Es inevitable utilizar clasificaciones siempre reductoras en cualquier ámbito humano y el propio lenguaje ya es una reducción de nuestro pensamiento. En una sociedad cada vez más compleja como la nuestra, parece necesario pensar en el espacio urbano de forma que entre los ceros y los unos, los vacíos y los llenos, lo público y lo privado, florezcan nuevas situaciones verosímiles capaces de producir, permitir y alentar relaciones interpersonales más allá del propio hogar de forma más cercana que las que se producen de manera institucional.
Pensemos en una sociedad donde sólo existieran dos grupos sociales, o incluso unos pocos más, como las estructuras piramidales de la Edad Media. La permeabilidad entre estos grupos sería mucho menos y por tanto las oportunidades de mejorar también muy reducidas, lo cual es algos que no es bueno desde una perspectiva democrática. En cambio, una sociedad donde hubiera un gran número de clases sociales intermedias (no hablamos de una utopía comunista necesariamente), mucho más permeables, garantizaría una mayor diversidad y posibilidades reales de cambio para todos al ser sus bordes mucho más difusos, menos rígidos. Del mismo modo si hablamos del espacio de nuestras ciudades, frente al valor de mercado de lo privado, el valor de uso del espacio público es casi cero porque no se puede capitalizar, nadie puede poseerlo y por esa misma razón, por no haberlo, queda fuera de nuestro abrigo y protección y sólo las instituciones pueden conservarlo, adaptarlo o cambiarlo.
¿Es el espacio público del siglo XXI verde o color adoquín?
Nos gusta pensar en la posibilidad de una ciudad donde lo rural y o urbano no están separados por líneas en el plano y carreteras o vallas en la realidad, donde ambos son visibles y accesibles como en la espectacular intervención con Manhattan de fondo que protagonizó Agnes Denes en 1982 cuando gran extensión de trigo creció en una parcela de Battery Park Landfill acercando mentalmente a los amos del universo la posibilidad de abandonar Wall Street un lunes negro cualquiera, dejarlo todo atrás y volver a cultivar la tierra. Una escala más íntima y onírica utiliza la artista surcoreana Won Ju Lim en sus visiones utópicas y cinemáticas de la arquitectura donde se mezclan la ciudad y el paisaje a través de cajas de luz y proyecciones de siluetas futuristas, palmeras y horizontes.
Ambas artistas mezcladas y convenientemente agitadas por el pulso intelectual de Andrés Perea nos recuerdan muchísimo su proyecto para la nueva capital de Corea del Sur donde el paisaje de plataformas de arrozales queda preservado como punto de partida de tal forma que la ciudad no es únicamente el lugar donde se encuentran entre lo privado y lo público sino una ciudad herramienta, útil para ser usada por sus ciudadanos carente de símbolos; lugar de comunicación entre lo urbano y lo rural incorporando el paisaje agrícola y forestal al paisaje urbano. Hablando de símbolos, en el Caixa Forum que hay al lado del extravagante (en el sentido británico) jardín vertical de Patrick Blanc, se puede visitar una exposición sobre Richard Rogers, quizá un visionario de la arquitectura sostenible (a pesar de sus insistencia en la transparencia) donde nos habla de conceptos urbanos habituales como densidad (ya sabemos que hay que añadir diversidad a su lado) o movilidad y de otros más novedosos e intrincados como legibilidad, con espectaculares maquetas y un caso cercano en el que trabaja actualmente, Valladolid.
Conocemos la expresión latina urbs in horto gracias a un proyecto de Lucía Cano y José Selgas que se está construyendo actualmente en Vallecas, Madrid. En la memoria de dicho proyecto, los arquitectos explican que el único material que les interesa para construir estas viente viviendas es el de las propias plantas, ya que el resto (paneles de hormigón estructurales, mallas metálicas, …) al ser obligatorios y necesarios, no son de su interés.
Urbas in horto también fue el lema de la ciudad de Chicago -cuentan Selgas-Cano en la memoria- y para comprender la pequeña revolución verde que allí sucedió es necesario -pensamos nosotros- entender la figura del que es su alcalde desde el año 1989 -Richard M. Daley y el Natural Capitalism de Paul Hawken que relacionaba la ecología y la economía pronosticando el advenimiento de la siguiente revolución industrial; y en ello estamos. Aparte de los típicos programas de plantación de árboles (que en Madrid nunca sabemos si se cumplen o no ya que jamás los spokesman se ha puesto de acuerdo en las cifras), energías renovables, movilidad y demás, hubo otros sobre restauración de humedales o reducción de escorrentías de aguas pluviales, algo de lo que también nuestra socavada capital sabe algo gracias a su subsuelo calcáreo. En Una ética, para laicos, Richard Rorty se refiere a otro filósofo estadounidense contemporáneo, Peter Singer, y a lo que él define como «ampliar el círculo del nosotros», es decir, aumentar la cantidad de personas que supone apreciar, valorar y respetar los espacios más allá de nuestros edificios, los lugares intermedios que están por venir y las situaciones que se generen en estos nuevos espacios de relación entre lo tuyo y lo mío, lo público y lo privado, si entendemos que nosotros formamos parte de ello. Quizá así el nuevo paradigma termodinámico que parece haber sustituido en arquitectura al tectónico, puede alcanzar una dimensión global simultáneamente en cada comunidad
think big, act samll=local
siempre que nuestros políticos tengan la capacidad y la ausencia de soberbia suficientes.
bRijUNi architects (Beatriz Villanueva y Francisco Javier Casas Cobo).
Riyadh (Arabia Saudí), septiembre 2009