La arquitectura es un tipo especifico de imaginación.
Así lo afirma Michael Hays en el texto Afterword que cierra el libro Constructing a New Agenda, Architectural Theory 1993-2009.1
Este tipo de imaginación es una combinación de sensibilidad, proyección y conceptualización, que organiza el mundo en categorías interrelacionadas de tiempo y espacio. Toda arquitectura surge de un substrato eminentemente complejo capaz de negociar con lo objetivo y lo subjetivo, capaz de construir una afirmación que involucra percepciones, imágenes, sistemas y códigos.
La disciplina de la arquitectura debe moverse con extrema rapidez entre la ética, la jurisprudencia, la gravedad y el clima.
Un determinado contexto de un simple ejemplo de arquitectura está envuelto por todas las fuerzas tecnológicas, estéticas, económicas, jurídicas y psicológicas que conducen la producción social de significados y que de hecho, de una cierta manera, articulan la historia. No solamente la historia de la arquitectura, sino que diría, la historia sin más.
La forma de la arquitectura, más allá de su geometría, viene determinada por las demandas y los reclamos de una sociedad, por sus patrones, sus productores, por sus usuarios y por el público, de una manera inclusiva y represiva a la vez. La arquitectura, al menos la buena arquitectura, es un deseo colectivo que se impone. Por tanto, por un lado es un aspiración social estructurada, con raíces y derivadas muy profundas, y por otro, siempre acaba excluyendo a un número importante de individuos, que lejos de haber aspirado o reclamado nada, se encuentran que de un día para otro, la realidad ha sido brutalmente transformada. Incluso en aquellos casos donde se desarrollan rigurosos procesos de interacción social, de dialogo vecinal o de políticas de inclusión en la toma de decisiones, la arquitectura siempre se impone, como una especie de mazo implacable que transforma una calle, hace emerger una plaza o destapa un edificio.
En el contrato ciudadano que de forma implícita todos los individuos firmamos en el instante que tomamos la decisión de formar parte de una sociedad urbana, esa doble cara de la arquitectura, la inclusiva y la impositiva se suscribe también.
Visto así, la arquitectura tiene infinitos puntos de contacto con la realidad, ese sujeto dúctil y maleable de las mil caras, y posiblemente por eso mismo, existe la pulsión de escribir sobre arquitectura, para la arquitectura. Escribir de arquitectura la hace pensalbe, la ordena de forma compleja, la jerarquiza de manera dinámica, la posiciona cerca de sus estímulos, de sus fuentes de alimentación. Puede decirse también que escribir sobre arquitectura organiza una constelación de vectores que la identifican y determinan escenarios perceptibles.
Desde la década de los 60’s, y especialmente en los 70’s y 80’s, la arquitectura intenta hacerse escritura. Al principio reclama ser un lenguaje. Pero un lenguaje es un sistema compartido de preconcepciones y asociaciones construidas. Si aceptamos que cualquier caso individual de un sistema general usa partes de ese sistema para su configuración, sean estos códigos, tipos o estilos, la significación de cada parte, de cada fragmento, está cargada de una cierta ideología. Por tanto cada ejemplo individual de arquitectura es inescapablemente ideológico. Otra discusión es si la condición ideológica ha mutado de ser antiguamente un recipiente cerrado de conceptos y relaciones a contemporáneamente convertirse en una red maleable y abierta de nodos interconectados.
Sea como sea, la arquitectura, y su relato, su traducción pensable en lo escrito, es una compleja madeja de ideas ideologizadas. El cometido de la arquitectura en tanto que escritura, viene a ser la tercera dimensión a medio camino entre el horizonte social de un lenguaje generalista, y la particular y personal profundidad de un código individual.
En cierto sentido la escritura de la arquitectura abre un espacio donde lo ideológico, producto de dentro hacia fuera, y lo lógico, producto de fuera hacia adentro, se encuentran. Sólo así la arquitectura puede aspirar a ser escrutada, reflejada, transgredida y transcender su propia y mera condición física.
Si estas afirmaciones, que voy traduciendo y ampliando libremente del texto antes referido, tienen alguna potencia, esta es la de activar los mecanismos de comprensión de lo que llamamos el acto de proyectar. Toda arquitectura es antes un proyecto de arquitectura. Es decir, toda construcción física en el espacio y en un tiempo determinado, ha sido antes proyectada, construida en la mente, dibujada con unos códigos de representación muy precisos y lanzados, por tanto proyectados, a un futuro próximo, con la esperanza de que se transformen en un cuerpo físico. La escritura de la arquitectura también es en cierta manera una forma de proyectar, de lanzar los porqués de la arquitectura hacia delante. Convertirlos en cabeza de puente hacia el siguiente hito, dirigirlos hacia el próximo reto. Avanzarlos hasta el siguiente muro conceptual infranqueable.
Quizás por eso, un escrito de arquitectura debería marcar antes un camino y situarse en forma de epílogo, o de afterword, que situarse al principio, en forma de prólogo.
Miquel Lacasta. Doctor arquitecto
Barcelona, octubre 2013
Notas:
1 SYKES, Krista A. Ed, Constructing a New Agenda, Architectural Theory 1993-2009, Princeton Architectural Press, Nueva York, 2010