Comparto con ustedes este artículo escrito por Silvia Mendoza y publicado en el Diario El Comercio del Perú el 14 de junio, en el que destacan el importante volumen de edificaciones que se realizan sin el asesoramiento de los profesionales pertinentes. Esto no es nuevo, que yo recuerde es la clásica discusión de los talleres de diseño en la facultad:
¿a quienes debemos orientar nuestro trabajo?, o ¿dónde está la mayor masa de clientes?
En países como los nuestros (Sudamérica), donde parte importante de la población no tiene un nivel de ingresos que les permita abordar un proyecto de edificación en el contexto ideal en el que los arquitectos somos entrenados (recursos económicos y materiales), debería llamarnos a una profunda reflexión sobre el rol real que cumplimos. Más de un colega se desmarcará y dirá que el trabaja para sus clientes (los que pueden pagar su arquitectura), pero muchos otros mantenemos esa inquietud y buscamos acercarnos a esos sectores de diversos modos, ya sea colaborando con instituciones, ofreciendo asesorías «gratuitas», etc.
Esto me hace pensar en otros oficios tradicionales como el derecho o la medicina: ¿no existen abogados de oficio o guardias médicas?: ¿no deberían haber arquitectos de oficio trabajando coordinados por los colegios profesionales y los municipios? Obviamente hay límites para estos trabajos como los hay en los ejemplos mencionados, es decir, las personas que soliciten esta consulta «de oficio» deben tener ciertas características que justifiquen el subsidio, dado que a diferencia de la medicina o el derecho no está en juego la vida ni la libertad de los individuos.
Otra manera es manejar categorías de proyectos, asociadas a la condición del cliente. Esto lo hacemos de modo intuitivo cuando pasamos nuestros honorarios, pero los colegios profesionales podrían regularlo. Si bien un proyecto es siempre un proyecto (refiriéndome al trabajo intelectual que demanda la elaboración del mismo), podemos pensar en proyectos «estándar» que además ayuden a la economía de la construcción, y proyectos más elaborados donde no haya fuertes restricciones económicas.
¿Somos más eficaces como profesionales cuando hacemos una casa de lujo o veinte modestas?, ¿importa más la fama que obtengamos por una casa o el multiplicar nuestra capacidad profesional en varias anónimas (en las que sabemos que no podremos controlar el proceso del proyecto)? Ideal sería poder hacer ambas cosas, tener la capacidad de resolver a cabalidad ambos retos.
Aldo G. Facho Dede · Arquitecto Autor del Blog Habitar: Ambiente+Arquitectura+Ciudad
Lima · junio 2010