo, a diferencia de los objetos del fondo, proviene de un foco propio. La figura está alumbrada de manera diferente al fondo, que aparenta ser plano. Parece como si la mujer estuviera iluminada por Ingres, invadida por una luz que se encuentra donde está el pintor, en el momento de la acción de pintar. Se podría decir que la representación del cuerpo de la condesa no se identifica con el fondo. Es como si fueran dos estados distintos. La figura se encuentra en una dimensión que no corresponde a aquello que aparece detrás, el lugar donde se encuentra pintada.
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Carlos Barberá Pastor
+ artículo publicado en Annuaire Massilia