La casualidad y los errores inventaron el lápiz
En la aldea inglesa de Seathwaite, en Cumbria, fue hallado un material de apariencia plúmbea que los habitantes de la zona comenzaron a utilizar por una característica extraordinaria: permitía escribir sobre la piel de las ovejas, y de este modo marcar los rebaños. Su color y brillo llevaron a pensar que en la base de su composición se encontraba el plomo, por lo que fue denominado plumbago. En realidad, se trata de un material orgánico, una de las formas alotrópicas del carbono.
El yacimiento de Seathwaite es, sin embargo, una anomalía. Desde su descubrimiento hace cinco siglos, jamás ha vuelto a aparecer un depósito de esas dimensiones y dureza. El mineral, fácilmente modelable en barras y cuya traza permanecía impresa en casi cualquier superficie, pronto se reveló muy útil: era idóneo para facilitar la alineación de los moldes de las balas de cañón. Su aplicación a la industria bélica multiplicó su valor y obligó a la corona británica a tomar el control de las minas para frenar el saqueo y el contrabando. El material había adquirido gracias a las circunstancias una enorme dimensión. Los pastores debían buscar otro método para el marcado de reses.
El proceso
La fragilidad del grafito hacía necesaria una carcasa que permitiese utilizar las barras para escritura. Los pastores envolvían sus rudimentarios lápices en cordeles o cuero de oveja, pero fue necesario un mayor refinamiento para hacer de ellos una herramienta ágil. Los italianos Simonio y Lyndiana Bernacotti insertaron el grafito en una pieza ahuecada de madera de enebro. Eran lápices compactos y de sección ovalada, destinados a trabajos de carpintería.
La técnica se perfeccionó dividiendo en dos partes el palo de madera para horadar un surco en toda su longitud y posteriormente colocar en medio la barra de grafito. Finalmente, una cola servía de aglutinante entre las dos secciones de madera, que sostenían entre ellas la barra de grafito. El proceso era, en esencia, idéntico al que se utiliza hoy para dar forma a los lápices.
Los lápices, un objeto codiciado
El interés de artistas, escritores, ingenieros y militares llevó a otros países europeos a la búsqueda de depósitos naturales de grafito. Nunca se encontró un yacimiento de la pureza y dimensiones del primero. Los alemanes descubrieron en 1662 que mezclando grafito en polvo, azufre y antimonio se obtenía un material de similar dureza a las barras encontradas en el yacimiento de Cumbria. A pesar del hallazgo, los lápices siguieron siendo un objeto codiciado durante décadas hasta que la guerra, una vez más, obligó a extremar el ingenio.
Durante las campañas de Napoleón, las tropas francesas no podían acceder a las barras de grafito inglés ni adquirir los lápices que en ese momento eran manufacturados en Alemania. En 1795, el general Nicholas Jacques Conté descubrió un método eficaz para el mezclado de arcilla y grafito pulverizado que permitía, tras un proceso de cocción, conformar una barras resistentes. Años antes se había descubierto la composición exacta del grafito y se había comprobado la ausencia de plomo, lo que hacía de él un material inocuo.
El experimento de Conté reveló que, alterando las proporciones de su mezcla, las propiedades del lápiz variaban: a mayor cantidad relativa de arcilla, mayor dureza. En consecuencia, el trazo resultante era más claro. Este sistema fue patentado en 1802 por el fabricante austriaco Josef Hardtmuth, que había desarrollado la fabricación de minas a partir de polvo de grafito y arcilla al mismo tiempo que Conté.
Desde entonces, la mina ha podido clasificarse según su dureza, estableciéndose una escala que abarca hoy desde 9B –el lápiz más blando, cuyo trazo es de un color negro intenso- hasta 9H, que permite dibujar líneas de un color gris claro.
La producción masiva
La producción masiva de lápices, así como su sección hexagonal, son herencia de un empresario estadounidense. Ebenezer Wood estableció en las primeras décadas del siglo XIX las bases para automatizar la producción de estos objetos, tanto en el tallado de carcasas como en el cocido de las barras de pigmento. Sus métodos fueron recogidos por el neoyorquino Eberhard Faber, que se convirtió en el primer productor mundial de lápices.
Sin embargo, el proceso de fabricación de un lápiz es hoy en día muy similar al ideado por el general francés a finales del XVIII. A la mezcla de arcilla y polvo de grafito se le añade cera o aceite para disminuir la porosidad de la mina, y la barra resultante es introducida habitualmente entre dos piezas de madera de cedro o enebro en las que previamente se ha practicado un surco. La proporción de grafito oscila entre un 41% en los 9H hasta más de un 90% en los 9B.
Después de quinientos años, seguimos utilizando lápices. En esencia, poco ha cambiado desde que unos pastores del Norte de Inglaterra descubrieran un yacimiento de grafito en un valle próximo a su aldea. Los alemanes encontraron el modo de fabricar un sucedáneo sintético, los italianos optimizaron la ergonomía del diseño, los americanos lo transformaron en objeto de producción masiva.
La historia del lápiz no es muy distinta a la de cualquier otro objeto.
Borja López Cotelo. Doctor arquitecto
A Coruña. Marzo 2011