«El texto reclama y pide unas tijeras para que lo corten en pedazos y lo recompongan en otro texto desplazando un poco más allá. Después, como cuando se hace un buen destilado o un queso, se coloca el texto cuidadosamente en un cajón y al cabo de un tiempo se saca para someterlo al intento de ver sus renglones desde otro ángulo, distinto al con que lo veíamos antes».
Bohumil Hrabal (Cit. en Escribir es un Tic)
Siendo estudiante tuve la oportunidad de visitar las dos viviendas que Francisco Cabrero había proyectado para su familia en la urbanización madrileña de Puerta de Hierro. Recorrer entonces las casas y el estudio del arquitecto con una compañía inolvidable nos enseñó mucho más que las clases y los libros vistos hasta el momento.
La misma visita, años después y en solitario, cambiaría completamente. Ya no se trataba del descubrimiento inicial, si no de otro tipo de búsqueda, de análisis, de revisión sobre lo estudiado y vivido previamente. Cabrero, gran viajero, recorrió varias veces los lugares que más le interesaban para sus Cuatro Libros de Arquitectura, empleando el viaje como método de conocimiento:
«Viajo para comprender»,
decía. Otro maestro de la arquitectura, Mariano Marín, me comentaba:
«Cada vez viajo a menos lugares pero más a los mismos»:
la visita, el viaje, se había convertido en una revisión de lo aprendido.
Desde Veredes me plantearon reescribir un conjunto de textos que había realizado hace tiempo para mi blog. Se trataba de una propuesta sugerente, pues aun revisando varias veces mis escritos, nunca lo había hecho una vez terminados. Los nueve textos escogidos fueron apareciendo mes a mes a lo largo de este curso, cerrándose con el que hoy se publica.
Algunos autores afirman que escribir es reescribir y es, en esa revisión continua de lo escrito, donde posiblemente encontremos una analogía más próxima al proyecto de arquitectura, en permanente construcción inmaterial hasta que se hace realidad o se abandona. Cuando el embajador de México en Argentina Alfonso Reyes le preguntó a Borges
«¿Por qué publicamos?»,
él respondió:
«Reyes, para dejar de corregir».
La entrega del proyecto para su materialización significa, a pesar de su dificultad y de la aparición de nuevas preguntas, el final de una gran etapa de correcciones permanentes.
La velocidad del mundo contemporáneo ha reducido drásticamente los plazos de las revisiones, dándole a la palabra un carácter más negativo. Ya no se recorren con calma los mismos lugares, no se dedica el tiempo suficiente a repasar lo realizado o a reconocer los errores. Ya no se «ve con atención y cuidado», como advierte el diccionario de la Real Academia Española. El escritor checo Bohumil Hrabal fue más allá, haciendo incluso un elogio de la revisión:
«Luego, un buen día, estás volviendo de la cervecería o yendo hacia allí, o tienes una cerveza delante, y de pronto oyes detrás de ti, o en la mesa de al lado, un suceso, y la sonrisa se te dibuja en la cara; nadie sabe nada, solo tú sabes que esa es la última piedra, la última tesela de un mosaico que ya está completo, no se puede añadir ni quitar nada, está listo, acabado, firmado; pero con eso también está ya muerto, porque ha acabado de divertirte».
Antonio S. Río Vázquez . Doctor arquitecto
A Coruña. agosto 2015