Siempre me había intrigado la figura del arquitecto alemán Herbert Lippschitz -en realidad ni siquiera se sabe si era arquitecto-, que huyendo de los nazis, vino a España antes de la Guerra Civil con Max Nosseck, a trabajar como escenógrafo cinematográfico y terminó siendo productor. Ahora hay muchos más datos sobre él, incluso una entrada en la Wikipedia y se sabe que en Estados Unidos se hizo llamar Herbert O. Phillips, pero sigue siendo un profesional interesante.
Hace unos días he encontrado una entrevista que le hicieron en marzo de 1934 y que lleva como título: «Las originales ideas de Lippschitz, arquitecto cinematográfico de Doña Francisquita», la entrevista es la siguiente:
«Hemos rogado a Lippschítz que nos explique algunas de sus ideas sobre arquitectura cinematográfica. Por toda respuesta, nos ruega que le acompañemos; se sitúa ante el piano y, con agilidad y ritmo sorprendentes, empieza a tocar un vals vienes. Terminado éste, nos pregunta:
—¿Les ha gustado?
Algo intranquilos respondemos:
—Sí, muchísimo; pero… ¿y de arquitectura, nos puede decir algo?
—¿De arquitectura? ¡Ah, sí! Un momento; oiga usted esto.Sus ágiles dedos interpretan un estudio de Chopin.
Definitivamente inquietos, creemos incorrectamente que no quiere responder a nuestras preguntas. De repente, se levanta de la silla y nos dice:
—¿Ha oído usted lo que he tocado al piano? Pues bien: la «arquitectura cinematográfica es a la vista lo que la música al oído». Un salón, una escalera, una iglesia, una calle, todo, todo necesita ser en el cine algo musical. Como no disponemos en el cine, hasta ahora, del color, hemos de dar ritmo a la forma, agilidad a la estructura, movimiento a las cosas estáticas. El actor nos dice en dos palabras: «Hoy estoy alegre». Y necesariamente, la habitación en que diga estas palabras debe tomar automáticamente el mismo tono del sentimiento del actor. Si estamos en plena tragedia, las palabras, las sillas, los objetos, las luces, todo debe ser trágico: es el ambiente que debe suplir a nuestra imaginación y muchas veces ayudarla. Mire usted si no: En esta habitación. un hombre debe reflejar en su persona un estado de interior satisfacción. Precisa, pues, que las paredes, las sillas, los objetos, todo respire bienestar: hasta el fuego de la chimenea debe, con sus chisporroteos, llegar a nuestro corazón y producimos interna alegría.
La línea, la forma, eso es cuestión de técnica; el ambiente es cuestión de gusto, de interpretación, de sensibilidad. Aquel que logra con dos rosas colocadas en su sitio expresar las sensaciones de una persona., ése es un buen ayudante para el arte cinematográfico.
Aquel que construye magníficos decorados, espléndidas habitaciones y calles, sin que nuestra vista logre hallar un matiz en todo ello, ése puede ser un gran técnico, pero un mal artista…»
Y éstas son, en resumen, las originales ideas de Lippschitz, el arquitecto que ha hecho de su profesión un arte.
Curioso modo de entender la escenografía cinematográfica en una época en que no existía el color, aunque sí la palabra…
Jorge Gorostiza, Doctor arquitecto.
Santa Cruz de Tenerife, abril 2016
Autor del blog Arquitectura+Cine+Ciudad