Hay escritos que conducen al lector –no importa ahora si por “calles de dirección única” o por “sendas perdidas”- y lo acompañan a lo largo de un recorrido en desarrollo bien expuesto: es el lector quien parece transitar por ellos –a sus anchas o por argonautas, tampoco importa. Pero también hay escritos que son como cuartos de baño en casa ajena, donde el lector no puede poner la vista sobre nada que no le remita inmediatamente a la inquietante presencia del otro –el autor, el propietario-, de quien es la toalla, el jabón, el peine y, sobretodo, el espejo: todo el texto es un espejo donde el autor se hace admirar, a través de sus fetiches. Loos pudiera haber dicho que se trata de escritos tatuados, o que hay quienes se tatúan, no en las nalgas, sino en los escritos.
Es escrito –que va contra la idea del vacío o del silencio como esencia del arte moderno, y que se detiene especialmente alrededor de los años Sesenta y el minimalismo- no quiere parecerse ni a un camino ni a un espejo, sino a un delta, pantanoso, ancho y embarrado. Quizás haya varios brazos paralelos –o sólo uno principal-, quizás se comuniquen todos entre sí, repitiendo sus movimientos, quizás las corrientes se enreden, haya reflujos, se estanque el agua en alguna parte. Quizás en pocos minutos –por una súbita lluvia kilómetros arriba, por una marea- pueda cambiar todo su paisaje. Pero el material siempre es el mismo: agua, barro y una vegetación baja, espesa, indeterminada.
Autor: Josep Quetglas
ISBN: 84-8191-252-2
Nº de edición: 1ª, 2ª imp.
Encuadernación: Rústica
Formato: 21×17 cm
Páginas: 208