Kazuyo Sejima (Ibarki, 1956) responde al móvil. Dice que está contenta y agradecida y pide hablar con más intimidad, una hora más tarde. Está en un autobús, camino de su despacho. Se dispone a trabajar un domingo por la noche. Está claro que su perfil queda muy lejos de esos arquitectos que pilotan su propio jet. Su arquitectura también.
Naturalmente, es esto último lo que le ha hecho ganar el Premio Pritzker a ella y a su socio Ryue Nishizawa (Tokio, 1966), con el que fundó el estudio SANAA (Sejima and Nishizawa and Associates) hace 15 años. «Él me hacía dudar de todo. Supe que debía ofrecerle ser mi socio», explica, aunque cada uno mantiene proyectos propios y las viviendas las firman individualmente. Que un premio Pritzker trabaje como un estudiante resulta revelador.
Así parece haberlo entendido el jurado que les ha concedido el galardón por «su franqueza constructiva y por el contraste que ofrecen frente a la apabullante retórica arquitectónica». Aunque sus proyectos sean descritos con frecuencia como ligeros y transparentes, su economía de medios no es una simplificación de la arquitectura. Es muy complicado mejorar las cosas. Pero Sejima y Nishizawa investigan y analizan todas las posibilidades de los encargos para que lo complejo parezca simple, ligero, transparente, todos esos adjetivos asociados a sus esmerados trabajos que el jurado ha calificado «de una belleza precisa».
«No nos interesa hacer muchos proyectos. Nos interesa hacerlos con tiempo»,
cuenta Sejima. Ella y Nishizawa dedican 15 horas de trabajo diario a eliminar las jerarquías espaciales dentro de una vivienda, a conseguir que todos los bailarines tengan vistas desde su camerino (Teatro Kunstline en Almere, Holanda), a investigar para emplear materiales cotidianos de una manera sutil y precisa (Pabellón de Cristal del Museo de Arte de Toledo, Ohio) o a extrusionar las plantas para asentar un edificio en su contexto y conseguir más luz en su interior (New Museum of Contemporary Art, Nueva York, 2007). Lo hacen «porque no sabemos trabajar más rápido», sin escatimar esfuerzos. Y sin teorías.
Si numerosas ciudades se han llenado ya de «colecciones de premios Pritzker», el galardón más importante de la arquitectura ha demostrado su voluntad de mantener ese puesto premiando, ahora, a Sejima y Nishizawa. Ellos son los arquitectos del cambio. Han llenado la nueva arquitectura de ideas, pero ni tienen ideario ni han escrito teorías. A pesar de carecer de libros ideológicos, Sejima fue nombrada comisaria de la próxima Bienal de Arquitectura de Venecia, cuyo León de Oro obtuvo en 2004.
Los arquitectos de SANAA, que trabajan en el futuro Museo Louvre de Lens (en el norte de Francia), y que ganaron hace una década el concurso para la ampliación del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), que nunca se construyó, admiten comer y cenar en el estudio. Y hasta dormir, de vez en cuando, debajo de su mesa de trabajo: «Son siestas reparadoras. Luego seguimos trabajando». Esta periodista ha visto cómo uno de sus colaboradores terminaba el carpaccio de una Sejima inapetente sin necesidad de pedirlo, alargando el tenedor. Lo de eliminar las jerarquías no lo ha hecho sólo en sus viviendas, parece ser.
«Delicada y poderosa, precisa y fluida, su arquitectura es a la vez ingenua y sagaz, y explica, como pocas otras, las ventajas del trabajo en equipo»,
subrayó el jurado. Y aunque no es ésta la primera vez que el Pritzker reconoce una labor a dúo (Herzog y De Meuron lo ganaron en 2001) sí es la primera ocasión en la que comparten honores un hombre y una mujer. Puede parecer anecdótico. No lo es. Denisse Scott Brown, que más allá de los edificios había firmado también libros seminales como Aprendiendo de Las Vegas con su marido Robert Venturi, tuvo que contentarse con escuchar cómo su marido le agradecía el apoyo prestado en el discurso tras recibir el premio.
Sejima, que tan esforzada y sutilmente ha llegado a la cima, se ha adelantado al que, hace ya casi tres décadas, fuera su maestro, Toyo Ito.
«En los setenta, Ito logró que la gente confiase casas pequeñas a los arquitectos. Fue importante. Luego Nishizawa me hizo ver las cosas de otra manera»,
explicó a este periódico. Por supuesto, el que Sejima y Nishizawa se adelanten no invalida al autor del Nuevo Hotel Porta Fira de Barcelona como candidato, pero no deja de ser elocuente que un discípulo tome ventaja.
Tampoco es esta la primera vez que una mujer gana el Pritzker. Zaha Hadid se hizo con el galardón en 2004. Pero sí es la primera ocasión en la que, más allá de la arquitectura, el Pritzker parece reconocer otra manera de trabajar. Según Sejima: «Para hacer grandes obras tienes que crecer y manejar un estudio grande. Una mujer puede hacer eso, pero los grandes proyectos suelen estar relacionados con la política. Y ahí, por lo menos en Japón, no lo tenemos fácil. No nos hemos preparado para lidiar con el poder».
El Pritzker ha insistido en el trabajo en equipo. Y en Tokio los colaboradores de los galardonados lo celebran con horas de trabajo nocturno. «Sus edificios quieren construir más contexto que objeto. No hay mejores exploradores del espacio colectivo», apuntó el jurado. Sejima resta importancia a la dedicación nocturna. «Necesito tiempo. Nuestros proyectos han crecido y son más complejos. Para poder controlar todos los detalles necesitamos aún más tiempo».
anatxu zabalbeascoa