Dedicado a la memoria del Dr. Arq. Fernando Álvarez Prozorovich y a su sueño interminable.
Estoy persuadido que dejar que pase el tiempo y las gestiones personales, es algo poco inteligente, ya que nos encontramos en un momento puritano y plegado al estilo tartufiano, que me desequilibra de solo pensarlo. Milito en un deseo que se encuentra sumido en un sueño vívido, desesperado e itinerante. Voy de la risa al llanto en segundos. El desprecio por la vida y la continuidad de las cosas bellas, de las obras de arte, me enfurecen. Que decir de la falta de gallardía de los sucesivos actores a través del tiempo y de los espacios, que se interconectan como entre extremos de laberintos de un denso arbusto verde, que, una vez alcanzada la salida, se rearma y se vuelve a confundir, entre caminos ondulantes, rectos y desordenados, en capas verticales y horizontales. De pensar solamente en la posibilidad de ampliar el campo de batalla, me hace volver al pasado y a querer enfundarme en mi armadura brillante, de un caballero que va mas allá, en busca del Santo Grial y de la verdad absoluta, movido por la fe. Una armadura que sostiene un cuerpo casi inexistente, donde el vacío se conmueve con el eco interior, que reverbera en sus paredes limitantes.
Me manifiesto lejos de beneficios personales, muy cerca de trasgresiones que van interiorizando mi alma y mi cuerpo, como los vaivenes ondulantes de una ola de mar, regidos por una luna en continuo crecimiento. La furia aparece en mí, lateralmente. Llega desde abajo y trepa una escalera caracol, perfectamente diseñada con proporciones áureas, donde se puede distinguir el corazón de un fósil caracol del pleistoceno. Los agravios escuchados y leídos en paginas paganas de revistas de opinión y periodísticas, irritan mis nervios al punto de entrelazarlos con mis pelos erizados; los que hacen frente a fuertes vientos del corazón. Huracanes estacionales me preguntan cuándo atacar para defendernos. Les explico en forma pausada, que pronto estaremos dispuestos.
No dudo de algunas buenas intenciones. Presiento que los intereses son tantos, que nada importa. Las divergencias políticas y sus actores camuflados detrás de caretas de un papel mache pintado, resquebrajado y descolorido; dejan ver sus rostros furiosos, de pequeños diablillos enfurecidos que se materializan como estatuas de sal, en gárgolas que escupen su veneno ancestral sobre nuestros sueños. Un debate vacuo estimula las intenciones de muchos, que tratan de figurar en un entorno culto y necesario, donde la palabra compite con el pensamiento; donde se desnudan sus inquietantes capacidades de juzgar el destino del arte. La ausencia del amor en cada acto, los representa. Ya no son leales a sus ideales de su juventud. Son auspiciantes de instituciones; personajes consagrados que intentan con su pluma, destemplar el metal ya fundido de espadas que atraviesan el aura de toda la ciudad. Ellos se presentan como los ángeles guardianes de la eternidad y del entendimiento; siendo en su esencia, contrarios a la tradición de resguardar el patrimonio cultural de todos; en pos del beneficio de unos pocos. Lejos está en mí, estigmatizarlos. Salvar esa avanzada bendecida sobre los altos médanos de la costa mediterránea hacia el noreste, es mi objetivo.
Si me expreso con gran vehemencia les pido disculpas, solamente estoy tratando de hacer entender el alcance de mi cruzada. Como los viejos cristianos, mi viaje comienza hacia la libertad de un Santo Sepulcro a punto de desaparecer; de ser tomados por enemigos del oficio y de la maestría. Sus ondulantes torres de cerámicas rojas, deben seguir defendiendo la arquitectura moderna, en la cual estuvo inspirada y diseñada; un ejemplo que conviva con todos nosotros en la gloria del pensamiento. El ataque proviene de un rey poderoso y absoluto; donde la poesía que existe entre sus muros, desaparecerá para siempre, si vence en el intento. Una tabla rasa ocupara su perfil construido, dejando de lado sus elevaciones, sus texturas, sus cristales reflejantes, los muros contundentes de infinitos de ojos teñidos, sus jardines inmensos ornamentados por sectores, los espejos de agua y su inquietante bosque de pinos abrazadores, entre tantas cosas por enumerar; pasaran juntos a ser parte de la crónica oral relatada por unos pocos o simplemente guardadas, en las páginas de libros de historia. Contemporáneos somos para dejar así, simplemente y sin luchar, que este estremecedor frente, venza. El abrazo entrañable debe llegar pronto, como una salvación; debe unir los continentes, navegando en un mar profundo y azul; donde los monstruos milenarios conviven con los mortales, desde el principio de los tiempos.
La desesperación es mala consejera dicen por ahí. Trato de mirar hacia un futuro que se presenta incierto y desesperanzador. La tramontana se está acallando. En mi interior, advierto la necesidad de enarbolar mi estandarte de lucha. La otra noche vino a visitarme Fernando en sueños. En él, subíamos juntos en una rampa de madera, hacia los techos más altos. Desde ellos, divisamos el mar a lo lejos. Antes de llegar con las miradas, traspasamos las infinitas formas del terreno en su magnitud. Desde esa almena imaginaria, avistamos con felicidad en el horizonte, naves amigas que llegaban en nuestro auxilio a la playa cercana. La felicidad cubrió de una luz intensa nuestros rostros. En un abrazo fraterno, sellamos el compromiso de su defensa. Comenzamos a escuchar en ese mismo instante, los destellos de las bombardas que se cernían sobre nosotros, sin lastimarnos. El silencio previo a la contienda nos oprimía. Una estrella en el cielo, marcaba el camino a seguir. De repente, note que mi amigo, se iba cubriendo con otra armadura, similar a la mía, de un metal precioso y brillante. Sus destellos enceguecían a cualquiera que se atreviera a vernos fijamente. Los pasos acompasados de las huestes enemigas reverberaban más allá del arbolado profundo. Había llegado el momento. Dichosos sin miedo, nos lanzamos a la lucha, pasada la medianoche. La luna en su esplendor nos daba ánimo, iluminando nuestros pasos. Firmes, con la espada en alto, nos adentramos en el tumulto. El combate había comenzado. Nos perdimos en la noche y en la ilusión que nos volvió a juntar.
La Ricarda o la Casa Gomis diseñada en 1949 y construida en El Prat de Llobregat – Barcelona- Cataluña- España, por el arquitecto Antonio Bonet i Castellana entre 1953- 1963 en su regreso de un largo exilio americano; representa una pequeña ciudad imaginaria, sitiada por poderosos que la eclipsan en este momento histórico de tal manera, que comenzamos a sufrir frente a su inminente destrucción. Sus límites guardan celosos, un ejemplo viviente del pensamiento que la concibió, afamándose con los años.
Este Manifiesto desesperado trata de llegar al interior y a la conciencia de los actores intervinientes, los que provocan esta necesidad de gritar con fuerza:
– ¡Salvemos a La Ricarda! -,
uno de los últimos bastiones de la cultura de mitad del siglo XX en territorio catalán. Esta, amerita cualquier sacrificio. La ingratitud sincrónica nos inunda. El devenir es impropio. Estos son argumentos necesarios y suficientes, para entablar nuestro alegato. Se lo debemos a la memoria de su autor, a su legado y a los que, por distintas razones, hicieron que esta obra llegara en un estado de preservación, con intervenciones inteligentes a través del tiempo; las que han quedado actualmente obsoletas; necesitando una urgente nueva puesta en valor para perdurar.
Volver a ser conscientes y sensibles es necesario. El buscar constantemente posibilidades infinitas para subsistir, nos hace grandes. La pandemia que nos arrasa llego por todo y por todos. Tristemente, nos encontró desnudos y desarmados.
Entrego en este texto mi pensamiento con pesares. El camino a seguir está lleno de obstáculos. Vivir en la armonía que proponen los tiempos de Pax Augusta enamoran. Para llegar a ella, en los recodos deberemos dejar los girones de la piel que defendemos. Esa piel, que es lo único que tenemos. Nuestra existencia es como decía el poeta en sus versos consagrados:
una cosa + una cosa + una cosa y así, hasta la eternidad.