La búsqueda del mito del movimiento continuo, representada con insistencia a través del secular diseño de la máquina del «móvil perpetuo», la máquina que pudiera realizar trabajo de forma ininterrumpida (perpetuum mobile) sin necesidad de aporte energético del exterior, resulta tan feliz como conmovedora.
Numerosos artefactos han sido propuestos a lo largo de la historia. Todos ellos realmente ingeniosos. Libres y descarados, no renuncian a su carácter hipotético aunque la experiencia de la primera ley de la termodinámica, la de la conservación de la energía, y la segunda ley de la termodinámica, aquella de la irreversibilidad y el incremento constante de la entropía, los anule por defecto.
Pero el espíritu humano se alimenta de la utopía.
No en vano, el curioso aparato del dibujo no fue concebido por un científico, sino por un poeta. Por un eficiente promotor de nuevos horizontes fantásticos. Elocuente y seductor, fue capaz de pellizcar las conciencias y protagonizar intelectualmente el comienzo latente de la revolución moderna.
Su autor fue Paul Scheerbart, el ideólogo del expresionismo alemán que en 1914 escribiera La arquitectura de cristal. Bruno Taut y sus contemporáneos, entre los que destacaron Gropius y Mies Van der Rohe, vieron en su verbo mucho más que un sueño. Vieron un camino. Una oportunidad.
Al igual que el «móvil perpetuo» la «arquitectura de cristal», en su literalidad, resulta físicamente imposible. Pero su carga propositiva es además de fértil muy esclarecedora. El espiritual y fascinante expresionismo alemán apenas sobrevivió a la primera guerra mundial, pero sus protagonistas supieron reconducirse con habilidad e inteligencia a través de la «nueva objetividad» y, de ese modo, plantaron una de las más fructíferas semillas del futuro de la arquitectura.
Luminosas arquitecturas de «cristal» pueblan el planeta.
Es obvio que la máquina del movimiento continuo no se puede fabricar pero es hora de darse cuenta de que, en realidad, tal cuestión resulta irrelevante. Lo que importa es que nuestra naturaleza humana, su virtuosa capacidad de crear, nos permite soñar en lo imposible para inventar lo real.
La brillantez mueve el mundo.
Sergio de Miguel, arquitecto
Madrid, junio 2010