Una primera necesidad nos obliga a ponerlo por escrito: la arquitectura es inútil. Una vez superado el desconcierto inicial, la afirmación nos asalta retorciendo el brazo de una de nuestras convicciones más profundas, la utilitas vitrubiana (y con ella sus dos atónitas compañeras de viaje). Livio Vacchini nos invita a recorrer este camino pedregoso al escribir sobre el monumento, en concreto Stonehenge, un espacio circular sin cobertura ni utilidad alguna mensurable -ni censurable- por cualquier técnico municipal con independencia de su desconfianza:
«la arquitectura es algo más inútil de lo que comúnmente se piensa».1
Veamos.
En ocasiones hemos defendido la utilidad de la arquitectura como algo secundario, el programa como algo contra lo que habría que rebelarse (Kahn). En verdad la arquitectura no transita entre los dos principios clásicos de la productividad inmobiliaria: la superficie «útil» o dominio sobre el que podemos establecer un sistema de propiedad y control; y la vida «útil» o periodo indefinido que se proyecta en el tiempo a nuestra conveniencia. Control e indeterminación: la simonía de la inteligencia,
«la insuficiencia del principio clásico de utilidad»,2
una explicación de nuestro sistema paradójico y contradictorio. Pero la arquitectura no tiene como tarea principal explicar nuestro tiempo o identificarse con nuestra cultura, más al contrario, la arquitectura se establece como una herramienta de pensamiento capaz de cuestionar nuestro tiempo, un instrumento capaz de poner en jaque la propia cultura
«de manera que de ahí pueda emerger una nueva condición de lo posible».3
En la imagen, los distinguidos invitados a la inauguración de la Exposición Internacional de Barcelona miran algo desconcertados -un poco perdidos- en todas direcciones. El Pabellón de Mies van der Rohe carece de una estructura productiva lineal, carece de uso en el sentido computable de la administración o la costumbre. Tal vez por ello desapareció tras la Exposición, aunque seguramente -y esto quizá sea lo más importante- por ello pudo ser reconstruido años más tarde como un ritual, una necesidad esencial y desafiante para todas las teorías y las certezas sobre lo «útil».
La arquitectura no explica su tiempo, lo cuestiona.
La arquitectura no respeta la norma, la mejora.
La arquitectura no es respuesta programática, sino pregunta para la Historia.
La arquitectura es algo más «inútil» de lo que comúnmente se piensa.
Miguel Ángel Díaz Camacho. Doctor Arquitecto
Madrid. Noviembre 2015.
Autor de Parráfos de arquitectura. #arquiParrafos
Notas:
1 Livio Vacchini, «Obras Maestras», Barcelona, Gustavo Gili 2009, pág. 19
2 Georges Bataille, «La parte maldita, precedida de la noción de gasto«, Barcelona, Icaria 1987, pág. 26. Visto en «El límite de lo útil» por Miguel Paredes, Pasajes nº121, págs. 56-59.
3 Roberto Masiero, «A contracorriente», en Livio Vacchini, «Obras Maestras», Barcelona, Gustavo Gili 2009, pág. 12.