“L´Architecttura, in quanto arte, è fenomeno felice, rarissimo e personale.”
Adalberto Libera
1.
Como quiera que miramos viendo lo que otros vieron mucho antes que nosotros y que caminamos pisando las pisadas de otros, no pude por menos que sobresaltarme al contemplar la sorpresiva figura, encontrada por casualidad en una recóndita costa mediterránea, de un maravilloso velero de gran eslora varado entre las rocas. Esta presencia volcó inmediatamente en mi interior el recuerdo de las hermosas tragedias en las que la mar es protagonista.
Despreciado y vencido, desolado aunque todavía entero, el estilizado casco aparecía mecido por el oleaje y sus todavía pulidas superficies brillaban veladamente bajo el sol. Las rocas, punzantes y aparentemente intactas, acunaban con firmeza sus lastimeros movimientos. La certeza de la gran tempestad y de sus heroicos navegantes hacían presagiar que el calor y la calma reinante no eran más que un agradable espejismo. Entonces el paisaje se tornó más bello. El mar, como casi siempre, disimulaba; pero esta vez no había tenido reparos en dejar una prueba irrefutable de su gran poder. El indefenso barco yacía náufrago al ser devuelto con violento estrépito a su Tierra Madre. Digno y penosamente erguido soportaba aún con patética arrogancia el castigo de las olas.
El hombre, en su devenir, ha construido barcos para viajar más allá de los límites de su conocimiento y su curiosidad, y como evolución, ha ideado los barcos a vela para vencer con astucia las dificultades que allí se pudiera encontrar. Navegar a vela supone desplazarse silenciosa y valientemente por un lugar en el que no existe el espacio ni el tiempo porque todo lo que allí sucede, en realidad, no nos pertenece. Se trata de transitar un lugar fluido de agua y viento, una enrarecida frontera poco hospitalaria que, sin embargo, es el medio en el que los navegantes consiguen flotar y valerse de los vientos para desplazarse, para avanzar. Y es en esa genial construcción, en esa extraña naturaleza, donde encuentran su más profunda, aunque a veces trágica, satisfacción.
Ya sea por pensar que en realidad contienen los secretos propios del mar o por percibir su mínima y vertiginosa distancia con la turbulenta masa oceánica; los artefactos que, nacidos del ingenio humano, se hallan en la desafiante línea de costa se tornan extraordinariamente atractivos ante nuestros sentidos.
2.
Por alguna razón, esta insólita escena me recordó la casa que Curzio Malaparte se construyera a finales de los años treinta al borde de un promontorio rocoso en la escarpada costa de la isla de Capri. Enigmática y mágica, aislada y ajena, está considerada como una de las moradas más raras del mundo occidental. Malaparte pidió al arquitecto Líbera que fuera “triste, dura, severa”, una casa que con el tiempo se convertiría en la mejor biografía de su poco convencional propietario.
Novelista, ensayista, político, periodista, director de cine y de teatro, dramaturgo y actor, fue sobre todo escritor aunque, tras ignorar las directrices del proyecto de Líbera, se convirtió a su vez en el constructor y el arquitecto de su casa en Capri.
Curzio Malaparte, seudónimo de Kurt Erick Suckert, de padre protestante alemán y de madre lombarda, nació en el pueblo toscano de Prato en 1898. Luchó en el frente francés en la primera guerra mundial y desde 1922 hasta la caída de Mussolini en 1943 se caracterizó por ser un activo e inquieto miembro del Partido Fascista Italiano. En 1925 Suckert, que sus amigos no dudaban en calificar como vanidoso y snob, se cambió de nombre al leer un texto decimonónico titulado parcialmente “los Malaparte y los Bonaparte”.
Siendo director del periódico “La Stampa”, cargo que ostentó desde 1929 hasta 1931, escribió algunos artículos subversivos de corrosivo sentido del humor que le fueron procurando fuertes enemistades dentro del partido. Hábil narrador de fábulas, acaparaba el protagonismo de toda reunión y deleitaba con sus imaginativas y afiladas historias a los altos jerarcas fascistas, sus protectores, con los que osaba burlarse abiertamente del “Duce”. Llegó incluso a ridiculizar por escrito a Hitler y tal exceso, finalmente, le costó la cárcel acusado de actividades antifascistas. Poco después, y gracias a sus amistades cercanas al dictador, se le ablandó la pena siendo confinado durante varios años, bajo vigilancia policial, en la isla de Lípari.
Desterrado, se dedicó a leer a Homero y a Platón en griego, no tenía con quien hablar y sólo disfrutaba de la compañía de sus perros a quienes puso los nombres de los personajes de las tragedias clásicas. Vivía en su terraza y pasaba las horas mirando al mar como única distracción. Él mismo recordaba:
“demasiado mar, demasiado cielo, para una isla tan pequeña y un espíritu tan inquieto” .
Tras el penoso exilio, en 1935 vuelve a la escena intelectual esta vez para afianzarse como celebridad internacional. Funda la famosa revista cultural de tendencia surrealista Prospettive y comienza a ejercer como corresponsal de guerra, además de proseguir su intensa actividad literaria.
En 1937, Mussolini inaugura la “Mostra augustea de la romanità” para celebrar el segundo milenio del nacimiento del emperador Augusto. El fascismo, que se identifica con la Roma antigua y establece paralelismos entre ambos líderes, reconoce en la isla de Capri uno de los lugares favoritos de su pasado imperial (es bien conocida la predilección que tuvo el emperador Tiberio por esta isla donde llegó a poseer hasta doce villas). Como complemento de la efemérides se procede a excavar y a dar a conocer numerosos edificios y villas de la isla. Malaparte, que venía buscando adquirir una casa desde hacía tiempo no pudo por menos que sucumbir ante tales evidencias. Fue entonces cuando decidió que su casa debía localizarse en Capri.
Había escrito una serie de fantasías autobiográficas con títulos como “una mujer como yo”, “una tierra como yo”, “un perro como yo”, “un santo como yo”, y le hace a Libera un encargo poco habitual; quería que le construyera una “casa como yo”. La casa debía satisfacer sus melancólicas ansias de espacio y al mismo tiempo reproducir las condiciones de su destierro en Lípari, en definitiva, una casa que preservara los más antiguos valores del Mediterráneo.
No se sabe muy bien con qué capital, en enero de 1938, había comprado el Cabo Masullo a los hermanos Vuotto de Capri; un acantilado rocoso terminado en forma de península con excepcionales vistas de la bahía de Nápoles a las faldas del Monte Tuoro.
Pero construir en Capri no era en absoluto fácil. Se trataba de un entorno ambientalmente protegido por estrictas normas, y cualquier construcción requería una difícil y tediosa aprobación de las jerarquías administrativas. Afortunadamente, su buena relación con los líderes fascistas permitió que se pudiera hacer una excepción. En mayo de 1938 el proyecto estaba aprobado y listo para ser construido.
El proyecto de Libera, que en aquel tiempo era uno de los arquitectos italianos con más prestigio, constaba tan sólo de cuatro planos. Una pequeña y esquemática planta de emplazamiento, las dos plantas de las que constaba el volumen, los alzados y la sección longitudinal. Titulado por Libera “proyecto para una pequeña villa” fue presentado en el Ayuntamiento en marzo de 1938 coincidiendo con el periodo en el que desarrollaba su más representativo e importante proyecto; el Palacio de Recepciones y Congresos del EUR. En tales circunstancias, es muy probable que Libera no tuviera siquiera la oportunidad de visitar el cabo Masullo y que, por tanto, no tuviera conocimiento topográfico del solar. Malaparte, a tenor de los hechos, valora el documento que Libera le entrega como un mero trámite para poder comenzar a construir su particular versión de la casa.
En dicho proyecto Libera define un volumen alargado y escalonado de dos plantas. Sus dimensiones eran aproximadamente 28×6.6 metros. La planta superior era exactamente la mitad de larga que la baja y en su vacío aprovechaba una terraza que mirando hacia el extremo de la escarpada montaña negaba la dirección del mar. Disponía un sistema ordenado de habitaciones “en peine” con pasillo lateral construidas mediante un basamento de piedra y una superficie superior de estuco. Una casa que sin tener demasiado en cuenta el notorio efecto de la roca y la importancia del paisaje resolvía tipológica y profesionalmente el programa funcional y el aspecto de una villa rectilínea racionalista. En definitiva, un proyecto de gran corrección pero con una evidente falta de compromiso e intensidad. El proyecto estaba muy lejos de sus “opus con amore”.
La idea del volumen estrecho y alargado no se perdería, era sin duda un intuitivo y acertado comienzo, pero la disposición tanto en planta como en sección, y, como no, en cuanto a su relación con el entorno, iban a variar sustancialmente. Curzio Malaparte quería construir una casa «moderna», huyendo de acudir a vulgares historicismos, pero que sobretodo consiguiera un resultado fuertemente personal. Parece claro que buscaba su propia notoriedad, aficionado como había sido siempre al autobombo y la mitomanía; por otro lado Libera era una figura de gran trascendencia que en el transcurso del proceso de construcción podía ensombrecer su anhelo de protagonismo. Durante la construcción, de 1938 a 1942, el mutismo entre ambos fue absoluto. La casa se hizo tal y como Malaparte dispuso porque Libera, una vez presentado el proyecto, desapareció para siempre de la escena.
El tercer personaje, injustamente poco recordado, el Maestro Adolfo Amitrano, comenzó por construir una cisterna parcialmente enterrada mediante muros de piedra que recordaban las ruinas de una construcción ancestral. Malaparte escribe:
“Estuvo claro desde el principio que no sólo la silueta de la casa, su arquitectura, sino también los materiales de construcción tenían que encajar con el salvaje y delicado paisaje. Ladrillos no, hormigón no. Piedra, sólo piedra, del tipo local, de la que el acantilado y la montaña están hechas”.
La casa acaba midiendo los 28 metros de largo del proyecto de Libera y todas las evidencias confirman la hipótesis de que Malaparte empezó la obra con la intención de construir la villa que Libera había diseñado pero que a medida que la construcción fue levantándose, creciendo en altura, fue introduciendo sobre la marcha los cambios que se le iban ocurriendo. Prevaleció su caprichosa actitud diletante. Tenía entre manos una especie de pasatiempo y no tenía la formación suficiente para ejercer profesionalmente la arquitectura; hacía y deshacía una y otra vez, no tenía inconveniente en cambiar cinco y diez veces la disposición de los muros o las estancias, no se dejaba sorprender por la fuerza de la construcción, como si de la redacción de uno de sus escritos se tratara corregía cuando lo veía necesario.
Lo primero que se alteró fue el ancho de la casa y enseguida empezaron a surgir el resto de las notables diferencias que harían del resultado final un objeto inesperado. La intuición y el bagaje personal de Malaparte hicieron posible un objeto de arquitectura claramente inédito aunque no por ello exento de antecedentes.
La foto que Curzio malaparte se tomó en 1934, durante su arresto de Lipari, frente a la pequeña escalinata de forma trapezoidal, abocinada, de la iglesia de la «Annunziata» es la prueba de su personal influencia en las decisiones formales de la casa que se estaba construyendo. Se trata de una idea demasiado fuerte y personal, y obviamente alejada del lenguaje arquitectónico que manejaba en ese momento Libera, como para partir de las órdenes del arquitecto. Decidió recurrir a tal elemento durante el laborioso proceso de construcción, en un nuevo intento por representarse a sí mismo, sus vivencias y recuerdos, y esta afortunada novedad alteró de tal manera la concepción global de la casa, supuso un cambio tan radical que el desarrollo de los demás aspectos de la villa se vio fuertemente afectado. La terraza, que en el proyecto de Libera se oponía en su escalonamiento al mar, se construye como una plataforma final del recorrido de aproximación a la casa, sin barandilla alguna, tan sólo con un leve resalto de bordillo perimetral, tal y como se ve en un antiguo grabado de las Salinas de Lipari, que sin duda también conservaba en su memoria. La casa aparece como una roca domesticada, artificializada a través de planos transitables que forman escaleras y estancias. Se implanta como un mirador que acaba con el recorrido que parte de la cúspide de la montaña para desde allí contemplar la inmensidad del paisaje. Las estancias protegidas quedan debajo de esta generosa cubierta sobre la que Malaparte subía a diario a correr o montar en bicicleta, y sobre la que destaca un solitario muro blanco y curvo como hinchado por el viento.
La planta, a su vez, no tiene la disciplinada circulación lateral de los planos de oficio de Libera. Se hace obsesivamente simétrica con respecto a su eje longitudinal disponiendo estancias a cada lado. Incluso, la planta que queda inmediatamente por debajo de la cubierta obedece a un patrón poco usual dentro de la tipología arquitectónica. Dispone una gran sala central y en los extremos se fragmenta, podría decirse que exageradamente, en dependencias mucho menores que guardan estricta simetría con respecto al eje. Una planta chocante en su jerarquía y tamaños. Dispone de una escalera interior de tamaño ridículo y demasiado inclinada para haber sido trazada por la mano experta de un gran arquitecto como Libera. Ordena unas habitaciones que no guardan una racional serie paralela sino que se van comprimiendo a medida que se equilibran en sus extremos. Las ventanas son estrictamente funcionales, están hechas desde dentro y no guardan ningún patrón aparente, no pretenden parecerse entre sí; la mayoría son pequeñas y miran, como catalejos, muy lejos, otras, las que sirven a la gran sala central, se agrandan sin aparente control, queriendo ser cuadros de un interior que congela y posee la magia del entorno. No son huecos hechos con ojos de arquitecto, provienen más bien de la azarosa necesidad, todo lo más de la sistemática de la economía y no de la serie, la pauta compositiva, o el entendimiento volumétrico global que se percibe en el proyecto de Libera.
Mientras Libera guarda un misterioso silencio, que tuvo a bien mantener el resto de su vida, Malaparte entiende la casa como un autorretrato arquitectónico. El escritor habla con orgullo de la sabia elección del emplazamiento, de sus materiales, de su forma, de la vida en ese lugar, y por supuesto asume la completa paternidad de la casa; escribe:
“Fui el primero en construir una casa así […], ayudado no por arquitectos ni ingenieros, sino por un simple maestro de obras. El mejor, el más honesto, el más inteligente, y el más honrado que jamás haya conocido, pequeño y extremadamente tranquilo, un hombre de pocos gestos y palabras[…]El maestro Adolfo Amitrano empezó por sentir la roca[…] Durante meses y meses, equipos de albañiles trabajaron en este lejano promontorio de Capri, hasta que la casa empezó lentamente a emerger de la roca con la que estaba vinculada, y así fue tomando forma, revelándose como la más osada, inteligente y moderna casa de Capri.”
En su famosa novela, también llevada al cine, titulada «La piel», Malaparte cuenta que cuando hospedó al Mariscal Rommel y éste le preguntó por el origen de la casa le mintió replicándole que la había comprado tal y como estaba y, con un altivo gesto de barrer la inmensidad mirando al acantilado de Matromania, a las tres gigantes rocas de las Faraglioni, a la península de Sorrento, a la isla de las Sirenas, al lejano azul de la costa de Amalfi y a las remotas costas de Paestum, le dijo
“Yo he diseñado el escenario”.
No cabe duda que Malaparte se inspiró en la pureza y la simplicidad de los modelos de la arquitectura Mediterránea, la imagen del “Teatro” o de la “Domus” clásicos, y que, como tantos otros escritores de finales de los treinta, estaba fuertemente influenciado por el clasicismo, el surrealismo y el neorromanticismo, pero hay algo en su condición de no arquitecto que nos habla de una actitud atractiva, intensamente alejada de la arquitectura más disciplinar. El resultado proviene de una extraña y personal búsqueda, supone un hallazgo inesperado. Un objeto de extrañamiento con la fuerza de lo insólito.
3.
Poco a poco me di cuenta. Esta casa hecha por un hombre de letras, por un navegante de la imaginación, no es tan sólo una casa, quiere ser además un navío. Un épico navío desarbolado que, víctima de un violento naufragio, ha quedado asentado en un abrupto y lejano promontorio rocoso al ser expulsado por la brutal fuerza del mar. No se construyó para habitar la tierra sino para surcar las aguas. Su disposición interior nos recuerda la necesidad que tuviera de corregir y equilibrar los cambios de peso de los vaivenes de las olas y sus muros internos parecen los fósiles de las cuadernas que un día sirvieron para rigidizar el vapuleado casco. Su forma más que arquitectónica es naval.
Es inmediato reconocer en su volumen la proa y la popa, la pequeña entrada por la amura de babor, su eslora, manga y francobordo, la cubierta y el velamen, las escotillas y las escalerillas laterales de acceso, los camarotes y el puente de mando. Por el efecto del tiempo y la erosión se ve que ha perdido la arboladura, la jarcia y la cabuyería, aún cuando todavía mantiene una disminuida vela liberada al viento.
Es una pieza de armador, diseñada para permitir la navegación. Construida para disfrutar del sentimiento de libertad que provoca vivir en una embarcación, en un invento capaz de ir más allá de los límites del conocimiento y superar las trabas físicas de la realidad. Malaparte se construyó una “máquina de viajar”, un artefacto que supone, en definitiva, la consecución de una fantasía, de un sueño personal.
Imagino la perplejidad que un arquitecto como Libera podría haber sentido si se le hubiera puesto en la tesitura de resolver tal reto. Sólo un valiente soñador ajeno a la arquitectura más disciplinar, un experto narrador con la suficiente energía para transformar su expresividad en un objeto real, es capaz de llevar a cabo semejante audacia. Normalmente el arquitecto, extremadamente especializado, se comporta con fatal torpeza fuera de sus dominios. Esta casa, no hay duda, es fruto de un fecundo artista que decide construir, más que de un exquisito arquitecto racionalista de los años treinta que intenta proponer nuevos caminos.
Independientemente de interpretaciones más o menos acertadas, la casa ha pasado a la Historia de la Arquitectura, lo que permite reflexionar acerca de que el ámbito de la Arquitectura no está solamente en las obras de los arquitectos. Traspasa el umbral de lo estrictamente profesional para formar parte del amplio mundo de la creación material. La Arquitectura, esta casa es buen ejemplo de ello, está en la elocuente capacidad del hombre para traducir sus sueños y necesidades en artefactos construidos. Tiene que ver con ese momento feliz en el que lo mental responde con plenitud a lo físico y viceversa.
Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, enero 2010