Acabo de leer una buena frase de Rem Koolhaas en el blog de Cosas de Arquitectos. El titular dice:
«La arquitectura por definición es una aventura caótica».
La frase completa no la copio para que así les hagáis una visita a estos chicos, que lo merecen, (Frasecica).
Hacer arquitectura es coordinar aspectos que en principio no son coordinables, y es dar cancha a muchas solicitaciones diversas. Estoy de acuerdo con lo que dice Koolhaas, sólo que yo utilizaría como conclusión (y titular) prácticamente la contraria: La arquitectura es una aventura que siempre lucha contra el caos.
¿Que pierde? Vale, también nosotros, todos, nos pasamos la vida luchando contra la muerte y al final perdemos. La vida es una enfermedad mortal, y la arquitectura es una aventura caótica que acaba naufragando en el caos. Sí, de acuerdo. Pero es un naufragio extraordinario, fruto de la convicción de que se puede y se debe luchar.
Eso es lo que le da gracia y sentido a la aventura. Sentimos trágica, unamunianamente, la vida. Tenemos miedo a morir, a desaparecer sin dejar nada, a dejar de ser. Pero por eso mismo nos aferramos a la vida y la disfrutamos. Si no muriéramos nunca no tendría sentido nada; todo sería un aburrimiento.
Por el mismo motivo, si nuestro mundo fuera un ente ordenado no habría por qué hacer arquitectura, ya que nos vendría todo dado, y cualquier chabolo (o cualquier montón de trastos) colocado y dispuesto de cualquier manera sería armonioso y bello, útil y funcional, y sus proporciones, dimensiones y características varias serían siempre gratas.
Pero no es así. La entropía es una puñetera. (Es una puñetera y al mismo tiempo una estimuladora y una entusiasmadora. Es la que nos hace saltar de la cama todas las mañanas y lanzarnos a la lucha diaria).
El Otro poema de los dones, de Jorge Luis Borges, comienza así:
Gracias quiero dar al divino
laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas
que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar
con un plano del laberinto,
[…]
El universo es un inextricable (y divino) laberinto de causas y efectos, pero el ser humano jamás renunciará a soñar con un plano del laberinto, y a trabajar duramente para dibujarlo.
Tal vez en muchos siglos sólo sea capaz de cartografiar un par de giros o recodos, pero no se desanimará ante el ingente trabajo que le queda, sino que celebrará haber reconocido esos dos giros, y estará siempre dispuesto a descifrar el siguiente, aunque le lleve otro milenio.
Esa es la condición humana
En arquitectura, no sólo una obra tiene que luchar contra mil dificultades, y no triunfa nunca completamente y casi nunca parcialmente, sino que las pocas veces que sale más o menos airosa se levanta en medio de un entorno hostil. (¿Cuántas veces hemos ido en peregrinación a ver una obra mítica y nos la hemos encontrado casi tapada por un concesionario de coches o por un restaurante de comida rápida, que los fotógrafos de arquitectura evitan hábilmente?). Ya no es que no podamos hacer una buena obra de arquitectura: Es que no podemos cambiar el mundo.
Y sin embargo seguimos.
He puesto antes un enlace al concepto «entropía» de la wikipedia, y me ha sorprendido (y agradado especialmente) que la palabra proceda del griego «evolución» o «transformación». Yo ya sabía que era una medida del desorden, y que era una energía que no produce trabajo, una energía inútil, una gaita. Y además significa la irreversibilidad de los procesos y, en definitiva, la tragedia de la vida (El Sentimiento Trágico de la Vida). Pero lo que no me esperaba (pero, por lo demás, es obvio) es que eso mismo fuera la evolución o la transformación.
Bruno Zevi, cordial odiador de simetrías y de esquemas rígidos en arquitectura, escribió que sólo los cementerios están ordenados. Yo añado que «perfecto» significa «terminado» y, en muchos sentidos, muerto.
Por lo tanto, bendito desorden y bendita imperfección. (Y aún más: Bendito afán de luchar siempre contra el desorden y contra la imperfección. Y aún más todavía: Bendita maldición de ser siempre derrotados en ese afán).
Lo dicho: una tragedia sin solución.
Este blog tiene un perfil de lectores insultantemente jóvenes. Eso no es malo de suyo, pero les priva, por ejemplo, de haber conocido a Maxwell Smart, el Superagente 86.
Les contaré a todos ellos (pobrecillos) que este formidable agente secreto luchaba contra el mal. El mal residía en la agencia KAOS, y él militaba en CONTROL.
Eso es: Control contra Kaos
El superagente siempre ganaba, pero pichís pichás. No es que fueran victorias apabullantes, casi siempre eran pírricas, y también ridículas.
O sea, que ahora, después de tantos años, me doy cuenta de que Maxwell Smart era el símbolo de la arquitectura, su más ardiente metáfora. No, si al final resulta que me decidí a ser arquitecto por su culpa.
José Ramón Hernández Correa
Doctor Arquitecto y autor de Arquitectamos locos?
Toledo · septiembre 2013