Machaconamente, los periódicos españoles y, muy frecuentemente, El País, se hacen eco de un baremo acerca de las universidades del mundo, por lo visto realizado en la universidad Jiao Tong (?) de Sanghái, y que, también machaconamente, realza universidades tópicas, estadounidenses y británicas, demostrando que entre las 100, o 200, primeras no hay ninguna española, cuestión que es, morbosamente, lo que parece interesar siempre a los periodistas de aquí.
Pero este baremo no es otra cosa que publicidad engañosa bien clara, destinada a sobrevalorar algunas universidades estadounidenses y británicas, sobre todo, para conseguir una clientela extranjera, más que nada en lo que hace a los cursos de posgrado llamados “Master”, por existir en potencia clientes internacionales capaces de desembolsar las escandalosas cantidades que se solicitan por las matrículas de unos cursos en realidad convencionales y de prestigio alimentado precisamente por esta propaganda. No es otra cosa, pues, que una publicidad comercial, construida con mentiras, y de notable éxito, si juzgamos, al menos, por el que tiene en nuestro país. Aquí la prensa se dedica a hacerles (supongo que gratis) el caldo gordo.
La calidad de una universidad no puede medirse por la investigación a secas, y muchísimo menos por aquélla de la que sean un principal indicio los premios Nobel, o de las llamadas medallas Fields, y cosas semejantes. ¿Qué tiene que ver que un científico obtenga el premio Nobel con la calidad de alguna universidad que le tenga más o menos apuntado entre su personal? Es evidente que la relación es muy débil, pero además ¿es que acaso los premios Nobel son de fiar? ¿No ocurrirá quizá con la ciencia lo mismo que pasa con la literatura? La mayoría de los premios Nobel de literatura son escritores relativamente buenos, desde luego, pero como muchos otros, y ninguno genial, pues a esos no se les da nunca el premio. A mucho, mucho tirar podemos llegar a Cela o a Vargas Llosa. Recuerdo bien a un entendido en literatura, ya desaparecido, que afirmaba que obtener el premio Nobel era la definitiva confirmación de mediocridad para un escritor, y repasando la lista lo demostraba en buena medida.
Pero, las demás especialidades ¿son mejores? Y en el premio Nobel ¿no hay influencias, deformaciones, ideologías, intereses creados, mediocridades exitosas, etc., etc,? En arquitectura –mi especialidad- no hay premios Nobel, pero, periodísticamente hablando, se consideran como tales los Pritzker. En el listado de estos premios hay algunos arquitectos realmente muy buenos –como son Siza Vieira o Moneo, no muchos más-, pues la mayoría son mediocridades más o menos brillantes, o bien, y simplemente, falsos valores. Y las influencias y maniobras para obtenerlos tan deshonestas como abundantes. Me alegraría que el Nobel fuera otra cosa. ¿Lo es?
De todos modos, la universidad es algo donde se combina la investigación y la enseñanza, y su protagonista no es aquélla, sino esta última. Lo importante de una universidad es si verdaderamente sabe enseñar bien a todos, de lo que se deducirá que también investiga. Los desconocidos de Shangai, ¿qué saben realmente acerca de la enseñanza, cuyas matrículas son sus fines? ¿cómo obtienen la información? Y ¿qué información obtienen? ¿Quién ha acordado con ellos que lo que ellos opinan es lo que tiene valor? La universidad de Harvard, la de Stanford, la de Cambridge ¿enseñan realmente bien? Porque, en mi especialidad, tanto Harvard como Cambridge son más mediocres que Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, y, también, que bastantes otras de España. Ya que una universidad completa ¿cómo se mide? La mediocridad de Arquitectura de Cambridge ¿no penaliza el resto? ¿Por qué se miden las universidades de forma unitaria si ellas no son unitarias?
Y la investigación ¿cómo se mide? ¿por las publicaciones indexadas? Tengo mucha experiencia tanto en investigación como en su evaluación, y sé bien que para medir la de arquitectura hay muchos conflictos y dificultades, y ocurrirá sin duda con muchos otros campos. Y que, en general, la evaluación de la investigación no es muy posible, no puede ser muy afinada. Hacerlo mediante baremos supuestamente objetivos –como es lo de los premios Nobel, y cosas semejantes- no supone otra cosa que la sacralización de un engaño. Es sabido como investigadores, instituciones y universidades se dirigen en buena medida, no a mejorar su investigación, sino a realizarla para obtener mejores resultados en las baremaciones oficiales.
Pero en el artículo de El País de esta vez -17/08/12, el periódico es machacón, como se ha dicho- se da paso a la opinión de Wert, el ministro, que es uno de los que ha sentado ese cargo sin haber sido profesor ni tener verdadera experiencia sobre educación. Dice –siempre según el periódico- que entre los males de los campus españoles están “el sistema de selección y acreditación del profesorado”. Lo primero que hay que añadir con respecto a esto es que no es verdad que sea un mal, pues es bastante eficaz y justo, todo lo que puede serlo, en realidad, de lo que doy fe con la amplia experiencia que me ha concedido ya la edad. Y lo segundo es que todo depende de su ministerio, estimado “jefe”. ¿Va usted a cambiar de nuevo un sistema que ya ha sufrido otros dos cambios muy importantes, sobre todo el más reciente, desde la Ley de Reforma Universitaria de 1984? Y el suyo, si lo hace ¿va a ser mejor? ¿Por qué?
También, y en un rasgo de originalidad, el ministro cita la famosa “endogamia”, demostrando con su uso que su opinión viene de la prensa y de sectores sociales que no conocen la universidad y que no saben que su funcionamiento es mejor que el de casi todos los otros sectores sociales. Así que hay “endogamia” en la universidad. Admitiendo una palabra poco adecuada, por ser una mala metáfora, ¿no la hay en la función pública, en la empresa privada, en el sector bancario, en el periodismo…? ¿Tampoco la hay en Harvard, en Cambrigde, en Sanghái, en los premios Nobel, en las medallas Fields…? ¿No se está llamando “endogamia” a que los profesores tengan discípulos? En las Escuelas de Arquitectura lo que se llama endogamia –favorecer para los puestos a personas cercanas, amistades, en general, que lo merecen menos que otros-, no es mayor, y muy probablemente sea bastante menor, que en el resto de la sociedad, y no creo que en los demás campos sea muy distinto, aunque no lo sé. El ministro va a resolver las cosas con el uso de los tópicos. ¡Qué bien, vivir para ver!
También habla de “la poca responsabilidad o corresponsabilidad entre resultados científicos y sistema de remuneración”. Esto, estimado “jefe”, también depende de su ministerio. No sé si es poca o no, pero existe, y si usted la cambia tendremos que echarnos las manos a la cabeza, pues ni es usted experto, ni tiene, que sepamos, expertos afines en los que podamos confiar. Y, por cierto ¿cómo no cita los resultados docentes y educativos, la idoneidad profesional de los graduados, y otras cosas así de raras? Parece usted de Sanghái. Por otro lado, poner en duda la importancia de las retribuciones por investigación, que introdujo el ministro Solana hace ya más de 25 años, y que han funcionado bien, huele a chamusquina. ¿No las dulcificará para que sean menos serias y más abundantes? Esperemos que lo que haga sea que tengan mayor valor.
Por último –siempre según la prensa- habla de “el sistema de gobernanza” (esto, ¿no era “gobierno” o ”gobernación”?). Es éste el señalado por las leyes, y es democrático desde 1984, es decir, desde la LRU. ¿La va a cambiar, el señor ministro? ¿Va a pasar a ser a dedo, como en la dictadura y en las universidades privadas? ¿A dedo de quién? Y si no ¿qué sabios intermedios se tienen previstos? Pues resultan difíciles de imaginar. ¿Señalarán el triunfo de las ideas de la derecha sobre lo que ustedes piensan como demagogia izquierdista del último cuarto de siglo? En cualquier caso, no creo en absoluto en el hecho de que quienes sean los cargos académicos, o las normas por las que actúen, vaya a cambiar nada sustancial de las universidades españolas.
Yo que usted, señor ministro –y si me lo permite-, echaba mis barbas a remojar, y, coherentemente con la ideología conservadora que se le supone, buscaría conservar, al menos, la calidad actual de las universidades españolas públicas, que es bastante grande; enormemente grande, incluso, si se ve en relación a sus escasos recursos e instalaciones y a sus magros sueldos. Buscando, desde luego, mejorarlas. Pero, por supuesto, cuidando muchísimo no empeorarlas. Son frágiles. Y busque también como hacerles una buena propaganda, la propaganda que se merecen, y tanto en España como fuera de aquí, sobre todo.
Porque de las ínclitas universidades privadas hablaremos otro día.
Antonio González-Capitel Martínez · Doctor arquitecto · catedrático en ETSAM
Madrid · agosto 2012
Efectivamente, los medios frivolizan con sus discutibles rankings de universidades como subterfugio de lo que en última instancia son intereses comerciales… y eso es precisamente el motivo por el que las facultades y escuelas superiores se han convertido en un problema social de primera categoría: al haberse rendido a los criterios del mercado, han echado a perder una competencia tan crítica de las universidades como es la de gestionar el input-output entre el mundo educativo y el laboral.
¿Cómo medir la «calidad» de una Escuela? En el caso de la arquitectura, no es tan complicado: observando la calidad del territorio construído por los facultativos educados en cada escuela. Y en ese sentido, sí que es evidente que la educación de arquitectura en España deja mucho que desear… no ya por la capacitación técnica o «artística» que proveen, sino por su implicación en los debates públicos, sus lazos con la sociedad civil, su capacidad de funcionar como una voz digna de ser escuchada, etc. La fractura entre lo que se enseña en las aulas y lo que el nuevo profesional se encuentra al entrar en el mercado laboral es abismal, y mediar entre esos dos registros es fundamental. No se trata de renunciar al carisma digamos «Utópico» y fuertemente deontológico de la enseñanza de la arquitectura, sino encontrar los mecanismos para que el diálogo con la realidad de la construcción sea eficaz. Es indiscutible que las universidades no están bien, y las ideas y procesos más fértiles tienen afloran cada vez con más frecuencia desde ámbitos alejados a la academia. Hay mucho por barrera en los rectorados y cátedras de rancio abolengo…