Regresando al individualismo y las apreciaciones personales, lo que he aprendido en la praxis es que hay “gusto para todo” y los clientes no saben de arquitectura y no tienen por qué saber: ellos no estudiaron la carrera. La responsabilidad está en el arquitecto que se deja llevar por temas comerciales y que finalmente sucumben en un producto arquitectónico que desmerece a la profesión. En mi caso, lo experimentado es un ejemplo anecdótico y no representan una realidad universal, pero podrían servir como una simple analogía en “escala minúscula”.
Por ejemplo, alguna vez me pidieron proyectar una vivienda unifamiliar en una de las playas de la costa norte del Perú, donde se disfruta de un clima templado todo el año, con temperaturas entre los 16 y 32 grados centígrados. El cliente me indicó, sin opción a otra alternativa, que quería una casa con material noble (sistema aporticado de concreto armado) con techos inclinados y con un “dulce” estilo similar a las viviendas que adornan los Alpes Suizos. Con pendientes en los techos muy pronunciadas (a la espera de una implacable nevada, suponía yo…). Además quería una chimenea, para que le de calidad de hogar a su sala, la cual no requería de ducto de humo, pues nunca la iba a prender (es que aquí hace calor todo el año, me indicó). Y para que quiere un techo inclinado si nunca habrá nieve? Pregunté y me respondió al instante: que es lo que siempre había soñado y por qué simplemente le gustaba, añadiendo que también quería un gran pino en el jardín de ingreso, el cual debería ser más alto que los techos de la vivienda (lo tenía todo friamente calculado). Adicionalmente, me indicó que quería que contemple en el diseño temas de rusticidad y generar espacios cálidos (claro, si hay mucho frío en los Alpes, ¡nada como un espacio cálido! Pensaba en silencio).
Entendí que el cliente no requería un producto que satisfaga sus necesidades de vivienda, el cliente quería un producto arquitectónico que complazca sus necesidades psicológicas y ello “estaba fuera de mi jurisdicción”. Generándose una disyuntiva: Si proyectaba aquello que solicitaba el cliente, el que terminaría en una terapia intensiva con un psicólogo sería yo.
Lamentablemente no logré convencer al cliente de buscar otra solución arquitectónica y opté por no seguir con el encargo.
Con este ejemplo pretendo demostrar que a pesar de querer lograr una proyección coherente y lógica, existen ocasiones que nos vemos obligados a tomar decisiones drásticas para evitar una mala praxis. Lamentablemente hay profesionales que por temas comerciales se prestan a este tipo de requerimientos y ello genera como consecuencia la existencia de futuros clientes que sin un conocimiento adecuado, soliciten proyectos irracionales que desmerecen la praxis de nuestra profesión y ridiculizan nuestras ciudades.
Finalmente y para concluir este artículo, creo que pudieron existir otras posibilidades, en las que podría haber logrado un mejor manejo en la negociación con el cliente (aunque fue muy difícil cambiarle alguna idea previamente concebida). Quizás si hubiera propuesto el uso de madera como una alternativa, hubiese logrado una ligera aproximación a las Casas de Playa proyectadas por el arquitecto estadounidense Andrew Michael Geller a mediados del siglo pasado. (Recomiendo revisar su obra).
Fernando Freire Forga · Doctor Arquitecto
Lima · junio 2013 · Autor del Blog La Forma Moderna en Latinoamérica
Un arquitecto muy interesante. Adjunto el enlace a una entrada que escribí sobre él por si a alguien le interesa echarle una ojeada:
http://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2012/05/07/i-love-my-house-arquitecturas-felices/
Saludos,
iago lópez